La sirena y la señora Hancock

En esta era internauta en la cual todo se hace deprisa y corriendo, es maravilloso encontrar escritores que disfrutan con los detalles más nimios. Imogen Hermes Gowar posee una pluma sutil, bella. “La sirena y la señora Hancock” derrocha sensualidad y poesía. Este debut, al que Siruela ha dotado de una fuerte presencia gracias a su portada, hará las delicias del lector más sibarita.

Como historiadora que es, Gowar ha sabido recrear la ciudad de Londres en plena época georgiana de forma magistral. Sus descripciones sorprenden, así como el cuidado que ha puesto en el uso del lenguaje del siglo XVIII. Un escenario en el que las cortesanas, las sirenas más influyentes de la historia, toman la batuta. Si se dejan llevar por su canto, no quedarán defraudados.

El deseo de una mujer                                                                            

El señor Jonah Hancock, armador de profesión, es todo un hombre de negocios. Serio, honrado y viudo. La última empresa marítima en la que se ha embarcado no ha terminado como esperaba. Su flamante barco ha sido vendido por el capitán del mismo a cambio de un tesoro que, según el marinero, le hará más rico que nadie: el cadáver momificado de una pequeña sirena. En principio no parece gran cosa, pero la mente pragmática del señor Hancock urde un plan. Decide mostrar su sirena al mundo, cobrando entrada.

La sensación llega a oídos de la alcahueta más famosa, la señora Chappel, quien no duda en alquilársela al armador y presentarla “en sociedad”. El resultado no es del agrado del señor Hancock, poco acostumbrado al desenfreno. Pero llama la atención de una hermosa cortesana, Angélica Neal. Para conseguir su favor, a cambio deberá proporcionarle un regalo desorbitado. Una sirena viva. El pobre armador se ve en un aprieto, pero no cejará en su empeño de conseguir los favores de tan cautivadora dama.

Dimes y diretes

El debut literario de Imogen Hermes Gowar es todo un descubrimiento. Ha triunfado en el extranjero, siendo traducida a varios idiomas. En El Mar de Tinta también hemos sucumbido a estos cantos de sirena. Goza de amplios conocimientos históricos, que en algunos pasajes pueden resultar abrumadores. Sin embargo, la fuerza del lenguaje hace que se convierta en un auténtico deleite. Va más allá de lo sensorial en su descripción de la vestimenta, la comida, los modos de comportarse. Una ventana abierta al mundo cortesano, lleno de luz, color y deleites; pero también oscuro, sórdido y peligroso.

[quote](…) están los que no han hallado su sitio en él y han caído al arroyo, como caen los tornillos de una compleja maquinaria. En esta ciudad de un millar de oficios, las mujeres siempre acaban recalando en uno solo, como si sintieran la llamada de algo.[/quote]

Existe una especie de empatía implícita hacia los más desfavorecidos, sin dejar por ello de mostrar su lado más cruel. La señora Neal, teatral donde las haya, es toda una belleza experta en su profesión. Y sin embargo, se muestra débil de carácter, voluble en sus apetitos lo que, obviamente, le lleva al desastre. Se da de algún modo un equilibrio en la trama. No todo el mundo es malo del todo, pero tampoco son buenos. Las cortesanas y alcahuetas son mujeres que tratan de sobrevivir y ser libres, cada una a su modo. En una sociedad tan pautada, sólo se consigue a través de dos caminos: la prostitución de alto copete o el matrimonio.

Por otro lado, el señor Hancock es un ejemplo de galán algo torpe. No es atractivo, ni joven; pero si trabajador y amable. Un hombre que, pese a su riqueza, se ha hecho a sí mismo a través de la adquisición de productos de ultramar. Su fijación hacia la señora Neal es más una respuesta a su soledad que un deseo coital. Su simpleza se hace simpática y sirve muy bien de contrapunto al mundo femenino. Los contrastes marcan el desarrollo de los acontecimientos. Brillo y esplendor por un lado, candidez y llaneza, por otro. El deseo carnal frente a la reflexión metódica. Un juego de luces que funciona muy bien y nos hace olvidar la presencia de un ser extraño. El tercer punto. La sirena.

Cantos de sirena

El título de la novela nos dejó perplejos al principio. Existe un señor Hancock, pero siendo este viudo, ¿dónde quedaba la señora? Y aquí entra el juego de artificio más sorprendente. “La sirena y la señora Hancock” puede parecer el clásico romance entre un hombre taciturno y una mujer “alegre”, al estilo Austen. Pero Gowar le da un giro completo a la trama y apunta hacia lo fantástico. Evidentemente, hay una sirena que es la que arranca la acción y conecta a los personajes entre sí. Casi un prertexto para sembrar la simiente de una segunda trama, más extraña e introspectiva, pero igual de brillante.

Sin salirse del estilo pulcro y cuidado que se respira, la autora dota a la historia de una nueva panorámica, esta vez usando la campiña británica como telón de fondo. Parece artificioso y no lo es. Imogen Hermes Gowar crea dos novelas en una que se complementan a la perfección. Una osadía que, bien mirado, podría resultar confusa. Estamos ante un talento innato para contar historias interesantes, con personajes ricos, complejos. Una novela de calidad.

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