La corona de hielo

La ya inmortal saga del Mundodisco de Terry Pratchett, que ya ha alcanzado la friolera de treinta y nueve novelas, se estructura en diferentes arcos argumentales. Los más populares podrían ser los centrados en las aventuras de la Guardia de Anhk-Morpork, el mago Rincewind y las brujas de Lancre, englobados todos en lo que sería la versión del peculiar universo del autor británico destinada a lectores adultos.

Ahora bien, también existen en el Mundodisco historias dirigidas a un público juvenil (aunque catalogar por edades los libros de Pratchett resulta, cuanto menos, discutible: cualquier edad nos parece adecuada para disfrutar con ellos). Por un lado tenemos “El asombroso Mauricio y sus roedores sabios”, novela ganadora de la prestigiosa Carnegie Medal en 2001. Y luego está la serie de aventuras protagonizadas por la encantadora Tiffany Dolorido.

Un baile accidentado

En «La corona de hielo«, la joven Tiffany continúa con su aprendizaje, en esta ocasión junto a la anciana señorita Traición, una bruja ciega que puede usar ojos ajenos para ver cuanto le rodea. Cuando una noche ambas asisten a la ejecución de un baile que simboliza la transición entre el verano y el invierno, Tiffany se unirá a la danza sin apenas ser consciente de haberlo hecho.

A consecuencia de tan irreflexiva acción, la joven Dolorido se verá imbuida del espíritu de la Dama del Verano y se convertirá en objeto de deseo (casto y puro, por supuesto) del Forjador de Invierno. Cuando su poderoso admirador incluya el rostro de la muchacha en todos los copos de nieve, haga que la escarcha escriba su nombre en los cristales o, lo que es peor, cree inmensos icebergs a su imagen y semejanza, será evidente que haber enamorado a un ser elemental puede resultar sumamente molesto. Sobre todo si, además de lo anterior, un invierno perpetuo amenaza con asentarse sobre el Mundodisco al completo.

Los mejores aliados

Una vez más, la valerosa Tiffany se ve inmersa en un soberano berenjenal sin comerlo ni beberlo. Así, aunque ya ha demostrado en aventuras anteriores su capacidad para salir de cualquier atolladero, es bien cierto que nunca le ha venido mal contar con un poco de ayuda.

En esta ocasión, la intervención de Yaya Ceravieja (quien podría fácilmente ser considerada como la líder de las brujas, si es que las brujas consideraran como válida la idea de tener un líder) resultará fundamental. Y también echará una mano la buena de Tata Ogg, la abuela que todos quisiéramos tener (fundamentalmente porque no dudaría en irse de copas con nosotros, y todo el mundo sabe que NADIE se atrevería a pedirle a cobrarle a una bruja consumición alguna).

También hay que mencionar al joven noble Roland de Chumsfanleigh, quien tendrá que convertirse en héroe a marchas forzadas para acudir en auxilio de su admirada (ejem) Tiffany. Y, por supuesto, no podemos olvidarnos de cierto grupo de peculiares seres azules que bien merecen su propio apartado.

Los Nac Mac Feegle

Los feegles son pequeños, azules y pelirrojos. También son juerguistas, camorristas, bebedores empedernidos y muy amigos de lo ajeno. No conocen el miedo, y son (parafraseando cierta canción de nuestra infancia) “más de siete veces más fuertes que tú”. Si a todo lo anterior añadimos su costumbre de moverse en grupo, queda claro que no sería muy buena idea enemistarse con ellos.

Afortunadamente, por determinadas circunstancias los Nac Mac Feegle de la región natal de Tiffany Dolorido la consideran una de los suyos. Por lo tanto, la vigilan constantemente para velar por su seguridad, y están dispuestos a hacer cualquier cosa por ella. Como se ha demostrado antes, y vuelve a ocurrir en “La corona de hielo”, las habilidades únicas de los feegles (entre las que se cuenta la capacidad de entrar y salir de cualquier parte, esté donde esté) resultarán sumamente útiles. Porque estos pequeños hombres azules (que se expresan con un dialecto que parece hibridar gallego, bable y castellano antiguo) tendrán sus defectos, pero a valientes y honorables no les gana nadie.

Terry Pratchett: ese Genio

Hay autores inimitables cuya obra cobra vida más allá del papel. Autores que, con cada nuevo libro, añaden otro bloque de sólida roca a una suerte de fantástico castillo en cuyo interior nos sentimos tan bien que casi resulta doloroso abandonar sus confortables estancias.

Sir Terry Pratchett es uno de esos autores. Su desbordante imaginación, el talento que demuestra cada vez que se enfrenta al reto de la página en blanco, la habilidad con la cual emplea la sátira para obligarnos a reflexionar mientras disfrutamos con las peripecias de sus personajes… Son tantas las razones por las cuales consideramos al autor británico un genio, que enumerarlas excedería con mucho el espacio disponible.

Lamentablemente, el padre del Mundodisco padece Alzheimer. Recientemente ha comentado el propio Pratchett que será su hija Rhianna la encargada de continuar con la saga cuando el ya no pueda hacerlo. Ignoramos cuál será el resultado una vez el testigo cambie de manos. Tal vez la heredera de Terry Pratchett haga un buen papel. Tal vez no esté a la altura. Sea como fuere, confiamos en que el momento de averiguarlo llegue lo más tarde posible.

Tiffany de las colinas

Las andanzas de Tiffany Dolorido abarcan, hasta el momento, cuatro novelas. Se iniciaron en “Los pequeños hombres libres”, y continuaron en “Un sombrero de cielo”, en la obra que nos ocupa y en “I Shall Wear Midnight”, todavía inédita en nuestro país (aunque imaginamos que no por mucho tiempo).

Con “La corona de hielo”, sólidamente editada en tapa dura con sobrecubierta (algo poco habitual cuando se trata de libros del Mundodisco), Plaza y Janés continúa su ya longeva asociación con la obra de Terry Pratchett. Evidentemente, la lectura de esta excelente novela resulta mucho más satisfactoria si se conocen las anteriores, así como el universo en el cuál se ubican. No obstante, cualquier lector podrá sumergirse en la historia, aunque desconozca la existencia del mundo en forma de disco que vaga por el espacio infinito a lomos de cuatro elefantes posados sobre el caparazón de una inmensa tortuga.

En El Mar de Tinta estamos seguros de que ese hipotético lector, tras disfrutar con la obra que nos ocupa, se lanzará de cabeza a por el resto de libros de Pratchett.

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