Los gondoleros silenciosos: un cuento para aprender a vivir

Ático de los libros cumple dos años. Con motivo del aniversario, en su página Web hay un post recordando los grandes títulos publicados desde su nacimiento. Uno de ellos es “Los gondoleros silenciosos”, de William Goldman, cuya primera edición en castellano salió a la calle en 2010. La espera (27 años desde que Goldman lo dio a conocer) mereció la pena, y desde El Mar de Tinta le invitamos a leerlo.

Puede que el nombre de William Goldman les resulte familiar. ¿”La princesa prometida”? ¿»Dos hombres y un destino”? ¿»Todos los hombres del Presidente”? Estos textos convertidos en largometrajes de éxito salieron del puño de Goldman, un norteamericano que ha dedicado su vida a escribir novelas y guiones de películas. La crítica siempre ha tenido palabras de reconocimiento para él y entre sus creaciones “Los gondoleros silenciosos” también se llevó su parte.

El libro se presenta como una supuesta investigación llevada a cabo por S. Morgenstern, seudónimo empleado en otras ocasiones. Realidad y fantasía coquetean desde el principio, donde aparece en escena el mítico tenor italiano Enrico Caruso (1873-1921) en un viaje a Venecia. Allí descubre involuntariamente las bellas voces de los gondoleros venecianos, don con el que todos ellos parecen haber llegado al mundo. Al menos hasta que Luigi se convierte en la excepción que marca la regla.

Luigi, el gondolero desafinado

Según las indagaciones del autor, conseguir el diploma de gondolero no es como hacer un curso intensivo de dos o tres meses. Ser gondolero es similar a realizar una carrera universitaria. Como mínimo, adquirir el ansiado título lleva tres años. Algunos tardan unos cinco o seis. Eso si el alumno aguanta la presión de los profesores, gondoleros jubilados de carácter insoportable destinados a exigir la perfección.

Para Luigi eso no fue un problema. En el Gran Canal, la denominada “Esquina Tombolon” es el reto final al que los estudiantes se enfrentan para exponer lo aprendido en los tres años. La dificultad reside en su estrechez, pues es la intersección de los dos canales más angostos de Venecia. Sin embargo, Luigi demuestra el primer día de clase su habilidad con el remo en la famosa esquina. Todos le auguran un futuro prometedor tras semejante muestra de conocimiento.

 

Acabó la escuela en el menor tiempo posible y a la mañana siguiente estrenó su anhelado empleo. El punto de amarre asignado era el peor de todo el canal. Esto tiene una sencilla explicación: el puesto pasa de generación en generación salvo que en el árbol genealógico haya algún antepasado destacado… y no era el caso. A pesar del contratiempo la principal desventaja no era esa, si no su horrible voz. Cada vez que los viajeros le pedían cantar durante el trayecto, le obligaban a parar súbitamente aquejados de una repentina migraña.

El carácter luchador de Luigi

De todas las palabras recogidas en un diccionario de uso común, seguramente una de las que desconozca Luigi sea “rendición”. Las cosas se habían puesto feas en cuanto a su futuro profesional como gondolero. Sólo en su primer día, medio centenar de señoras residentes a orillas del Gran Canal acudieron a su médico a causa de fuertes dolores de cabeza. Pronto empezaron a llover desde las ventanas todo tipo de restos alimenticios al paso de Luigi.

Contra todo pronóstico, la sonrisa bonachona de Luigi nunca desaparece de su rostro. Él tiene claro cuál es su sueño: cantar a pleno pulmón en el Gran Canal mientras avanza a bordo de su góndola. Sin verduras lloviendo de los balcones. Sin personas quejándose de su falta de maestría en la canción. El reto más complicado de su vida, sí, pero sin sueños que cumplir la existencia de cualquiera perdería el sentido. Esa es la moraleja de una historia dramática a la que no le falta humor para dar y tomar.

Recorrido ilustrado por Venecia

Además de contarnos qué produjo el silencio de los gondoleros venecianos décadas atrás, el libro resulta aún más completo por las ilustraciones. El dibujante es Paul Giovanopoulos, griego de origen y residente en Estados Unidos desde 1956. Entre sus galardones posee la medalla de oro de la Sociedad de Ilustradores. Su obra está expuesta en la colección permanente de veinticinco museos.

En las páginas de “Los gondoleros silenciosos” encontramos dibujos a modo de grabados de diferentes personajes y lugares en los que se desarrolla la trama. Los bocetos son una delicia, tanto para los amantes de una de las ciudades más románticas de Europa, como para aquellos que simplemente disfruten observando buenos trazados, sencillos pero muy evocadores.

Goldman a través de Morgenstern

A Goldman le gusta jugar a ser otro. Ya lo hizo en “La princesa prometida” con resultados satisfactorios y en “Los gondoleros silenciosos” continúa con su diversión particular recurriendo de nuevo al seudónimo S. Morgenstern. Nada más abrir la novela, leemos una carta de Morgenstern a su editor haciéndole unas breves correcciones llenas de sarcasmo. Es el anticipo del tono manejado en las siguientes páginas.

El pie que da lugar a la historia son los múltiples viajes que Morgenstern hizo a Venecia junto a su familia siendo un niño. Era muy joven, pero lo suficientemente mayor para reconocer una buena voz. Cuál será su sorpresa al descubrir muchos años después que los gondoleros ya no cantan. La tarea desde ese instante consistirá en desvelar el misterio por el que el mundo jamás será partícipe de tan sublime privilegio.

Diálogos ágiles repartidos en diecisiete capítulos le harán pasar las hojas sin apenas ser consciente de ello. El libro es muy manejable, apto para llevarlo en los viajes en transporte público o en alguna maleta si piensa escapar de la rutina. Lo más probable es que acabe cogiendo cariño al gondolero desafinado y quiera llevárselo a todas partes para convencerse, en los momentos de debilidad, de que nada es imposible.

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