El monstruo que amaba a las gasolineras

Poco a poco, de manera desordenada y con unos títulos en castellano surgidos, tal vez, de mentes tan insondables como las de quienes se dedican a traducir los de las películas norteamericanas (ese sorprendente universo en el cual, por ejemplo, “Braindead” se convierte en “Tu madre se ha comido a mi perro”), casi todas las novelas de Christopher Moore han ido viendo la luz en español. Tan sólo faltan “Coyote Blue” y “The Serpent of Venice”, pero todo se andará.

Gracias a editoriales como La Factoría de Ideas y Minotauro, tenemos a nuestro alcance las obras de un autor sorprendente, dotado de un enorme talento para la creación de personajes inolvidables y argumentos enrevesados. Es esta última editorial la que nos ofrece “El monstruo que amaba a las gasolineras”, curiosa traducción de “The Lust Lizard of Melancholy Cove” (“El lagarto de la lujuria de la cala de la melancolía”).

El monstruo que vino del mar

Pine Cove es un pueblo tranquilo, casi aburrido, en el cual hace bastante tiempo que no pasa nada reseñable (concretamente, desde que sus habitantes tuvieron que enfrentarse a cierto demonio antropófago). Sin embargo, la apacible existencia de la pequeña población se verá alterada por la aparición de una criatura milenaria, un lagarto de proporciones colosales que ejercerá una peculiar influencia en la libido de los lugareños (algunos de los cuales acabarán formando parte de su dieta).

Para complicar más las cosas, la única psiquiatra de Pine Cove, convencida de que una de sus pacientes se ha suicidado por culpa de los antidepresivos que le recetó, decide sustituir las pastillas habituales por placebos. La melancolía se apoderará entonces de la población, permitiendo a un peculiar bluesman hacer su agosto.

Si a todo lo anterior le sumamos un alguacil permanentemente fumado, una antigua estrella de películas de serie B psicótica, un sheriff más corrupto que todos los políticos españoles juntos, parafilias diversas y una suerte de secta cuyos miembros anhelan ofrecerse en sacrificio, queda claro que “El monstruo que amaba a las gasolineras” es una de las novelas más peculiares que pueden encontrarse en las librerías españolas. Y, por supuesto, como suele ser habitual en las obras de Moore, cuenta con unos protagonistas fascinantes.

Dramatis personae (más o menos)

A Christopher Moore le encantan las novelas corales, en las cuales cada capítulo se subdivide en fragmentos protagonizados por tal o cual personaje. En la obra que nos ocupa, destacan sobre el resto el alguacil Theophilus Crowe y la actriz retirada Molly Michon.

Theo Crowe es un alguacil adicto a la marihuana, y ocupa su cargo debido a los manejos del sheriff Burton, a quien le conviene tener en el puesto a un hombre que no se meta en los turbios asuntos que lleva a cabo en Pine Cove. El problema es que la aparición del lagarto monstruoso tendrá un efecto beneficioso en Crowe, quien se verá libre de su adicción y, con la mente clara, comenzará a interesarse por realizar un auténtico trabajo policial por primera vez en su vida.

En cuanto a Molly, la que fuera protagonista de una saga de películas de bajo presupuesto (y abundantes desnudos) en el papel de Kendra, la nena guerrera de la frontera (sic), es ahora la loca oficial de Pine Cove. No obstante, su encuentro con el monstruo (al cual bautizará como Steve) tendrá importantes repercusiones en su vida y, entre otras cosas, hará que vuelva a vestir su escueto bikini de cuero y a blandir su enorme espada.

Por supuesto, además de Crowe y Michon, en “El monstruo que amaba a las gasolineras” abundan personajes interesantes, tanto nuevos como viejos conocidos por los lectores de Moore. Tenemos a Mavis, la dueña del bar Cabeza de Babosa, con tantas partes artificiales en su cuerpo que bien podría llamársela cyborg. También están Pez Gato, el músico de blues, y la pintora Estelle Boyet, con la cual mantendrá una intensa relación. Y, por supuesto, no hay que olvidarse de la doctora Valerie Riordan y del biólogo Gabe Fenton (y su perro Skinner), fundamentales para el desarrollo de la trama.

Revisitando Pine Cove

“El monstruo que amaba a las gasolineras” es la tercera novela ambientada en Pine Cove que se publica en castellano, si bien se trata de la segunda de la serie. La precede “Un lío de mil demonios” (titulo de la edición de Minotauro, aunque existe una edición anterior, de Grijalbo, bautizada como “La comedia del diablo”), y su continuación es “El ángel más tonto del mundo” (editada por La Factoría de Ideas). Curiosos los avatares de la obra de Moore en nuestro país, publicada de forma desordenada como norma general (para desconcierto de los lectores, por desgracia).

Ahora que ya es posible acceder a la “Trilogía de Pine Cove” en su totalidad, cualquier lector que todavía no conozca los libros de Moore podrá leerlos por fin en el orden en el cual su autor los escribió. Así, podrá asistir a la evolución de un lugar entrañable en el cual tienen tendencia a suceder cosas muy extrañas. Una población visitada por monstruos, ángeles idiotas, zombis y demonios, y en la cual se pueden degustar unos exquisitos Huevos Sothoth en el “H. P.”, pintoresco local regentado por el señor Howard Phillips.

La evolución de Moore

Siete años separan la primera novela de Christopher Moore de “El monstruo que amaba a las gasolineras” y, entre ambas, el escritor norteamericano firmó otras tres obras. La evolución estilística del autor resulta más que evidente si comparamos el libro que nos ocupa con “Un lío de mil demonios”, una novela llena de buenas ideas pero que pecaba de un desarrollo pobre.

En El Mar de Tinta consideramos que todos los titubeos y los errores de principiante han desaparecido por completo en esta maravillosa crónica de un pueblo visitado por una criatura de origen desconocido. Moore nos ofrece una obra redonda, que capta nuestra atención desde la primera página y nos mantiene atrapados hasta que, tras cerrar el libro, sentimos la necesidad de sumergirnos en alguna otra de sus historias. ¿Qué más se le puede pedir a una novela?

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