Los poderosos lo quieren todo

«Crezco y crezco colosal, y miro por ley fatal a mis pies el mundo entero, que es el moderno banquero el nuevo señor feudal». Así se expresaba el poeta Echegaray allá por el siglo XIX, y dos centurias después nada ha cambiado en el sistema. Los más acreditados defraudadores, los más selectos corruptores y corrompidos, lo más granado de la delincuencia de guante blanco se dan cita en esta chispeante novela de Guelbenzu, el discípulo más aventajado de Eduardo Mendoza.

Hermógenes Arbusto es un fiscalista de éxito al servicio del hampa financiera.  Lo tiene todo menos escrúpulos: fortuna, patrimonio, contactos, una familia de abolengo… por lo que la irrupción de la Muerte en su despacho resulta, cuando menos, inoportuna. Para protegerse de tan indeseada visitante Arbusto decide pactar con el demonio Forcas, dejando en prenda su alma y algún que otro detalle más… Pero como dice el refrán,  para comer con el Diablo hay que tener la cuchara muy larga. Los poderes terrenales y los infernales medirán sus fuerzas por las calles de Madrid, con un resultado tan original como descacharrante.

La picaresca financiera

Guelbenzu nos presenta humildemente su obra como un “teatro de marionetas”. Es verdad que el humor y la ligereza de la novela recuerdan a estos pequeños tablados de madera, cuyos  personajes aparecen y desaparecen entre histriónicas reverencias. Por las tablas se pasean la distinguida familia de los Arbusto, los politicuchos cambiacapas Rosa Espinosa y Luis Lajodiste, el empresario Nadal-Zambomba, el pobre auxiliar Florencio Capullo que levanta los pufos sin querer, el periodista Palito Escobosa y los exóticos príncipes Bokoroco… Esto es un no parar de reír amargamente, un desfile tan esperpéntico como el que se presenta ante nuestros ojos cada mañana en noticiarios y portadas de periódicos.

[quote]Ante toda acusación, negar la evidencia; ante cada palo que traten de poner en sus ruedas, mentir, siempre mentir, mentir descaradamente. Compren a sus acusadores, con dinero o con amenazas, y mientan sin pudor. Eso agota a los adversarios, los desanima, los corroe. Nada de perder un minuto en rebatir con pruebas, no. Siempre mentir, siempre negar la evidencia, hacer del descaro un arma mortal. Sólo así afianzarán su fortuna.[/quote]

Guelbenzu ha creado un fresquísimo retrato de todo lo que en España hay de trapacero y picaresco, que es mucho.

El ejército de los desposeídos

En contraposición a este crápula de altos vuelos tenemos al ejército de los desposeídos, de los románticos incurables, de los perdedores en esta España tramposa. Aparecen encabezados por Tomás Beovide Soñador, profesor de literatura española, un hombre con la cabeza en las nubes y los pies es un pequeño ático madrileño lleno de libros y discos de Julie London.

[quote]Se preguntó por qué daba clases de Literatura Española ¿Por qué no se habría graduado en Filología Inglesa? Ahora no estaría ejerciendo de profe de unos alumnos a los que les importaba un carajo la literatura de un país bastante corrupto y que adoraba los gestos chulescos en demérito de las ideas. En cambio, estaría recitando en Oxford, con su toga, ante unos alumnos encandilados, unos fragmentos de La dama de Shalott….[/quote]

El Sancho Panza que acompaña a este moderno Quijote recibe el castizo nombre de “Plumillas”, y a sus espaldas cierran filas los miembros de la tertulia literaria  “El Círculo Gongorino”, que se reúne cada jueves en el bar de turno, bajo el liderazgo intelectual de Don Fernando García de las Letras.

Este enfrentamiento maniqueo entre el bien y el mal, entre lo honesto y lo deshonesto, ahonda en el concepto planteado en su anterior novela («Mentiras aceptadas» Siruela, 2014), en la que los personajes nadaban en un mar de ambiciones y no forrarse a costa de otros era cosa de tontos. Resulta comprensible que el propio Eduardo Mendoza, en la contraportada de la presente edición, la califique como “serena fábula moral”.

Una novela con gracia y retranca

La prosa de Guelbenzu es fresca, tan rica en recursos escénicos que el libro se lee prácticamente solo. Esta simplicidad juega a favor de los puntos fuertes de Guelbenzu: la expresividad y el sentido del humor. El autor es capaz de crear escenas de gran potencial descriptivo con el mínimo de palabras imprescindibles, lo que denota que nos hallamos ante un maestro del lenguaje.

[quote]La alcurnia financiera de los empresarios se dejaba notar en el filo azulado de sus mandíbulas perfectamente rasuradas, como el reflejo lateral del tiburón que centellea al percatarse de la cercanía de una presa. [/quote]

“Los poderosos lo quieren todo” es una novela en la que el escritor juega y experimenta con arriesgados recursos literarios. Los más versados en escritura sabrán que autor y narrador son dos figuras distintas: el uno escribe, el otro “narra” desde dentro del libro la historia. Pues bien, ¿qué ocurriría si el narrador se rebelase a la tiranía del autor y se empeñase en intervenir, interrumpiendo la novela, con sus quejas y reclamaciones? ¿Cómo se escribe un libro sin el narrador abandona el libro?

[quote]¿Quién soy yo? No soy un personaje, no tengo nombre propio; no puedo dejar de relatar si quiero existir y nada de lo que cuento es mío, son vidas ajenas a cuyo servicio me encuentro; no tengo poder de decisión, una vez cumplida mi misión desaparezco de la mente del lector, no así los personajes…  ¡cuanta frustración acumulada![/quote]

Finalmente no podemos terminar la reseña sin mencionar ese hilarante sentido del humor, heredero de Eduardo Mendoza, que convierte el libro en un disparate digno del maestro barcelonés. “Los poderosos lo quieren todo” es una obra con retranca, feroz y sutil a la vez, que se lee del tirón.

Guelbenzu, editor y escritor

José María Guelbenzu (Madrid, 1944), vinculado desde siempre al mundo de la cultura, dirigió las editoriales Taurus y Alfaguara. Entre sus novelas destacan «El Mercurio», «La noche en casa», «El río de la luna», «El esperado», «El sentimiento», «Un peso en el mundo» y «Esta pared de hielo». Ha obtenido el Premio de la Crítica, el Internacional de novela Plaza & Janés y el premio Fundación Sánchez Ruipérez de periodismo. 

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