Alta Tensión

No hace mucho revisamos uno de los grandes clásicos del underground español de los años ochenta. Y ahora vamos con otro de esos títulos que van a hacer que la nostalgia desborde por las costuras a aquellos que ya peinan canas si es que pelo les queda. Los que vivieron su primera juventud o su madurez temprana a poco de la muerte de Franco recordarán lo convulso de la época y lo obligatorio, o casi, que era saltarse las rígidas normas que el nacionalcatolicismo había impuesto hasta entonces. Muchos cogieron el cómic como bandera de la nueva rebeldía, y Alfredo Pons, como cofundador de “El Víbora” tuvo mucho que ver en ello.

Y en ésas estábamos. “La movida”, el punk, y el resto de nuevas corrientes culturales, artísticas y políticas tenían epatados a los españolitos de a pie. Existió un ansia de cambio cuyos resultados, validez o pervivencia no nos compete analizar por escasez de datos y porque no es éste el sitio. Pero en cuanto a la historieta si podemos hablar, otra vez, del cambio brutal que se produjo.

Abandonando las experiencias y el espíritu de “Flechas y Pelayos”, “Roberto Alcázar y Pedrín” o “Florita” el tebeo nacional se lanza sin frenos al despendole más absoluto. Como contestación a los duros márgenes de la censura preexistente cualquier motivo era suficiente para las palabras malsonantes, las situaciones de extrema violencia o el sexo descarnado y por las bravas. Si en “Makoki” vimos todo esto en su versión más guasona y descacharrante, vamos a meternos hasta los codos en la parte sórdida y desagradable del asunto.

Malas calles

Un aire de novela negra y de thriller nos acompañará en nuestro recorrer por los callejones más tremebundos y los locales más oscuros y peligrosos. Todo en sus páginas tiene esa luz trémula de anuncio de neón de local de alterne. Criaturas arrojadas a los lodazales de la gran urbe desfilan con sus pequeñas y grandes miserias. Historias donde la vida es cruel y se padece entre decepciones, miserias y tristezas. Incluso los ricos y poderosos que figuran son seres tristes y apaleados por la desgracia. Las pequeñas alegrías y los breves momentos de triunfo o felicidad son tan pasajeras como la luz del día. Una vez llega la noche tenemos que volver por las míseras veredas del submundo de la delincuencia, el alcoholismo, las drogas, la prostitución y el vicio más depravado.

1

Alfredo Pons, también escritor y poeta, crea personajes indelebles para la memoria. Desnuda sus almas y nos arroja a la cara el retrato lacerante de su tristeza. No hay compasión, no hay piedad, no hay miramientos. Si se acercan con miedos o excesivas precauciones a las páginas de “Alta Tensión” el shock puede ser excesivo. El sexo es también descarnado y explícito. Pornografía salvaje que tiene la misión de hacer aún más dura la lectura. Incluso cuando adapta obras de otros autores no duda en tomar relatos de otros fotógrafos de lo sórdido como Bukowski o Bloch.

Y, oigan,  raro fue el que no quedó prendado de María Lanuit.

Retratos

Alfredo Pons no era un virtuoso del pincel. Y tampoco un pilar de la “línea chunga” y la caricatura sádica. Pons era un retratista y así lo demuestra. Su arte es el exacto y preciso para, con multiplicidad de técnicas, plasmar efigies tan pasionales como los personajes que incluyen. Aún cuando opone en ocasiones colores vivos a sus oscuros guiones es en el blanco y negro dónde se le nota en su hábitat natural. Mancha y llena de tramas algunas de las planchas más vivas que se han editado nunca en España.

2

Recordadas son sus mujeres. Sin el preciosismo virtuoso de Pepe González y sin llegar a la exageración volumétrica de Richard Corben son sus chicas voluptuosas, sensuales y siempre plasmadas con una mirada de fondo triste que anuncia las muchas penas que se ocultan entre bambalinas.

“Alta Tensión” es una recopilación editada con el esmero que merece y que recomendamos, con las necesarias advertencias sobre la crudeza de imágenes y textos que no a todo el mundo pueden placerle en la misma medida.

Pionero de la revolución

Alfredo Pons (Barcelona, 1958-2002), comenzó a publicar en revistas de humor y de la llamada contracultura como “Matarratos” y “Star”. Una vez cerradas éstas, y con un paréntesis en el que hizo dibujos para una tienda de lencería, junto a Josep Mª Berenguer y otros grandes nombres del underground patrio se lanzó a la fundación de la más cafre de las publicaciones que se han visto en los kioskos españoles: “El Víbora”. Allí publicaría la mayoría de sus obras: “María Lanuit”, “Internas”, “Amigas” o “Escalera de vecinos”, por mencionar las más recordadas por los aficionados.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *