El país de los ciegos

“En el país de los ciegos el tuerto es el rey”, reza el refrán. Hace cien años un narrador y filósofo británico, Herbert George Wells, demostró en un relato que los dichos nunca pueden tomarse al pie de la letra por una sencilla razón: corremos el riesgo de toparnos con la realidad. La edición de aniversario de esta pequeña joya la presenta Nórdica Libros.

Fue en 1904 cuando H. G. Wells publicó “El país de los ciegos” en The Strand Magazine, una revista mensual inglesa de la época. Wells nos devuelve a la América Latina de las colonias y a los hipotéticos efectos provocados por nuestros antepasados españoles.

Núñez, el rey sin corona

Un grupo de mestizos peruanos huye de los abusos del gobernador y van a parar a un lugar remoto de los Andes Ecuatorianos denominado El país de los ciegos. Aquel refugio frecuentado por exploradores termina aislándose a causa de fenómenos naturales devastadores y con el paso del tiempo se convierte en leyenda. Dicha leyenda dice que desde la “erupción del Mindobamba” allí se propagó una enfermedad por la que todos los descendientes nacen sin vista. ¿Por qué tras diecisiete días de oscuridad en Quito, desprendimientos de tierra, deshielos e inundaciones, El país de los ciegos empezó a hacer honor a su nombre?

Desconocemos la fecha exacta de los sucesos y la localización concreta de la historia. En todo caso el contexto podría ser entendido como un mero adorno. Tratar de averiguar el por qué de la extraña enfermedad nos alejaría del propósito final del cuento, centrado en la experiencia de un montañero llamado Núñez. Este intrépido y culto guía de montaña había viajado a Ecuador contratado por un grupo de ingleses ávidos de aventuras. Cuando iban a coronar uno de los picos de la zona él resbaló. Con inexplicable maestría para burlar a la muerte desembocó en un paraje olvidado, El país de los ciegos.

Pronto avistó un prado plagado de casas de construcción irregular. Núñez quiso llamar la atención de varios hombres gritando, pero a pesar de sus aspavientos aquellos hombres no parecían tener el sentido de la vista especialmente desarrollado. De esta forma el montañero avanzó hasta alcanzarles. En ese momento comprendió que no podían verle. “En el país de los ciegos el tuerto es el rey”, se repetía para sí Núñez, convenciéndose de la opción de dominarlos. Pero para su sorpresa él era quien más papeletas tenía de perder la batalla.

Condenados a la incomprensión mutua

“El país de los ciegos” es una historia corta pero intensa repleta de enseñanzas sin fecha de caducidad. La primera de ellas suena a frase hecha, empleada en exceso aunque pasada por alto a lo largo de los siglos: nadie es mejor que nadie. Si hubiésemos evolucionado hasta el punto de entender el verdadero significado, no harían falta políticas de discriminación positiva ni organizaciones dedicadas a la integración de los inmigrantes en sus países de destino. Éstos son sólo dos de los efectos más evidentes, si bien observamos la autoridad de unos sobre otros a cada instante.

Por desgracia, además de creernos superiores en según qué situaciones, ofrecemos una resistencia extrema a aceptar al diferente tal y como es. En el cuento, ni los ciegos escuchan los argumentos de Núñez, ni Núñez parece querer concebir la idea de que un grupo de ciegos le marque la hoja de ruta. De ahí obtenemos la razón de ser de las guerras, las campañas de colonización, el odio entre razas… Con la reedición de un relato de estas características quedan de manifiesto las debilidades de un mundo que dice llamarse a sí mismo globalizado.

Edición de lujo

Es urgente rescatar textos tan cercanos a las carencias de la humanidad para intentar hacer de nuestro entorno una versión mejorada del pasado. Se cumplen cien años de “El país de los ciegos” y Nórdica Libros le ha hecho un homenaje a la altura.

La brevedad de la novela ha permitido a los editores publicar una versión bilingüe, de modo que la primera mitad es la traducción al castellano de Íñigo Jáuregui y la segunda parte es la versión original. Encontramos tipografía grande alternando páginas de texto con ilustraciones en blanco y negro en la primera mitad y una tipografía menor en la mitad inglesa.

La colaboración especial viene de la mano de Elena Ferrándiz. Esta gaditana estudió Bellas Artes en la Universidad de Sevilla y ha tenido la suerte de dedicarse siempre a la ilustración para diversas editoriales. Algunas de ellas se pueden observar en este “Booktrailer” perfecto para abrir boca y dejarnos con la intriga sobre el futuro del montañero perdido.

Desde luego, resulta complicado hallar un libro de bolsillo tan completo. Ligero, de tapa blanda con solapas y un tamaño perfecto para llevar en el bolso o en la mochila de uso diario. Al margen de preferencias literarias este tesoro resultará atractivo a cualquier tipo de lector.

El novelista científico

Herbert George Wells vivió en una de esas épocas que hacen proliferar la creatividad al mismo ritmo que la violencia. Nacido en Bromley en 1866 y fallecido en Londres ochenta años más tarde, pasó por capítulos históricos de suma importancia. Hablamos de una importancia medible tanto a nivel mundial (la Segunda Revolución Industrial, el auge del capitalismo, la sociedad de masas, las dos grandes guerras, la continuidad del colonialismo…) como a nivel personal y profesional, dado que todos esos hechos influyeron en su trayectoria.

No es de extrañar, pues, que Wells sea conocido por la novela científica, un género de notorio interés público tras la Segunda Guerra Mundial. “La Máquina del tiempo” (1895), “La Isla del Dr. Moreau” (1896), “El hombre invisible” (1897) y “La guerra de los mundos” (1898), -adaptada al famoso guión radiofónico varias décadas después- son sus obras conocidas. Wells dedicó los últimos años de su existencia a defender el progreso y a criticar los recientes conflictos bélicos. Como vemos, un narrador y un filósofo político comprometido con la sociedad de su tiempo capaz de llegar a conclusiones extrapolables al mundo actual.

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