Las flores de la guerra

Diciembre de 1937. El ejército japonés acaba de invadir la capital china como consecuencia del proyecto expansionista en el continente asiático. La masacre que tiene lugar a continuación es un hecho sin precedentes: casi 300.000 personas fueron asesinadas en Nanjing, escenario de la novela “Las flores de la guerra” escrito por Geling Yan y publicado por Alfaguara en lengua española.

Nos encontramos en la antesala de la Segunda Guerra Mundial. No presenciamos un campo de batalla, sino una iglesia estadounidense a modo de refugio para dieciséis niñas de trece años. Sus protectores son el padre Engelmann y el diácono Fabio Adornato. “Las flores de la guerra” rompe con el molde de las novelas históricas donde priman las trincheras y los soldados. Aquí destacan los nombres de mujer, los de preadolescentes y los de prostitutas que tendrán que aprender a utilizar la misma barra de medir: vivir o morir, el resto carece de sentido.

Niñas de guerra

Para las alumnas de la Escuela Santa María Magdalena la invasión supuso un contratiempo en su salida de la ciudad. El padre Engelmann y su ayudante Fabio las habían acompañado hasta el río donde tomarían un ferry. Sin embargo, toparon con un grupo de soldados chinos que escoltaban a heridos de gravedad. Era urgente sacarles de allí. De esa manera no les quedó más remedio que esperar al siguiente barco. Regresaron a la iglesia y los religiosos acomodaron a las muchachas en el desván, lejos de los ojos de los malintencionados japoneses que poco tardarían en llegar.

La cabeza visible de las menores es Shujuan. Casi todas eran huérfanas; ella constituía uno de los casos excepcionales, pero culpaba a sus padres de su dramática situación. A su padre se le había presentado la oportunidad de trabajar en Estados Unidos durante un año. Sólo se llevaría a la hija pequeña, pues aún no estaba en edad escolar. Shujuan lo interpretó como una evidencia de desigualdad en el trato recibido por sus padres respecto a su hermana.

Al poco de aposentarse en la habitación que los curas extranjeros habían preparado para ellas, un grupo de prostitutas se agolpa en los muros que rodean la iglesia. Dicen no tener dónde ocultarse y piden clemencia. Antes de “mujeres de vida alegre” son personas y como tales merecen un trato humano. Finalmente aceptan darles techo. Las jóvenes estudiantes ven en ellas una amenaza clara: tocarían a menos comida y tendrían que escuchar cada día su vulgar forma de expresarse. Aquellas no eran mujeres dignas de respeto.

La muerte toca la puerta

Salvarse de los asesinatos masivos a manos de los japoneses era empresa complicada. Cualquier engañifa valía para lograr la rendición de los chinos, tan sedientos de paz como hambrientos de víveres prometidos por los enemigos. Dos jóvenes guerreros, Li Quanyou y Wang Pusheng, escapan de una ratonera creada con perspicacia por el bando triunfador.

El Comandante Dai sobrevive también y haciendo acopio de valor consiguen llegar a la puerta de la iglesia. Contar con el beneplácito de los curas costó sangre, sudor y lágrimas, literalmente. Si el ejército japonés se acercaba a registrar y localizaba a soldados chinos, la neutralidad de los religiosos y el bienestar de sus protegidas dejarían de estar avalados.

Estilo pausado y descriptivo

Geling Yan se siente cómoda creando ambientes y provocando en el lector un progresivo sentimiento de empatía hacia los personajes. En ello invierte gran parte de la novela, pues hasta más o menos la mitad del texto parece no tener prisa en generar una tensión a todas luces inevitable. Predominan las descripciones y los diálogos en la iglesia, los conflictos surgidos a raíz de la falta de comida y la presencia de las prostitutas, vistas por las estudiantes como una amenaza clara hacia su supervivencia.

El nerviosismo aumenta gradualmente con los militares chinos heridos capitaneados por el comandante Dai buscando refugio. Un total de 254 páginas divididas en 17 capítulos nos transportan a una historia de miedos e incertidumbres que terminará poniendo a clérigos, niñas, prostitutas y soldados al mismo nivel, un nivel en el que ninguno tiene la garantía de salvarse sea cual sea su posición ideológica o su clase social.

Del papel a la pantalla

Mientras en España se libraba la Guerra Civil y en Europa campaban a sus anchas los totalitarismos alemán e italiano, al otro lado del mundo una ciudad era asaltada y un ejército violentaba a todo aquel que se cruzaba en su camino.

Por fortuna, las investigaciones no han cesado y la publicación de textos que arrojan nuevas perspectivas a cerca de la tragedia tampoco. Por ejemplo, el año pasado con motivo del 75º aniversario salieron a la calle cuatro obras: «Los años sangrientos de Nanjing: Diarios, cartas y textos de Minnie Vautrin de 1937 a 1938»; «Los archivos de diplomáticos estadounidenses: Las atrocidades japonesas y sus consecuencias en Nanjing»; «Una introducción al estudio de la paz»; e «Historia viva: Poemas y retratos de los supervivientes de la Masacre de Nanjing».

Aunque el libro que nos compete es ficción, es indudable su estrecha relación con la realidad. Geling Yan nació en Shangai en 1958 y desde muy jovencita sintió la necesidad de formar parte activa de la vida política de su país, uniéndose al Ejército Popular de Liberación con tan sólo trece años. Ha publicado más de dos decenas de títulos, el último del que tenemos constancia “Las flores de la guerra” (Primera Edición bajo el sello Alfaguara traducido al castellano por Nuria Pitarque en febrero de 2012).

El éxito ha acompañado a esta escritora asiática hasta el punto de ver su obra convertida en la producción cinematográfica más cara de la historia de China. Adaptada a la gran pantalla por Zhang Yimou y protagonizada por Christian Bale interpretando al sacerdote americano, en España se estrenó el pasado mes de marzo. A pesar de lo sencillo que resulta conocer un relato a través de imágenes, nosotros les recomendamos empaparse antes de las escenas generadas en su mente. Hagan caso a su imaginación, ella les orientará por el buen camino.

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