Realidad a la piedra

«Son tierras para el águila; un trozo de planeta por dónde cruza errante la sombra de Caín». De éstos Campos de Castilla que retrataba Machado con aspereza ha surgido una generación de cómicos, en el sentido puro del término, que han saltado de su televisivo medio natal a otras disciplinas sin vértigo alguno. Uno de ellos es Joaquín Reyes, que nos presenta ahora éste filoscopio surealista y alocado que es «Realidad a la Piedra». Es posible que se desconcierten en una primera lectura, pero pensamos que la ofuscación que les producirá forma parte de su encanto. Breve, eso sí, pero encanto al fin y al cabo.

El término «socarrón» nace quizá en las agudezas y maldades a medio colmillo de un paisano de Joaquín Reyes que tuvo por nombre Sancho Panza. La llanura manchega, tan dura y hosca a veces, tiene también en sus lindes con el cielo un rostro diferente lleno de buen humor. Humor éste de carcajada sonora, de ruptura del silencio del campo. Y si no lo creen, que en su derecho están, se han de fijar en la obra de aquel otro manchegazo corto de vista, que no de entendederas, llamado Francisco y de apellido Quevedo. Parte de ése tipo de pullas absurdas, de burlas y chacotas que retuercen el lenguaje del medio hasta sus límites para provocar la risa, vamos a encontrar en éste título.

Brevedad a la piedra

sketch por página, el libro se nos va volando entre los dedos. Sin otro hilo conductor que la cualidad pétrea de sus protagonistas el bombardeo es breve, pero muy intenso. Un canto rodao antropomorfizado no parece ser la solución ideal para buscar la humorada, pero es un recurso que a Joaquín Reyes le ha funcionado. Con su estilo personal de hacer humor, el libro tiene momentos brillantes y otros menos, pero siempre ingeniosos.

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Por ahí se nos van las quejas principales a ésta edición. Se hace demasiado corta. En un suspiro te has zampado las 96 páginas y te quedas con la impresión de necesitar que siga. Quizá la selección de dibujos haya sido demasiado puntillosa, o es que no había más, pero apenas te da tiempo a introducirte en el universo particular de la obra cuando ya las has terminado.

Té con pisto

Hablamos antes de D. Francisco de Quevedo, pero nos quedaremos a medias si tan sólo hacemos notar una parte de las fuentes de las que mana ésta pequeña obra. Hijo de su tierra y de su tiempo, Joaquín Reyes recibe su herencia cultural y hace chufla con ella como no podría ser de otro modo. Y lo adereza con un ingrediente que se puede sentir en cada mordisco que damos a «Realidad a la piedra». 

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Hagan, queridos lectores nuestros, un mezclote con fish and chips y duelos y quebrantos. Regado con cerveza tibia y un chato de buen tinto de Valdepeñas. ¿Qué obtenemos además de una indigestión? La fusión entre la socarronería que ya mencionamos y el humor británico surrealista de los Monty Phyton. En toda la obra de Joaquín Reyes se adivina el poso que el «Flying Circus» o «La Vida de Brian» ha dejado. Un poso de humor absurdo y políticamente incorrecto que huye de la sal gorda y se dirige al intelecto del lector buscando la risa en localizaciones más profundas de sus surcos cerebrales.

Autosuficiente, que ya es bastante

Joaquín Reyes es licenciado en Bellas Artes, pero no por ello su dibujo peca de exceso de academicismo. Se le ve por las costuras la formación clásica, es cierto. Más no deja de tener su propia personalidad y de poseer un estilo reconocible. Aunque en ocasiones nos vengan a la vista Miguel Brieva o Daniel Clowes, el trazo de Joaquín Reyes tiene la vida propia que se le debe exigir a cualquiera que ose publicar sus obras.

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A medio camino entre el trabajo clásico en cómic y la linea chunga, el dibujo es un vehículo exclusivo del chiste. Como podemos ver en sus animaciones «Enjuto Mojamuto» o «Doctor Alce» una aparente simpleza de línea es usada como envoltorio del gag al que sirve. El pequeño tamaño del libro también soporta bien la naturalidad del diseño. Y es que dibujando piedras, tampoco es para demandar alardes.

Multimedia

Joaquín Reyes (Albacete, 1974) se dio a conocer haciendo monólogos para el canal Paramount Comedy. Allí se une a Ernesto Sevilla, Raúl Cimas, Julián López y Carlos Areces para crear el programa «La hora chanante», que se convirtió en una emisión de culto para los amantes de la comedia absurda y que saltó al gran público como «Muchachada Nui», emitida por La 2 de Televisión Española.

Es también partícipe de otra producción para la caja tonta («Museo Coconut») además de participar en otras series de televisión o producciones para la gran pantalla. Como dibujante, ha ilustrado algún título de «El barco de vapor» (Editorial SM) y otros libros para el público infantil. La misma Reservoir Books edita su libro de 2011 «Ellos mismos»

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