Criadas y señoras

Hace unas décadas hubiese sido inimaginable que un libro como “Criadas y Señoras” alcanzara el éxito y fuese digno merecedor de un guión de película. Los tiempos, para bien o para mal, cambian, y los lectores y críticos saben apreciarlo. Su primera edición en castellano salió en 2010 y ya van nueve…sin contar la edición especial de las pasadas Navidades publicada por Ediciones Maeva.

A Kathryn Stockett le deben de gustar los retos. Sacar a relucir los pormenores femeninos de la alta sociedad norteamericana a través de sus criadas negras es un órdago en toda regla. “Criadas y Señoras” entona el canto a la libertad, un homenaje a quienes más sufrieron durante la segregación racial. Nadie sabía en los sesenta que el siglo XXI vería llegar a la Casa Blanca al primer presidente negro, ni que por cada esquina surgiría un nuevo motivo para avergonzarse del pasado. Esta obra forma parte de tantos otros motivos.

Ser negro en Misisipi, 1962

En los años sesenta las leyes Jim Crow establecían la desigualdad entre blancos y negros en los estados del sur. Por poner algunos ejemplos, los negros no podían ir a los mismos colegios, comer en los mismos restaurantes o utilizar los mismos autobuses y retretes públicos que sus compatriotas de piel blanca. Juntos pero no revueltos, solían decir. El racismo era a todas luces la herencia de la esclavitud experimentada no hacía demasiado.

Uno de los trabajos comunes entre las mujeres negras consistía en servir en casas de gente adinerada, lidiando con las señoras y criando a sus hijos. En aquellas casas no debieron faltar personalidades muy similares a las de Aibeleen y Minny, mujeres fuertes cuyas funciones diarias se desempeñaban a menudo en un ambiente de humillación constante…sólo por su color. Desde que tenían uso de razón habían aprendido a odiar mientras asumían como inamovible el orden social establecido.

El libro arranca con la historia de Aibeleen. Tras perder a su único hijo vive sola en el barrio negro de Jackson (Misisipi). El dolor empieza a cicatrizar gracias a Mae Mobley, una niña de dos años prácticamente ignorada por su madre, la Señorita Leefolt, para la que trabaja Aibeleen. Su relato en primera persona se alterna con el de su amiga Minny, otra criada más joven caracterizada por tener la lengua larga y meterse en líos, el último con Miss Hilly, presidenta de la Liga de Damas de la ciudad.

Valor para llevar la contraria

El punto de inflexión en sus vidas lo aporta Miss Skeeter, amiga de Miss Leefolt y Miss Hilly. Ella es la única con carrera universitaria, grandes aspiraciones laborales y sin marido a la vista. Ir contra corriente constituye su rasgo identificativo. También pertenece a la Liga de Damas en calidad de editora del boletín informativo.

Un día, durante la habitual partida de bridge en casa de Miss Leefolt, escucha escandalizada la “Iniciativa de Higiene Doméstica” propuesta por Hilly para que el servicio de color tenga su propio baño en el exterior de las casas de sus jefes. De esta manera, dice Hilly, evitarán el contagio de enfermedades. Orgullosa de su propuesta pide a Skeeter que lo incluya en el próximo boletín.

A pesar de que en aquellos años las tensiones entre blancos y negros se palpaban en las calles, (en ocasiones saldadas con asesinatos) y de que no estaba bien visto que un blanco manifestase su rechazo a la segregación racial, Skeeter decide embarcarse en un proyecto literario cuyas protagonistas serían las criadas.

Aibeleen es la primera en sumarse al plan, al principio desconfiada y con el lógico miedo a ser descubierta haciendo algo ilegal; después consciente de la necesidad de defender los derechos de sus compañeras y los suyos propios. Se refugiarían bajo el anonimato, la baza perfecta para intentar captar a otras colaboradoras.

Años decisivos en EE.UU

La mayoritaria ficción de “Criadas y Señoras” no pasa por alto ciertos acontecimientos de los que todos hemos oído hablar en los medios de comunicación y en los centros educativos desde muy temprana edad. La década de los sesenta fue rica en cuanto a movimientos sociales y actos de rebeldía pacífica encabezados por Martin Luther King. El propio John Kennedy se atrevió a batallar con los segregacionistas y propuso medidas de igualdad antes de morir tiroteado en 1963.

En la novela es significativa la narración de la muerte de Medgar Ever, secretario de la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color. En el asesinato estaba supuestamente involucrado un miembro del Ku Klux Klan. Aibeleen reflexiona tras escucharlo en la radio: “Me entran arcadas y las lágrimas me resbalan por las mejillas. Toda esa gente blanca que vive alrededor del barrio de color me asusta. Blancos con armas que apuntan a los negros. ¿Quién va a protegernos? No hay policía de color.”

La lucha por los derechos civiles, el acabar con el sentimiento de pertenecer a una casta inferior y la búsqueda incansable de la dignidad engrandecen el espíritu de las protagonistas de “Criadas y Señoras”. Al analizar sus testimonios comprendemos la realidad de sus palabras.

Para los cinéfilos

“Criadas y Señoras” (título original “The Help”) se convirtió en película a cargo de Tate Taylor y en 2012 recibió el Oscar a la mejor actriz Secundaria (Octavia Spencer en el papel de Minny). La labor de síntesis es encomiable, incluso la caracterización de las actrices resulta perfecta, tal y como cualquiera se las puede imaginar leyendo.

Sin embargo, nada se compara a los detalles del texto, capaces de involucrarnos en la historia dando lugar a la risa, los nervios o la preocupación. He ahí la riqueza de la literatura bien aprovechada, además de suponer una clara continuidad hacia el camino de la equidad humana, todavía un desafío en el presente.

Una respuesta a «Criadas y señoras»

Responder a Colas de Sirena Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *