El gabinete de los delirios

Una de las ventajas inherentes a contar con un impresionante catálogo de material clásico de terror es la posibilidad de publicar, de cuando en cuando, una selección de lo mejor del mismo. En ocasiones, las antologías recogen los relatos más destacados de un autor, mientras que en otros casos lo que hacen es ofrecer una serie de historias recopiladas en base a un hilo temático común.

Y eso es precisamente lo que encontrará el lector en “El gabinete de los delirios”, una “antología de relatos sobre sabios locos”, editada por Valdemar en su colección El Club Diógenes, en la cual tienen cabida tanto piezas breves como novelas cortas. Un total de 17 textos surgidos de las inquietas mentes de algunos de los escritores más importantes de géneros como el terror y la ciencia-ficción.

Ciencia perversa

“El gabinete de los delirios” es un catálogo de seres extraños, cuyas acciones (si bien en algunos casos son bienintencionadas) acostumbran a tener terribles consecuencias. Así, encontramos a personas dotadas de capacidades “magnéticas” o hipnóticas, cuyo empleo conlleva finales trágicos, en relatos como “El magnetizador” de E. T. A. Hoffman o “Los hechos en el caso del señor Valdemar”, de Edgar Allan Poe. Sin embargo, la hipnosis da pie a una historia ciertamente divertida (la única de tono ligero en el volumen): “El gran experimento de Keinplatz”, de Arthur Conan Doyle.

Hay espacio también en la antología para relatos protagonizados por científicos interesados en la creación de vida artificial (“El maestro de Moxon”, de Ambrose Bierce) y el empleo de drogas con sorprendentes resultados (“El nuevo acelerador”, de H. G. Wells), así como historias que podrían verse como inspiración de obras posteriores, como “Las tres almas”, de Erckmann-Chatrian (en la cual se aprecian elementos comunes con el relato “Terror” de Clive Barker) o “La ventana abierta”, de Vincent Starrett (la cual nos ha traído a la memoria la más famosa creación de Thomas Harris).

La brujería y lo oculto aparecen, por su parte, en narraciones tan interesantes como “El retorno del brujo”, de Clark Ashton Smith (con referencias al infame “Necronomicón” incluidas) o “La novela del Sello Negro”, de Arthur Machen. Y mención aparte merecen dos historias que inspiraron en su día sendas películas: “Herbert West, reanimador”, de H. P. Lovecraft y “La mosca”, de George Langelaan.

Zombis lovecraftianos

Howard Phillips Lovecraft nunca nadó en la abundancia. De hecho, sus esfuerzos en el campo de la literatura, normalmente mal pagados, le obligaron a llevar una existencia precaria y a desempeñar labores tan poco atrayentes como ejercer de negro para otros autores o, como en el caso de “Herbert West, reanimador”, producir historias muy alejadas de su estilo habitual con el fin de cobrar un cheque que le permitiera seguir tirando. Así, si bien el relato en seis partes que nos ocupa (serializado en 1922 en la revista “Home Brew”) no deja de contar con elementos de interés, los estudiosos de la obra del genio de Providence siempre lo han considerado con uno de sus peores trabajos.

La cuestión es que, a pesar de no ser una narración especialmente lograda, la importancia de “Herbert West, reanimador” radica en su papel como fuente de inspiración para una de las películas más famosas basadas en la obra de Lovecraft. Nos referimos a “Re-Animator”, un festival de sangre, vísceras y suero fluorescente el cual, en su día, fue todo un acontecimiento en el ámbito de la serie B terrorífica. Con un sublime Jeffrey Combs en el papel del doctor obsesionado por devolver la vida a los muertos, el largo de Stuart Gordon cuenta con dos secuelas (la estimable “La novia de Re-Animator” y la infumable “Beyond Re-Animator”) y, a día de hoy, es considerado como un film de culto.

Sobre teleportación e insectos

La otra historia que ha dado pie a una serie de películas es “La mosca”, de George Langelaan. En ella conoceremos el triste destino sufrido por André Delambre, un científico que ha logrado construir dos cabinas entre las cuales puede tele transportar tanto objetos como seres vivos. La tragedia ocurrirá cuando, al probar su invento usándose a sí mismo como conejillo de indias, una mosca se introducirá inadvertidamente en la cabina, lo cual traerá consigo una combinación de genes que transformará a André en una criatura monstruosa.

“La mosca” tuvo su primera adaptación en 1958, de la mano de Kurt Neumann, con David Hedison como André Delambre, Patricia Owens como su esposa Helene y el gran Vincent Price en el papel de su hermano, François Delambre. El buen resultado obtenido por la película propició una secuela, “El regreso de la mosca”, estrenada un año después con Price ya como protagonista absoluto.

No obstante, mucho más interesante resultaría la relectura de la historia ofrecida por el director canadiense David Cronenberg en su remake de 1986. Protagonizada por Jeff Goldblum y Geena Davis, la película muestra con todo lujo de (repulsivos) detalles la transformación del científico Seth Brundle en un ser repugnante, recreándose a conciencia en lo que el film original se limitaba a sugerir. Tres años más tarde vería la luz “La mosca II”, una secuela a años luz de la obra maestra de Cronenberg cuya escasa repercusión puso punto y final, al menos de momento, a la saga cinematográfica.

Un magnífico volumen

“El gabinete de los delirios” es un volumen de pequeño tamaño, editado en tapa dura y cuidado hasta el más mínimo detalle. El diseño y las ilustraciones del mismo, realizadas por Óscar Sacristán, lo convierten en una pequeña joya.

El único pero que le ponemos desde El Mar de Tinta es la inclusión en la antología de “El testamento de Magdalen Blair”, un galimatías incomprensible e interminable perpetrado por Aleister Crowley, el cual destaca negativamente entre historias de una calidad muy superior. Con esa salvedad, el libro ofrece un mosaico de excelentes relatos que satisfarán al lector más exigente.

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