Kane

kaneportada¡Qué sería del cómic, de la literatura o del cine sin el género negro! Probablemente algo menos interesante. Y más soso y aburrido. Por suerte, los gángsters, policías corruptos, manguis y delincuentes siguen poblando páginas y páginas para nuestro solaz y alegría. Unas tienen más valor y otras menos, pero la obra que ahora recopila Dolmen estará encuadrada entre las mejores del género. Intentaremos no mostrarnos excesivamente entusiasmados al reseñar esta edición en dos tomos para coleccionistas. Pedimos perdón anticipadamente por si en algún momento nos revelamos como los fans histéricos de esta serie que somos en realidad.

El éxito del género policíaco se basa en mostrarnos la cara B de nuestra sociedad convertida en historias que nos cautivan. Son personajes inteligentes, hábiles y superiores al común de los mortales para bien o para mal, pero siempre dentro de los límites de lo humano. Héroes de carne y hueso que, de forma común, defienden valores positivos sin necesidad de vestirse con unas mallas apretadas que, amén de poco estéticas, dan la impresión de ser incómodas; dispensen ustedes la imagen. El aspecto de la Humanidad desde sus sentinas tiene poco de edificante, pero nos atrae.

El género ha evolucionado con el conjunto tribal que constituye la sociedad humana. Los gángsters y contrabandistas de alcohol se han ido sustituyendo paulatinamente por capos de la droga o ciberdelincuentes. Pero no ha sido cortapisa para mantener las bases estructurales sobre las que se levanta el género. Lleven sombrero y traje cruzado o se sirvan de ordenadores, la eterna lucha del bien contra el mal, la discusión interminable sobre la naturaleza final bondadosa o maligna del homo sapiens conforman la columna vertebral de unas historias que siguen vigentes y que parecen gozar de buena salud.

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La intensa belleza del horror

Personajes con miles de matices nos vamos a encontrar a paladas en “Kane”. Desde los protagonistas a los espléndidos secundarios. Aunque la mayoría de las veces se nos insinúa más que se nos cuenta, advertimos a la primera que los caracteres creados por Paul Grist tienen sustancia, fondo. Alma. Son seres tan reales como los que podríamos encontrar por la calle, o en una comisaría auténtica. Capítulo a capítulo, Grist nos va dando dosis pequeñas de las interioridades de cada uno. Con el uso de flash-backs, va construyendo la estructura para que los lectores terminen de rematar la tipología única de cada uno.

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Y dejando fuera todo maniqueísmo. Ni los defensores de la Ley son seres de luz perfectos e inmaculados ni los delincuentes son monstruos unidimensionales a los que la maldad les rebose por los poros. La dicotomía bondad/maldad no es absoluta, y podemos encontrar contradicciones, motivaciones y situaciones que la rompan. En ningún momento Grist pretende ejercer de predicador o de gurú. Crea unos personajes de gran riqueza y los hace actuar conforme al resultado, experiencias y vivencias de cada cual. Aunque para ello reaccionen de forma distinta a como deberíamos esperar de ellos.

Todas estas virtudes quedarían minimizadas si no hubiese alrededor una buena historia. Damos fe de que no es así. Los guiones están excelentemente construidos. Las tramas son atractivas y sus resoluciones brillantes. Tiene, además, el poder de hacernos sentir aquello que pretende. Hay situaciones divertidas y otras  violentas, pero se nos queda siempre un regusto amargo al final de cada historia. Una melancolía irrefrenable subyace en cada plancha, con el ejemplo más claro en la historia sobre el actor de televisión que acaba por creerse su propio personaje. Narrada con maestría y con toda la mala idea de dejarnos ese delicioso mal cuerpo que un buen drama te deja siempre.

Blanco y Negro (con mayúsculas)

El dibujo de Grist es simplemente excepcional. Recordemos, aunque se nos tache de «cansinos», que un dibujo excelente no es aquel que refleja con mayor exactitud la realidad. En el cómic, será un buen dibujo, pero no alcanzará el siguiente nivel mientras no sea vehículo de la narración, protagonizándola incluso. Y los trazos de Paul Grist narran mucho y muy bien. Su estilo esquemático, de apunte al natural, se nota trabajado y sufrido. Cada viñeta está planificada para figurar en su momento justo y con la composición necesaria. Aunque sea ésta una divertida locura compositiva.

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Maqueta cada plancha con absoluta anarquía para que el efecto conjunto alcance niveles que rememoran a los viejos maestros de la plumilla y la tinta china. Obvia el detalle excesivo para centrarse en la elasticidad general de los dibujos, entendida como su capacidad de expresión y descripción. Se permite jugar con la repetición milimétrica de viñetas, el tamaño y la ubicación de éstas y cualquier otra que se le ocurra para lograr un conjunto visual de una belleza superlativa. Y el manchado. Ah, el manchado. Desde José Muñoz o Jordi Bernet no se conocía una habilidad manchando viñetas de tal calibre, usando el  juego luz/sombra en muchas ocasiones de forma majestuosa.

Resumiendo, que no nos gusta pecar de prolijos: si en su colección de tebeos falta “Kane”, nunca estará completa.

Un inglés en los dominios de Estados Unidos

Paul Grist nace en 1960 en Sheffield (Inglaterra). Tras publicar “Buglar Bill”(inédito en España), y tener muchos problemas con la editorial se lanzó a autoeditarse para no perder el control sobre sus propias obras. Así salen a la luz “Kane” y el superhéroe más peculiar salido de las Islas Británicas: “Jack Staff”.

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En 2011 crea el personaje “Mudman”, superhéroe adolescente muy del gusto del público estadounidense, al que se dedica actualmente casi en exclusiva.

 

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