Bartleby el escribiente

En la historia de la literatura universal, son muy abundantes los casos en los cuales un escritor se ve asociado a una obra en particular, de modo que el resto de su producción queda oculta tras el prestigio de aquella. Así, Daniel Defoe será siempre recordado como el autor de “Robinson Crusoe”, del mismo modo que Jonathan Swift lo es por “Los viajes de Gulliver” o nuestro Miguel de Cervantes por las dos partes de “Don Quijote de la Mancha”.

Un caso similar es el de Herman Melville, quien pasaría a la posteridad por ese extraordinario libro que es “Moby Dick”. No obstante, al igual que ocurre con los autores anteriormente mencionados, la producción literaria de Melville es mucho más amplia. Entre sus obras eclipsadas por la narración de la obsesión del capitán Ahab tenemos novelas como “Taipi” o “Benito Cereno”, junto con algunos poemas y relatos como “Bartleby el escribiente”.

“Preferiría no hacerlo”

El narrador de la historia es un abogado cuyo nombre nunca llegamos a conocer. En su oficina (situada en Wall Street) cuenta con la ayuda de dos copistas, apodados “Turkey” y “Nippers”, además de con la de un chico de los recados conocido como “Ginger Nut”. A pesar de las excentricidades de sus empleados, todo transcurre con tranquilidad hasta que el aumento de volumen de trabajo hace necesaria la contratación de un nuevo escribiente. El puesto será ocupado por Bartleby, un joven pálido y de aspecto desamparado que, al principio, realizará su tarea con un encomiable entusiasmo.

El problema surge cuando el nuevo empleado empiece a negarse a realizar determinados trabajos, respondiendo con un escueto “preferiría no hacerlo” cada vez que se le solicita algo. Con el tiempo, Bartleby dejará por completo de trabajar, y se limitará a vegetar en un rincón de la oficina. Ante tal situación, su jefe tratará de razonar con él, movido por un sentimiento de profunda compasión, pero la falta de cooperación por parte del escribiente motivará su despido. No obstante, el joven copista también preferirá no abandonar la oficina (la cual ha convertido en su hogar), obligando a su empleador a tomar una decisión drástica que tendrá dramáticas consecuencias.

El arte de Stéphane Poulin

Stéphane Poulin es un ilustrador canadiense cuya obra ha cosechado numerosos (y muy merecidos) galardones. En castellano no nos consta en El Mar de Tinta que haya disponibles más que unas pocas de sus obras, como son “Bestiario”, “En el país de la memoria blanca” (texto de Carl Norac) o “El viejo Tomás y la pequeña hada” (texto de Dominique Demers).

Bartleby 2

La versión de “Bartleby el escribiente” publicada por Alianza Editorial se halla profusamente embellecida con pequeños dibujos y extraordinarias ilustraciones a página completa o a doble página. La calidad del papel y el gran tamaño del volumen (26,5 x 38 centímetros, nada menos) nos permiten disfrutar en todo su esplendor con el magnífico arte de Poulin. Sus pinceles dan vida de forma magistral a los personajes del relato de Melville, y su Bartleby de rostro esquivo resulta particularmente logrado.

Un clásico de lujo

“Bartleby el escribiente” es un relato que, a pesar de haber pasado desapercibido cuando se publicó en 1853, ha ido adquiriendo un prestigio cada vez mayor con el paso de los años. Algo comprensible, pues se trata de una obra en la cual Melville creó a un personaje fascinante cuya misteriosa naturaleza, abierta a innumerables interpretaciones, es sin duda el elemento fundamental de la historia. El lector no llega a conocer las razones tras el extraño comportamiento del joven escribiente (el narrador aporta una posible causa al final de su relato, pero deja bien claro que se trata tan sólo de un rumor), así que cada cual es libre de imaginar por qué Bartleby decide ser como es.

Bartleby 1

La presente edición de la narración de Melville supone una ocasión perfecta para conocer todo un clásico, o para reencontrarse con el mismo. El tomo, que cuenta con una excelente traducción de Arturo Agüero Herranz (quien también aporta abundantes e interesantes notas al texto), es una verdadera obra de arte. Una joya bibliófila merecedora de ocupar un lugar privilegiado en la librería de todo aficionado a la literatura decimonónica. 

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