Congreso de futurología

Ironía y diversión se dan cita en este fantástico título de Stanislaw Lem, que recrea una sociedad en la que las personas han dejado de amar y odiar por sí mismas. Se trata de un relato emancipado del protagonista de «Diarios de las estrellas». Una obra que, pese a su brevedad, se mantiene a la altura de las mejores distopías, cuestionando la propia realidad en que vivimos.

Ijon Tichy acude a un congreso de futurología en el lujoso hotel Hilton de Costarricania, pero la primera jornada de discusiones se ve interrumpida por disturbios. Una cadena de delirantes sucesos compelerá al protagonista a despertarse en una época futura y tratar de habituarse a una sociedad aparentemente utópica.

Prospectiva en movimiento

La acción de esta novela corta comienza en el seno de una sociedad caricaturizada. Las calles se colman de miseria mientras un puñado de individuos que temen por sus vidas goza de la suntuosidad más estrambótica. La violencia se ha vuelto un inconveniente cotidiano que se afronta con una frivolidad pasmosa.

Los procedimientos de disuasión mediante el uso de sustancias químicas se han normalizado entre los cuerpos de autoridad. Es preferible la utilización de compuestos que formen parte del llamado grupo de los benignativos, un conjunto de psicotrópicos que inducen a hacer el bien.

Cuando Tichy despierta en el futuro, se encuentra con una sociedad donde imperan el bienestar y la paz mundial, y todos parecen ser felices. La propensión a sintetizar fármacos que actúan sobre la conducta se ha extrapolado y encumbrado hasta formar la base de la psicocivilización. Nuestro protagonista se ve obligado a adaptarse a un lugar donde nadie reacciona espontáneamente y cualquier emoción o sensación —incluyendo el olvido— es generada a voluntad abriendo el frasco adecuado.  

Una forma impecable

Lem nos lega en poco más de centenar y medio de páginas una profusión imaginativa que quita el aliento. A través de un argumento repleto de giros, esta novela corta, publicada en 1971, pretende nada más y nada menos que poner en tela de juicio la misma percepción de la realidad.

La calidad del texto es impresionante. Una hipérbole mayúscula que juega con las sensaciones del lector hasta el punto de hacerlo dudar de lo que lee. El autor hace gala de un estilo en primera persona, directo, irónico y muy divertido. Los acontecimientos corren por las páginas a un ritmo trepidante sin dejar de sorprender en ningún momento.

Si en algo resalta la sociedad futura que se plantea es en la opulencia de nuevos términos lingüísticos, que Lem se saca de la manga en una continua exhibición de genialidad. Es necesario sumar, en este sentido, un reconocimiento a la traducción de Melitón Bustamante.

El carácter distópico

Los mismos personajes son conscientes de vivir una utopía —utopícese, diría el profesor Trottelreiner—. El autor se sirve del habitual reflejo distópico para criticar ciertos aspectos de la sociedad.

Parodia el orden económico mundial, esperpentiza los proyectos de ingeniería social y hasta ridiculiza los congresos y el perfil del participante habitual. Pero sobre todo, advierte sobre una posible generalización del consumo de drogas terapéuticas y resalta la vulnerabilidad del individuo frente al control gubernamental de ciertos recursos primarios, como los depósitos de agua.

Sin embargo, la perspectiva de Ijon Tichy hace que el texto se distancie a su vez, por su imprevisibilidad y el brillante sentido del humor que acarrea, de otros títulos que nos vienen a la cabeza al hablar de distopía, como “Un mundo feliz” de Aldous Huxley, “1984” de George Orwell, “Nosotros” de Yevgeni Zamiatin o “Fahrenheit 451” de Ray Bradbury. Y lo más importante, la distingue sin que ello impida mostrar una de las fabulaciones más desgarradoras de este tipo de literatura. 

La sublimación de un género

Stanislaw Lem es un monstruo literario, un autor de culto y un referente dentro y fuera de la ciencia ficción. Su archiconocida novela “Solaris” (1961), adaptada tres veces al cine, es solo la parte visible de un gran iceberg.

Algunos de sus títulos más famosos están recogidos en la biblioteca de autor de Alianza Editorial, junto con la obra que nos ocupa, como “Ciberíada” (1967), “Relatos del piloto Pirx” (1968) o “Fiasco” (1986). Aunque también se pueden encontrar varias de sus novelas en otras colecciones, como “El invencible” (1964), una joya publicada en nuestro país por Minotauro, o “Paz en la Tierra” (1987), que acaba de ver recientemente la luz en castellano de la mano de ediciones Cátedra.

Lem tiene además obras mucho más inquietantes, como “Vacío perfecto” (1971) o “Magnitud imaginaria” (1973), que son libros, respectivamente, de reseñas y prólogos ficticios.

Ijon Tichy es un personaje recurrente en varias novelas de Lem. Además de en “Congreso de futurología” aparece también en las dos entregas de “Diario de las estrellas” (1971), en “Regreso a Entia” (1982) y en la ya mencionada “Paz en la Tierra”.

Stanislaw Lem es parada obligatoria para todos los amantes del género y de la literatura en general. “Congreso de futurología” es sólo uno de los títulos a escoger para disfrutar de una forma de fabular que no dejará indiferente.

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