2312

2312Kim Stanley Robinson regresa al terreno de la ingeniería planetaria que ya explorara en la trilogía de Marte. Con una trama ambientada trescientos años en el futuro, el autor conquista el premio Nébula y especula sobre un sustrato de facciones planetarias, personajes centenarios y la impresionante tecnología de crear biomas en el espacio.

La muerte de su abuela, la persona más influyente de Mercurio, conmueve a Cisne Er Hong. Este inesperado suceso provocará varios encuentros que empujarán a Cisne a viajar por el Sistema Solar y verse inmersa en una investigación policial de ámbito interplanetario.

La exploración como valor central

La novela nos sitúa en el s.XXIII. La humanidad ha colonizado el Sistema Solar. Una vez terraformado Marte, las expediciones se atrevieron con Venus, y también con las lunas mayores de los gigantes gaseosos. Sin embargo, las nuevas técnicas de ingeniería planetaria no eran tan sencillas de aplicar en la propia Tierra, un planeta devastado por las consecuencias del cambio climático. Terraformar la Tierra había resultado ser una empresa mucho más difícil que cualquier intervención en la atmósfera de Titán, ya que, por un lado, las condiciones de vida se mantenían en un precario equilibrio que era necesario mantener, y por otro, las decisiones no dependían de un pequeño comité, como era el caso de los primeros asentamientos espaciales.

Cisne vive en Terminador, una ciudad —nombrada ya en la trilogía de Marte— que se desplaza a lo largo de raíles con el amanecer de Mercurio. De hecho, el futuro planteado en “2312” supone una extrapolación del ya planteado en su momento en “Marte Azul”. Durante el periodo histórico referido en los libros de texto como el Accelerando, la humanidad se dispersó por el Sistema Solar aprovechando las posibilidades abiertas por los nuevos avances tecnológicos. Esta novela nos sumerge en un periodo posterior, de facciones divididas, al que los historiadores han puesto el nombre de Balcanización.

La construcción de terrarios constituye una vuelta de tuerca de la tecnología que permite crear condiciones compatibles con la vida fuera de la Tierra. Siguiendo y distanciándose a su vez de la propuesta de Gerard K. O’Neill, se trata de asteroides perforados, en cuyo cilindro interior se construye un paisaje habitable. Tras aplicar la velocidad de rotación adecuada para imprimir una gravedad conveniente al interior, estos hábitats se convierten en reservas (de suelo, plantas y animales) o en experimentos, donde se combinan elementos que no habían sido mezclados en condiciones naturales en la Tierra.

Impacto social

Kim Stanley Robinson esboza en su trayectoria novelística varios aspectos del cambio social inducido por un desarrollo tecnológico que permitiera, por ejemplo, alargar significativamente la vida humana o bombardear la superficie de un planeta con meteoritos para cambiar su rotación y elevar la temperatura de su atmósfera.

En el futuro de “2312” los tratamientos de longevidad hacen posible que los seres humanos puedan vivir más de doscientos años. Es difícil de imaginar la actitud de una persona que, al igual que los personajes de la novela, supere el centenar de años y siga habitando un cuerpo joven. Una modificación tan drástica de la esperanza de vida media ha de cambiar completamente la estructura de la sociedad. Cuando se convierte en un hecho improbable, el miedo a la muerte se hace más patente, si cabe. Una inquietud que el autor se reserva para algunos personajes. Pero otra consecuencia directa es que la gente tiene un pasado muy largo, que a veces pesa demasiado, en el que se conciben amores y desamores, pérdidas y situaciones que parecen sacadas de una vida distinta. La propia Cisne, afronta la abundancia de tiempo con una suerte de decadencia: con el riesgo y el arte, la experimentación de todo tipo de transgresiones, la urgencia de vivir.

Otro rasgo significativo de esta prospección es que el rol de género se difumina (o se enriquece). La cirugía hace posible que abunden categorías intersexuales como andróginos y ginandromorfos. También cambian, naturalmente, los modelos familiares. En esta línea, por ejemplo, conocemos por medio de Wahram (embajador de la Liga de Saturno) las guarderías de Titán, una especie de matrimonio de grupo cuya finalidad principal es educar a los niños.

La exploración espacial ha requerido un desarrollo acorde de la propulsión, provocando la disminución de las distancias. Una intrincada red de transportes hace posible viajes interplanetarios de varias semanas de duración. La estructura de la novela transmite esta sensación, desarrollando la acción de cada capítulo en diferentes escenarios.

Descripción densa

Kim Stanley Robinson nos tiene acostumbrados a una prosa densa. Sus descripciones son largas y detalladas, hace uso de una gran riqueza conceptual y desarrolla a los personajes de una manera profunda, que hace que los conozcas y te familiarices con sus reflexiones. Es algo que funciona bastante bien, especialmente en la Trilogía de Marte.

Sin embargo, la combinación en “2312” de este estilo y una estructura compuesta por capítulos cortos, cuya acción discurre en diferentes planetas, convierte su trama en una mecha que no prende. Tenemos la sensación de que este tipo de prosa congenia mejor con el ritmo sosegado, continuado, que el autor ha preferido en otras obras como “Icehenge” o “El sueño de Galileo”, cuyos frutos se recogen a lo largo de las páginas. Algo que en “2312” se hace solo en algunos capítulos que contrastan claramente con el resto, por entrar en el plano psicológico de los personajes, a través, por ejemplo, de la música clásica o el discurso existencialista, del que el autor ya se sirviera en “Los marcianos”.

Especialmente el ritmo no termina de repuntar debido a que los capítulos se alternan con lo que en la novela se llaman listas y extractos, que no son más que enumeraciones o compendios de párrafos inconexos —al menos en la forma— que complementan el argumento dando información del trasfondo político y social en que se desarrolla la acción, pero que truncan la lectura.

No obstante, no queremos con ello eclipsar los puntos fuertes de la novela, y desde El Mar de Tinta resaltamos la genialidad de Kim Stanley Robinson a la hora de concebir un futuro que, si bien se muestra muy optimista con la exploración espacial, está basado en extrapolaciones de la tecnología actual, cargado de ideas ingeniosas y muy detalladas acerca de un campo que el autor conoce muy bien: la terraformación. Y lo más atractivo es que lo hace sin menoscabar una lectura romántica —más bien avivándola—, brindando imágenes tan sorprendentes como el eterno amanecer de los caminantes solares de mercurio, las olas de los anillos de Saturno o la decadencia de las ciudades terrestres sumergidas en el mar.

Un gigante de la ciencia ficción dura

Kim Stanley Robinson es uno de los máximos exponentes de la ciencia ficción dura. Su obra cumbre, sin lugar a dudas, es la Trilogía de Marte, tres volúmenes (“Marte rojo”, “Marte verde” y “Marte azul”) ampliamente laureados, que recogen el proceso de terraformación del planeta rojo desde prácticamente todos los aspectos posibles.

Además de la mencionada trilogía, el autor ha escrito un abanico de títulos  —y todos ellos han ido apareciendo en nuestro país de la mano de ediciones Minotauro— como “Icehenge”, la que fue su primera novela y donde utiliza como excusa un supuesto monumento de hielo en Plutón para indagar en la memoria histórica; “Tiempos de arroz y sal”, siete siglos de historia alternativa; “Los marcianos”, una antología de relatos complementarios de la Trilogía de Marte; “Antártida”, donde teje un entramado político social en torno al continente helado; “Señales de lluvia”, cuya acción se canaliza a través de la preocupación por el cambio climático; o “El sueño de Galileo”, que tiende un puente entre la biografía del astrónomo y una trama futura que discurre en las lunas jovianas.

Con su última novela hasta la fecha, “2312”, Kim Stanley Robinson ha vuelto a conquistar el Nébula y a profundizar en su particular visión prospectiva del Sistema Solar.

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