Aún te quedan ratones por cazar

Con “Aún te quedan ratones por cazar” la asturiana Blanca Álvarez ganó el IX Premio Anaya de Literatura Infantil y Juvenil el pasado mes de abril. Rescatamos este título por considerarlo una de las obras para jóvenes más hermosas que hemos leído a lo largo de este año.

Ambientada en el Japón de la II Guerra Mundial, la autora nos presenta a Ryo, un niño de doce años residente en el barrio de los tejedores de seda en Nagasaki. La contienda ha llevado lejos de casa a su padre, Nakamura, dejando a Ryo con su madre y su rígida abuela Saya.

Tras la marcha de su progenitor nada volverá a ser igual para nuestro protagonista.

“Maldita guerra”

La rutina parece haberse teñido de tristeza, la comida escasea y su madre Izumi, se sume cada vez más en la desolación. Ryo no consigue entender cuál es el objetivo de una guerra que se le antoja absurda: se lleva a sus seres queridos para honrar al Emperador de Japón, y deja a sus familiares con la terrible certeza de que, posiblemente, algunos no volverán jamás.

Además, Ryo sabe que, de un tiempo a esta parte, su compañera de colegio y secreto amor se muestra distante con él. Le huye, le rechaza y ya no comparten risas ni juegos como antes de la guerra.

Las preocupaciones, la incertidumbre y la desconsoladora ausencia de su padre llenarán de rabia a Ryo.  Le obligarán a rebelarse, en silencio y desde su inocente mentalidad infantil, contra los conflictos bélicos y el angustioso  dolor que conllevan, observándolo a su alrededor impotente.

Felino amigo

La autora enlaza el título de esta obra inteligentemente con el paso forzado que una situación así obliga a los niños a dar. Éstos crecen antes de tiempo, curtidos por los sufrimientos y el miedo provocado por el cambio radical de situación (familiar, económica, social…). En Ryo, se refleja en la frase que siempre recitaba su padre cuando el niño hablaba de realizar grandes gestas, cuando imaginaba un futuro fabuloso: “Aún te quedan muchos ratones por cazar”.

Nakamura trataba de preservar la infancia de Ryo a toda costa, pero ésta se ve truncada por la guerra. Como paralelismo a este gesto lleno de intimidad, el protagonista acabará refugiándose en Wara, un gato de lomo dorado que será su compañero y amigo en los momentos de debilidad, cuando la pesadumbre lo domine.

Junto a Wara (adoptado cuando aún era un cachorro), veremos a Ryo abandonar poco a poco la niñez, empeñado en crecer para poder ser útil de algún modo, lidiar mejor con su pena y hacer feliz a su madre. Focalizado en Reyko, el niño tratará de sorprender a su antigua compañera, empeñado en demostrarle que ya es un hombre.

Lirismo y mensaje

Blanca Álvarez consigue con esta obra conmover al lector. El argumento, tan delicado y bien narrado, nos habla de la pasión que siente la autora por el país del sol naciente y su historia. Esto se constata en el uso que hace del lenguaje japonés y las descripciones que de la rutina hogareña hace el protagonista, tan diferente a la occidental. La II Guerra Mundial y en concreto Nagasaki se presenta como escenario perfecto para Ryo y su familia. Queda así como un recordatorio poético sobre las desgracias que las guerras traen consigo. Los jóvenes lectores aprenderán, desde un punto de vista tierno e intimista, un poco más sobre las consecuencias sociales que el conflicto mundial acarreó.

Con “Aún te quedan ratones por cazar”, Álvarez crea una oda a la infancia y su inocencia, siendo éstos, por más vulnerables, los principales damnificados.

Recuerda esta novela a “El diario de Anna Frank”, o incluso a “El niño con el pijama de rayas”, por estar éstas relatadas desde la perspectiva infantil. Sin embargo, el exotismo de Japón y el enfoque que la autora da a los acontecimientos narrados hacen de esta obra un libro original y fresco, sin duda alguna merecedor del IX Premio Anaya, tanto por su mensaje como por su calidad literaria.

Paleta cálida y luminosa

Acompañando al texto, encontramos en esta edición (en tapa dura y publicado por el sello Anaya Infantil y Juvenil) las hermosas ilustraciones de Laura Catalán. Muy acordes con el texto, nos retratan a los personajes del libro en dibujos de trazos finos y suaves. La sencillez a la hora de dibujar de Catalán no mengua la conexión del texto con las páginas ilustradas. Éstas retratan a la perfección los escenarios hogareños descritos por Álvarez, plasmando cada escena con sutileza y un toque onírico.

Los colores tenues, y los rostros sencillos de los protagonistas aportan a los dibujos infantilismo, muy acorde con el público al que va dirigida la obra. Junto con el conmovedor argumento, el resultado es una novela redonda muy breve, que encantará tanto a un público joven como adulto. Con «Aún te quedan ratones por cazar» la autora (con un buen número de títulos juveniles en su haber) demuestra una vez más su elegancia para contar historias.

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