La Isla del Tesoro Z

A Seth Grahame-Smith se le ocurrió en su día introducir zombis en el clásico “Orgullo y prejuicio” de Jane Austen, una herejía literaria que, sorprendentemente, tuvo un éxito arrollador. Otros autores no tardaron demasiado en imitarle, y así surgieron “Sentido y sensibilidad y monstruos marinos” (pobre Jane…), “Androide Karenina” y muchos más. Allende nuestras fronteras, las “reescrituras creativas” no dejan de sucederse, y a tal moda se suma la variante de enfrentar a un personaje histórico contra vampiros, hombres lobo, zombis o lo que se tercie (como en el más reciente best-seller de Grahame-Smith, “Abraham Lincoln: Cazador de vampiros”).

En España, como era de esperar, también ha calado hondo esta peculiar tendencia. Así, tenemos un “Lazarillo Z” y un “Quijote Z”, por ejemplo. Y, aunque no goza del privilegio de protagonizar su propia novela, también está disponible una versión con zombis de “La celestina”. E incluso el mismísimo Mariano José de Larra batalla contra los muertos vivientes en un relato de reciente aparición. Ahora, como novedad, un autor español osa presentarnos una versión alternativa de un clásico que no fue escrito en castellano.

Regreso a la isla

Jim Hawkins ya no es el jovenzuelo protagonista de las emocionantes aventuras relatadas por él mismo con el título de “La Isla del Tesoro”. Agobiado por la vejez y presintiendo la cercanía de la muerte, Hawkins decide que ha llegado la hora de volver a narrar todo cuanto aconteció en aquel ya lejano viaje. Pero, en esta ocasión, desea revelar una serie de detalles que no consideró adecuado exponer en su momento.

¿Cuál es el más relevante de dichos detalles? Evidentemente, el enfrentamiento de parte de la tripulación de La Hispaniola contra un enemigo mucho más terrible que los piratas: los muertos vivientes. Así, descubriremos en “La Isla del Tesoro Z”  que el oro enterrado en su día por el terrible capitán Flint está custodiado por un buen número de criaturas sedientas de sangre, las cuales pondrán en graves aprietos a Hawkins y al resto de los miembros de la expedición: el caballero Trelawney, el doctor Livesey, el capitán Smollet, Long John Silver, etcétera.

El gran clásico de la novela de aventuras

Robert Louis Stevenson fue un narrador extraordinario al que debemos obras tan populares como “La flecha negra” o la inmortal “El extraño caso del Doctor Jekyll y Mr. Hyde”. Pero si hay un título fundamental en su amplia producción literaria, una novela universalmente conocida que ha fascinado a varias generaciones, se trata sin duda alguna de “La Isla del Tesoro”.

Tras aparecer en forma de serial en la revista juvenil “Young Folks”, la historia de piratas más famosa de todos los tiempos vio la luz en forma de libro el 23 de mayo de 1883. Con esta novela, Stevenson no sólo creó una serie de arquetipos imitados hasta la saciedad por innumerables autores, sino que también dio vida a uno de los personajes más carismáticos, ambiguos e inolvidables de la historia de la literatura de evasión: el temible pirata Long John Silver.

A pesar de contar con una única pierna, el temor reverencial que Silver provoca en sus subordinados resulta abrumador, y su crueldad queda bien patente a lo largo de la narración. No obstante, en un alarde de genialidad, Stevenson logró dotar de humanidad al bucanero, consiguiendo mediante su relación casi paternal con el joven Jim mostrarnos una faceta inesperada que, a la larga, despierta en el lector simpatía por el personaje.

Reescrituras arriesgadas

¿Qué motiva a un autor a tomar un texto clásico y volver a narrarlo insertando elementos nuevos tan transgresores como los zombis? Quizá la admiración por la obra original, probablemente aderezada por la certeza de que, en el mercado actual, los libros entre cuyas páginas se pasean los muertos vivientes tienen un público fiel garante de buenas ventas. La cuestión es que el autor se enfrenta a dos grupos de posibles lectores a los que contentar, y satisfacerles a todos no es tarea fácil.

Por un lado, tenemos a los conocedores de la novela original. Es posible que algunos de ellos consideren la labor de Alejandro De-Bernardi como una tremenda blasfemia. Ver a sus amados personajes sometidos a peripecias tan extravagantes, y asistir a la muerte inesperada de alguno de ellos (en un giro narrativo brutal que aleja tremendamente a este libro de su referente), puede ser ciertamente difícil. No creemos en El Mar de Tinta que esta novela goce de demasiada aceptación entre los admiradores más puristas de la obra de Stevenson.

Por otro lado, hay que considerar a un público que no haya leído en su día “La Isla del Tesoro”, lectores a quienes quizás les suene la historia por alguna versión cinematográfica, o completamente desconocedores de la misma. Estos lectores, seguramente jóvenes que se acerquen a la novela atraídos por la “Z” de su título, encontrarán en un mismo paquete emocionantes aventuras marineras, temibles piratas, encarnizados combates y escenas truculentas. Un combinado que, con toda seguridad, degustarán con deleite.

El autor y su obra

“La Isla del Tesoro Z” es la primera novela de Alejandro De-Bernardi, autor nacido en Gijón en 1973 que ha encontrado en la Línea Z de Dolmen el lugar perfecto para ofrecernos su particular versión de las aventuras de Jim Hawkins. Con un hábil reproducción del estilo de Robert Louis Stevenson, De-Bernardi consigue captar con rapidez la atención del lector, encadenando escenas trepidantes que contribuyen a que la lectura concluya en un tiempo récord.

Además, como ya se ha comentado previamente, es capaz de sorprendernos con muertes inesperadas (muy a la manera de George R. R. Martin) para reconducir la trama y aportar una visión personal, original y alejada de la que todos conocemos. Ahora queda esperar y ver si, en una nueva obra de la cual sea autor completo, De-Bernardi hace gala de la misma habilidad narrativa y la pone al servicio de sus propios personajes.

Por último, no podemos evitar alabar la ilustración de cubierta de la novela, obra una vez más del gran Alejandro Colucci, un artista empeñado en superarse a sí mismo con cada nuevo trabajo. A buen seguro el siniestro pirata que preside la portada de este libro ganará más de un lector para el mismo.

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