El año que duró dos segundos

Editorial Salamandra nos presenta “El año que duró dos segundos” de Rachel Joyce, una novela adictiva y singular en la que una pequeña paradoja temporal desencadena la desintegración de lo que parecía ser la familia perfecta. Y es que dos segundos, como bien saben los protagonistas, dan para mucho. 

Qué cosa más curiosa, el tiempo. Y que curiosos también los intentos del hombre para intentar controlarlo, para dominar su corriente. El tiempo fluye en caudal libre, como una cascada. Marca el ritmo de la vida natural desde mucho antes de que apareciéramos los hombres, con nuestras ansias de domesticación, y lo encerráramos en pequeñas esferas de cristal. Pero a veces suceden cosas que escapan del control del hombre. A veces, toda nuestra planificación se va al traste y nos deja en una posición delicada: eso fue lo que ocurrió en 1972, cuando la divergencia entre la hora solar y la hora atómica obligó a los científicos a ajustar los relojes de todo el mundo para que no se desincronizaran. Este ajuste se realizó atrasando uno o dos segundos las manecillas. Un cambio imperceptible, pero determinante para los personajes de esta novela.

Cuando el tiempo fluye marcha atrás

“El año que duró dos segundos” nos plantea entonces la siguiente cuestión: esos dos segundos que dieron marcha atrás, que existieron pero que fueron eliminados y reescritos … ¿son reales o no? Y los hechos que ocurrieron en ese breve espacio ¿son reales, o se han quedado en el limbo de las cosas no cuantificadas? La cuestión no es desdeñable, ya que en dos segundos pueden pasar muchas cosas: una madre rubia y hermosa al volante de un Jaguar puede atropellar sin querer a una muchacha en bicicleta. Y aunque las manecillas del segundero disimulen, el accidente no puede ser más real y la niña queda tendida en la acera.

Así arranca la novela de Rachel Joyce: suave en sus primeros compases, pero lista para coger velocidad y volverse trepidante cuando los acontecimientos comiencen a precipitarse.

Dos historias, un destino

Al igual que los caudales de los ríos se separan para volver a unirse más adelante, esta narración se bifurca en dos líneas temporales diferentes: en la línea principal, ambientada en la Inglaterra de los años 70, nos encontramos a la flamante familia Hemmings. Un padre serio pero trabajador, una madre hermosa y atildada y la encantadora parejita de niños, todos viviendo felices en una gran casa con porche y jardín. Pero bajo tan idílica apariencia, las aguas son turbias y corren profundas, amenazando ruina en los pequeños detalles. Byron Hemmings, el primogénito, ha de ser testigo de su derrumbamiento.

La segunda línea temporal se desarrolla en la actualidad, y acompaña al misterioso Jim en su tortuoso día a día: Jim es víctima de una serie de trastornos psicológicos que le obligan a vivir al margen del resto del mundo, esclavo de una larga lista de paranoias fascinantes capaces de lastrar la existencia de cualquiera. No sabemos quién es ni de donde viene, pero si que sabemos, con esa intuición que tenemos los lectores, que al final las historias de Jim y Byron convergirán como las aguas de aquel río que antes mencionamos, y lo harán de manera bella y natural.

“El año que duró dos segundos” es, por encima de todo, una novela terriblemente adictiva. Sus personajes, tiernos y agridulces, son tan reales que resulta difícil quitarles la vista de encima y cada capítulo tiene la extensión justa para hacerte saltar de uno a otro con soltura. La prosa de Rachel Joyce precisa y eficaz, discurre sin esfuerzo y logra narrar las dos historias de manera equilibrada y con un tempo que nunca decae.

Aquellos (no tan) maravillosos años

¡Que bellas eran las mujeres que vivieron en la década de los 70! Con sus camisolas, sus peinados lacados, luciendo curvas con prendas ajustadas y brillantes al ritmo de Abba y los BeeGees. Una nueva moda para una nueva mujer, más fuerte, más independiente; un escalón ganado en la empinada lucha para la reivindicación femenina.

Pero ay, no todo el campo era orégano. Muchas mujeres seguían atrapadas en aquel añejo modelo patriarcal que las ataba a su tradicional rol de hembra perfecta y madre de familia. Atildada, discreta y servicial. Bella sin aspavientos y dócil cual ovejita, siempre alerta al implacable juicio de su marido y a los cien ojos que observan a través de las ventanas de un pulcro barrio residencial.

Joyce nos describe con maestría la atmósfera asfixiante que se respira en casa de los Hemmings, de tal manera que casi nos parece percibir, en la punta de la lengua, el regustillo metálico de la tensión. Hay el miedo soterrado en cada gesto, en cada mirada, en cada pequeño detalle. Nos preguntamos cuánto tiempo podrá soportar Diana, dulce ama de casa y madre de dos, cual será la primera grieta que resquebraje su máscara de esposa perfecta. El lector teme y espera ese momento casi tanto como ella misma.

Una escritora con muchas tablas

Rachel Joyce fue durante años una reconocida actriz de teatro y televisión, con papeles protagonistas en la Royal Shakespeare Company, el Royal National Theatre, la Royal Court y el Cheek by Jowl, antes de dedicarse a la escritura. Es autora de más de veinte obras dramáticas para Radio 4, la prestigiosa emisora de la BBC, y responsable de adaptaciones de grandes obras para Classic Series y Woman’s Hour.

“El año que duró dos segundos” supone su segunda incursión en la literatura, después de la espectacular acogida que tuvo su ópera prima, “El insólito peregrinaje de Harold Flyn”. Ambas obras hablan del arrepentimiento, la expiación y la fe del individuo en su propia fortaleza, y están narradas con un tono tan natural y sutil que se convierten para los lectores en auténticas lecciones de vida.

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