El horno huérfano

Los sueños tienen sus propias reglas de lógica.  Las sinapsis neuronales que hacen crepitar los impulsos eléctricos por nuestros cerebros poseen sus normas particulares. A veces podemos creer, incluso, que esa danza anárquica de imágenes y conceptos goza de una estructura inherente que de cerca o lejos no tiene forma sensata y sí del otro lado. Dicho esto, habrán quedado ustedes rumiando qué clase de discurso insólito acaban de leer. Algo similar es fácil inferir al terminar este título.

Vamos a enfrentarnos a una obra perturbadora en su concepto y su desarrollo.  Es fácil  pensar inmediatamente en “Cabeza Borradora”, la inquietante opereta de David Lynch quien, seguramente, se movería feliz entre estas viñetas. Como aquella, “El Horno Huérfano” tiene la textura de un sueño profundo. Ostenta un sólido armazón lógico y un pasar coherente, pero con SUS propias normas y SUS propias soluciones. Es de lectura ligera, pero de muy denso fondo. A poco que se pretenda ahondar en la racionalidad configurada por Rob Davis, todo se espesa de tal forma que puede requerir un esfuerzo hercúleo rasgar apenas la superficie. Ahora verán.

¿Realidad?

Scarper Lee morirá, como está programado, dentro de tres semanas. Y tampoco parece que eso le preocupe en exceso. Es el devenir natural de las cosas, y así ha de aceptarse. En un mundo donde los hijos crean a sus padres, tampoco puede ser tan raro que todo el mundo conozca la fecha exacta en la que morirá. Hasta que la aparición de una tormenta con forma de chica rubia llamada Vera Pike desmonta el confortable y conocido escenario de la vida de Scarper.

El horno huérfano

No podemos desgranarles mucho más del complicado guión de “El Horno Huérfano” porque tendríamos que repetir la obra completa casi página por página. La historia se articula sobre la base de un viaje iniciático, pero ramificándose cual fractal hasta que uno es incapaz de orientarse. Con una lectura superficial,  la narración parece tan lineal y simple como tantas otras de  estructura similar. Pero si nos detenemos a mirar alrededor, no dejaremos de hacernos preguntas. Una y otra vez. El libreto presenta unas situaciones que obligan al lector a cuestionarse el por qué y el por qué no. Y sin caer en el facilón deus ex machina, porque todo tiene su razón de existir y ocurrir. Eso sí, el muy tunante de Davis casi nunca va a dar la solución. Es un hábil argumento que queda abierto, esperando continuidad con zozobra.

El horno huérfano 2

Es un viaje iniciático en el que el adjetivo “raro” se queda corto para la descripción. Davis genera un universo tan particular como inquietante. Siempre parece que hay algo más detrás de cada rincón. Se puede advertir que la normalidad oculta un núcleo del que nadie quiere saber nada. En esto último nos recordó a “La gigantesca barba que era el mal”, donde también existe ese poso tenebroso que intenta vestirse de orden natural y que terminará por desencadenar el horror. Un horror que en “El horno huérfano” podemos anticipar pero que no veremos, porque el final vuelve a ser una incógnita con mayúsculas. Queda totalmente abierto para una continuación que parece estar en proyecto y que ya estamos esperando.

¡A dibujar!

¡Cómo nos gusta ver tanta devoción por la línea! En estos tiempos de polígonos extruidos es un placer para exquisitos una obra en la que el manchado y el trazo son los reyes absolutos. Rob Davis es todo un virtuoso del detalle, de la composición y de dar vida al blanco y negro. Nos va a recordar a los grandes monstruos de la plumilla: Bernet, Giménez, Caniff, Altuna, Kirby… Y aunque puede verse por Internet que gusta del uso de herramientas digitales, el resultado es totalmente analógico y brillante.

El horno huérfano 3

Davis tiene un estilo armonioso que adapta muy bien al contenido del guión. Los contrastes acusados de blanco y negro y las tramas grises que sirven de sombreado secundario tienen el sabor de las viejas historias de terror y de los clásicos del cine. Es una experiencia visual aplastante y gozosa. Emite amor por el detalle y la rigurosidad en la ambientación aun cuando el escenario sea tan surrealista e imposible como muchos de los que por sus páginas desfilan. La edición de La Cúpula es manejable y correcta, aunque nos hubiera gustado mucho una a tamaño mayor, para apreciar en todo su potencial el arte de Davis.

Polivalente

El británico Rob Davis comenzó a hacerse un nombre con su obra auto editada “Slang”. Su primer trabajo profesional fue en 1993 en el tebeo futbolero “Roy of the Trovers”, y no ha parado desde entonces. Ha dibujado para series tan conocidas como “Dr. Who” o “Juez Dredd”. Incluso se atrevió con una versión del Quijote que tuvo una buena aceptación. “El horno huérfano”, nominado a los premios Eisner de 2012, es su más reciente trabajo y creemos que supondrá su definitivo salto al estrellato.

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