Barcelona ciudad: crónica urbana de rock en tiempos revueltos

Ediciones B publica esta interesante autobiografía de “El Loco”. Cantante, compositor, escritor, baloncestista frustrado  y rocker bohemio, que nos traslada en primera persona a finales de los 70. La obra es rica en contenido, puesto que Loquillo rememora una ingente cantidad de acontecimientos históricos, tanto políticos como culturales, acaecidos durante su adolescencia. Lo social se entrelaza a  la perfección con lo personal: sus rocambolescas aventuras en los lugares más variopintos de la capital catalana.

José María Sanz “Loquillo”, nació en el barcelonés Barrio del Clot en Diciembre de 1960. Hijo de un cascado estibador y una madre obsesionada con los horrores de la Guerra Civil, pasó su infancia entre vinilos de Buddy Holly y Robert Gordon. Al cumplir los dieciséis años ya era un adolescente espigado (de más de 1.90 cm) que adoraba la estética teddy boy de Elvis y soñaba con ser una estrella del basket, sin olvidar nunca su pasión por los escenarios.

“Barcelona ciudad” arranca precisamente en esta convulsa época, en la que un transgresor joven que todavía no ha alcanzado la mayoría de edad, vive de manera apasionante la muerte de Franco, la explosión social del catalanismo independentista, y la entrada de corrientes como  hippies y punk.

Buscando problemas

El todavía conocido como José en su barrio, comenzó a ir al Colegio Calpe, famoso por la magnífica cantera de deportistas que aportaba a las categorías inferiores del Barcelona. Destacaba especialmente el equipo de baloncesto, que rápidamente se fijó en la envergadura del chaval. Sin embargo, este se saltaba la mayoría de clases y entrenos, pasándose horas en unos billares cercanos al centro escolar. Allí comenzó a relacionarse con rockers, mods de mala alcurnia, punks beligerantes y demás morralla. Era la época de la Ley de Reforma Política y peligrosidad social. El dictador acababa de morir, pero las aguas seguían muy revueltas en las calles condales.

El autor extrapola a la perfección sus vivencias con los acontecimientos de la sociedad. La ultraderecha asesinaba a cinco abogados laboristas en Atocha, surgían grupos terroristas más allá de ETA, como el GRAPO o los independistas catalanes Terra Lliure. En medio de ese ambiente, Loquillo marcaba su propia filosofía y forma de vestir. Tupé kilométrico, botas de punta y una desgastada chupa en la que había bordado un parche de un pájaro carpintero. Por ello, en la escuela muchos le llamaban “Pájaro Loco”.

Sus primeras experiencias con el trapicheo, vendiendo hash y ácido de mala calidad a los turistas de Las Ramblas, le crearon mala fama, y empeoraron sobremanera su rendimiento deportivo. Llegaba tarde a los entrenos, pálido, cual resacosa alma en pena  tras sus alargadas noches. Ante tal visión, fue el luego afamado Juan Antonio San Epifanio “Epi” (con el que llegó a compartir taquilla) el que le apodó, afirmando que no llegaba a pájaro loco, como mucho loquillo.

El Loco dejó el baloncesto en segundo plano y se sumergió definitivamente en la noche barcelonesa, abusando de las anfetas y la drexedrina, pero haciéndose un nombre entre los bohemios, anti-sistema y nuevas vanguardias que habían emigrado a la capital en busca de libertad post-franquista.

Loco por la música

Desde su más tierna infancia Loquillo fue un melómano. Escuchaba de todo, devorando vinilos y coleccionando los primeros casetes. Johnny Cash, Jerry Lee Lewis, Dr. Feelgood o los madrileños Burning se convirtieron rápidamente en su gran referente. Quería tener un grupo propio a toda costa, y recorrió incansablemente salas de fiestas y garitos con música en directo de la capital: L’Angelot, Cabretta, Café de la Ópera, Cúpula Venus…

Allí vendía su imagen de tipo duro, amante del R’N’R americano de los sesenta, al mismo tiempo que seguía trapicheando para ganarse la vida. En esos ambientes contactó con Pau Maragall y Gay Mercader, redactor de Disco Express y Director de la revista Star, respectivamente. Dos de los medios musicales de mayor relevancia dentro del underground musical del momento. Aunque nadie confió en el Loco en un primer momento, le pusieron en contacto con otros visionarios de la ciudad, como un aún imberbe Carlos Segarra (que más tarde sería el líder de Los Rebeldes). Ambos se hicieron inseparables, intercambiando todos sus discos y ensayando de manera precaria en la casa de Carlos, en la habitación de su abuelo. Los medios eran paupérrimos, pero la ilusión y motivación de los jóvenes sentaría escuela.

Un evento que se convertiría en clásico era el festival anual del PSUC, con un trasfondo político comunista reivindicativo, pero que reunía a grandes grupos. El Loco se hizo un asiduo del evento, y allí pudo ver en directo a monstruos de la talla de Chuck Berry, Link Wray y unos jovencísimos The  Clash, que le influyeron significativamente con su nueva imagen rock-punk.

Por desgracia, Loquillo nunca rehuyó los enfrentamientos, y en una olla a presión donde se juntaban las incipientes tribus urbanas (quillos, hippies, rockers, punks) con las caldeadas vertientes políticas (comunistas, ultraderechistas, falangistas, independentistas) las trifulcas eran de órdago, por lo que las discografías le tacharon de conflictivo, frenando su carrera.

Mapa de Barcelona

Mientras el autor nos narra sus locas vivencias, y los duelos más que dialécticos que tuvo con otros rockeros y punks de la época (entre ellos Ramoncín o el gran Miguel Ríos), no escatima en contextualizar de manera brillante el ambiente social, cultural y geográfico de la ciudad condal. Radios y televisiones daban noticias como la llegada de Pujol a la Generalitat, el enfrentamiento pugilístico entre Alí y Foreman en Rumble in the Jungle, el escándalo del Watergate, y la muerte de grandes ídolos que le afectaron profundamente. Especialmente impactante le resultó el trágico final de Elvis, no sólo por su evidente exceso con las drogas, sino por la decadencia de su mito. También le marcó el asesinato de John Lennon, que le demostró la fragilidad del artista y los peligros de la fama.

Un Loquillo más maduro, pese a su corta edad, volvió a la carga para hacerse un hueco en la industria musical a base de esfuerzo y trabajo. Siempre apoyado por un Carlos Segarra que ya había grabado su primera maqueta con Los Rebeldes y estaba dándose a conocer en toda España, el Loco consiguió un programa de radio en Popular 1, donde pinchaba sus temas favoritos (La hora del pájaro Loco), demostrando que detrás de esa figura tan intimidante y macarra había un enorme conocedor de la música.

Esto le permitió promocionar Auvi Discos (que después sería Charly Records), participar en el populista programa televisivo Aplauso y actuar en la Sala Rimmel. Sin embargo, siempre era de corista, telonero, supportman, pero no como solista en su ansiada banda de rock.

Desde Tibidabo hasta el Teatro Liceo, desde la Avenida de la Luz hasta la esquina Pelayo-Ramblas, Loquillo no paró de recorrer Barcelona conociendo todo tipo de variopintos personajes: fotógrafos, compositores, managers, pintores, productores…

Su ardua búsqueda tenía los días contados. Loquillo debía ir a la mili, y le había tocado pasar 18 meses en Cartagena alistado a la Marina. Antes de tal evento debía lanzar su primer disco, o dejaría de intentarlo.

Los Intocables

El final del libro es el comienzo de la leyenda. Tras mucho tiempo buscando, Loquillo se juntó con otros cuatro “dementes” del rock. No sería la formación definitiva, pero sí el primer paso para considerarse cantante profesional. Segarra ya tenía fama, y había reconocido que un par de sus canciones las había co-escrito junto al Loco. Esto llamó la atención de las discográficas. Completando la bizarra juventud del cantante, tuvieron que ser dos productores sudamericanos (antiguos componentes de un grupo llamado los Guacamayos) los que le dieron la oportunidad. A través del sello Cúpula (que más tarde se convertiría en Tritón), el Loco lanzó su primer disco.

La mili ya estaba encima, así que de manera improvisada decidieron llamarse los Intocables, en referencia a los rudos policías que acompañaban a Elliot Ness, y también porque el propio Loco había sido un tipo inalcanzable durante años. Su coyuntura personal, sumada al revuelo social reinante, fomentó que el disco se llamara Los tiempos están cambiando.

Loquillo tenía 20 años. Después de una adolescencia conflictiva (cercana a lo delictivo) pero terriblemente completa y enriquecedora, comenzaba la carrera musical de uno de los mejores rockeros de este país.

Gran apuesta de Ediciones B

La editorial lanza una obra arriesgada, pero muy acertada. Que sea el propio Loquillo el que haga de narrador omnisciente podría perturbar a los más puristas. Sin embargo, demuestra su calidad como creador (no en balde ha escrito numerosos artículos en El Periódico de Cataluña o la revista Rolling Stones, entre otros). El lector disfrutará de su prosa ágil,  basada en frases cortas. Una narración casi periodística y llena de sarcasmo sobre lo sucedido entre los años 1974 a 1981.

Que la estructura se encuentre dividida en 46 capítulos breves ayuda a no cansarse en ningún momento, además de poder retomar la lectura sin perderse en la narración cronológica. Los títulos y el formato de la letra recuerdan a los escritos de estenotipia, y dan un sabor añejo que acompañan al contenido.

El único pero es la ausencia de fotografías. Se echa de menos que sus llamativas peripecias no se acompañen con más instantáneas. Ahora bien, la imagen de portada, con un Loquillo joven e insolente, es todo un espectáculo.

http://www.youtube.com/watch?v=kg0Jlpgzel4&feature=related

http://www.youtube.com/watch?v=kW-2MZubshE

http://www.youtube.com/watch?v=AQsyUlmRP7o&feature=related

http://www.youtube.com/watch?v=1DuwqFcLLko&feature=related

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