El jardín de la memoria

Si tuviéramos que definir la obra de Lea Vélez con tan sólo tres palabras, diríamos que “El jardín de la memoria” es un testimonio pequeño, bello y valiente. La editorial Galaxia Gutemberg nos trae en primera persona la lucha de una mujer contra el olvido de la muerte, y su rotunda victoria final.

En Buckinghamshire, al sur del Londres, se encuentra el cementerio de Aylesbury, también conocido como “El Jardín de la Memoria”. No es un sitio triste ni deprimente, todo lo contrario: hay hiedra, ángeles, robles centenarios, y planea sobre el lugar ese aura romántica tan común en los cementerios del Reino Unido. Entre sus lápidas se respira paz interior y también la descarnada belleza de lo que está muerto y en paz.

Su homónimo literario, “El jardín de la memoria” de Lea Vélez, comparte ese mismo espíritu: con una prosa que desarma por su sinceridad, la autora nos narra en primera persona la decadencia y muerte de su marido en aquel otoño trascendente, “el otoño en el que tu me enseñaste a vivir y yo te enseñé a morir”.

La almoneda de Lea

Hay mentes que son como maravillosos desvanes, donde hasta los más extraños retales de la memoria (aquel chiste privado, las cartas de ese niño que murió joven, una cámara Leica como la de Robert Capa) tienen cabida y acaban encontrando su utilidad. La autora afirma que su mente, más que un desván, es como una almoneda: todos los artículos allí expuestos merecen ser guardados “porque para algo valdrán”.

Entre tanta abundancia de objetos y recuerdos, tres son las historias que Lea perfila para nosotros. La primera tiene como protagonista a Francesc Boix: español, republicano y superviviente testimonial del horror de Mauthausen. La segunda es la historia de los Collinsons, una familia inglesa golpeada por la desgracia. La tercera es su propia historia, la enfermedad y posterior muerte de su marido. Las tres narraciones están relacionadas y las tres son, por supuesto, totalmente verídicas.

Con la historia del republicano, la muerte alcanza cotas inhumanas y la lucha contra el olvido se torna por lo tanto heroica, un deber para con la Humanidad. El tono se dulcifica con la historia de Stephen Collinson y su familia, se vuelve más íntimo, más personal. Y la auténtica catarsis llega con Lea y George, un matrimonio unido bajo las alas de una Muerte que ha sido para ellos presencia silenciosa y casi parte de la familia.

La almoneda de Lea, con sus trastos, cachivaches y recuerdos imposibles, se convierte finalmente en una deliciosa novela con alma de jardín. Un lugar abierto al público pero a la vez terriblemente íntimo, donde los lectores podemos deambular a placer, y que además sirve a la autora como memento cuando el tiempo comience a difuminar los contornos del rostro amado. Por que la lucha, y esto es importante, no es contra la muerte: eso sería absurdo, porque la muerte es y será por siempre. La lucha es simplemente contra el olvido.

Eros y Thanatos

Hemos dicho antes que esta novela es pequeña, bella y valiente. Es pequeña, porque son doscientas cincuenta y un páginas escritas con letra grande que se leen en un suspiro, saltando de escena a escena y sin paja de relleno. Es bella, por la intensidad de las historias y la particular penetración de la autora para narrarlas. Pero sobre todo es una novela valiente, muy valiente, ya que lo que Lea nos cuenta es la historia de cómo su marido cayó víctima de la plaga del siglo XXI: el mil veces maldito cáncer.

En psicología existen dos conceptos universales, derivados de la mitología clásica, llamados Eros (pulsión de amor) y Thanatos (pulsión de muerte). Se alimentan el uno del otro como el yin y el yang, y la capacidad de aceptar este vínculo indisoluble es una de las muchas fortalezas de la autora. En “El jardín de la memoria” encontramos un amor sublimado por la muerte, y una muerte dulcificada por el amor.

Lea no se detiene pues el lamentaciones: con la fortaleza que dan los estados de ánimo exaltados, la autora se apresura a plantar un jardín con los recuerdos de su casi difunto marido. Y cuando al final George muere, no sentimos que realmente haya muerto, sino que ha pasado a habitar ese jardín intangible, hecho de complicidades, que su mujer ha preparado amorosamente para él.

Lea Vélez, una dama del Renacimiento

Lea Vélez es polifacética como dama del Renacimiento. Periodista, guionista (más de seiscientas horas de ficción televisiva), escritora, dramaturga y música. De hecho resulta sencillo detectar en la prosa directa de Vélez los resabios del cine y el teatro, su frescura y espontaneidad. Es más, toda la obra está concebida como si fuera una película: con sus sesenta secuencias que se desarrollan desde la primera escena (“Hola, me llamo Lea y mi marido se está muriendo”, Toma I) hasta el desenlace final.

Y no podemos finalizar esta reseña sin hacer mención especial a la exquisita edición de “Galaxia Gutemberg”, y su delicado acierto a la hora de elegir la ilustración de la portada. Pero no podemos añadir nada más: hace falta leer “El jardín de la memoria” para comprender, en toda su plenitud, la belleza de ese beso.

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