Luna. Luna de lobos

La trilogía “Luna” de Ian McDonald es una de las sagas más impactantes de la ciencia ficción contemporánea. “Luna. Luna de lobos” es el segundo volumen, que nos deja con la miel en la boca hasta que Nova publique la traducción del tercer y último volumen. Se avisa de que esta reseña contiene algunos detalles importantes de la trama que tal vez el lector que no haya terminado aún “Luna. Luna nueva”, el primer libro de la saga, no desee conocer todavía.

La sociedad lunaria se articula en torno a grandes corporaciones familiares. Las cinco más preeminentes se denominan dragones. La dinámica capitalista se ha impuesto en la colonia de forma absoluta, hasta el punto en que toda actividad económica y social se administra a través de contratos, no existe ninguna ley. Las condiciones inhóspitas del satélite, el aislamiento con la Tierra y la estratificación social radical ha provocado que los lunarios más ricos desarrollen una personalidad extravagante. Los dragones no dudarán en hacer uso de la fuerza para conseguir sus propósitos.

Los excesos lunarios

La segunda entrega de la saga lunar es directamente la continuación de “Luna. Luna nueva”. Sin apenas interludio entre volúmenes, esta novela nos vuelca de lleno en la trama. McDonald utiliza el mismo registro conciso de la primera parte y saltos temporales entre capítulos. Concede en todo momento preeminencia a la acción mediante el uso del presente y un narrador poliédrico, eludiendo descripciones y contextualizaciones.

Destaca también el estilo desenfadado, que responde a la intensa personalidad de los lunarios. Una conducta que resulta extremadamente frívola, alternando situaciones ampulosas con episodios brutales. La sociedad lunaria es una sociedad de extremos, y el contraste se acentúa en comparación con los terrestres. Resulta evidente también la evolución de algunos personajes —no solo los más jóvenes— que, engullidos por el torrente de acontecimientos, son sacudidos en lo más hondo, descubriendo nuevas facetas de sí mismos.

Tampoco pasan desapercibidas las discusiones que mantienen algunos personajes preocupados por el modelo político de la colonia y que auguran futuros temas centrales, como la posibilidad de crear algo realmente nuevo en la Luna, una suerte de utopía.

La concepción de la venganza

Tras la caída de los Corta, Lucas concibe un plan de venganza que involucra algo extremadamente peligroso para un lunario: viajar a la Tierra. Para los nativos de la Luna, el pozo gravitatorio terrestre resulta potencialmente mortal. El choque cultural se manifiesta en todos los ámbitos, desde su agorafobia hasta su total desconocimiento de la geopolítica y las costumbres sociales.

Esta situación de exposición constituirá uno de los ejes más atractivos de la novela, que pondrá de manifiesto tanto los contrastes como las similitudes entre ambos mundos que en la entrega anterior sorprendían solo al lector y a los Jo Moonbeam —como se reconoce a los recién llegados a la Luna—, como la contraposición entre los modelos de corporación y Estado, o las dinámicas del poder.

Por su parte, Wagner Corta se rebatirá en una encrucijada emocional al tener que elegir entre el vínculo con su manada y Robson, su protegido. Otro hilo de la trama se centra en Lucasinho Corta, que intenta por una vez dejar de ser el foco de atención para llevar una vida como protegido de los Asamoah, aunque algo muy grave está a punto de ocurrir en la Luna y nada podrá garantizar su seguridad. Por el contrario, Ariel Corta hará lo posible por volver a la primera línea, a los tiempos no tan lejanos en que, como abogada talentosa, era capaz de sacudir el Tribunal de Clavio.

El ecuador lunar

Despojada de la novedad y del carácter introductorio de la primera entrega, “Luna. Luna de lobos” es una novela que consigue mantener la intriga de la trama y el interés por la saga sin perder la esencia de su predecesora. De hecho, no hay sensación de transición entre un volumen y otro, la división parece más acorde con necesidades editoriales que literarias.

Las intrigas políticas de este “Juego de Tronos” en la Luna se suceden página tras página con unas reglas en las que la victoria es sinónimo de supervivencia. Como ya se apuntó en la reseña de la anterior entrega, ningún personaje parece librarse de una muerte potencial, lo que hace que la trama sea difícilmente previsible.

El segundo volumen de la trilogía lunar de Ian McDonald ofrece un puente hacia el desenlace de la saga sin interludios, manteniendo el ritmo frenético de acontecimientos de primera entrega y la intriga de la trama. También ofrece una evolución más que correcta de los diferentes personajes y la introducción de algún otro que parece prometer. Y por último, cierra con un final que deja con ganas de más: en El Mar de Tinta deseamos leer por fin la conclusión de la saga.

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