Una chica en invierno

Editorial Impedimenta nos trae “Una chica en invierno”, la novela ideal para disfrutar de las frías tardes de noviembre. Se trata de la última de las grandes obras de Philip Larkin que quedaba por publicar en castellano y su singular elegancia nos transporta a una Inglaterra gélida sumida en la tristeza de la II Guerra Mundial, pero trufada de luminosos recuerdos.

Al autor ingles Philipp Larkin se le conoce sobre todo por su extenso poemario, así que sus dos únicas novelas en prosa resultan exquisitas piezas de coleccionista: la primera fue “Jill”, publicada en 1945 y dos años después salió “Una chica en invierno”, la pequeña joya rescatada por Impedimenta.

Un manto de nieve sobre Inglaterra

El libro nos trae la historia de Katherine, una joven refugiada que se traslada a Inglaterra empujada por el conflicto internacional, para acabar trabajando como bibliotecaria en una ciudad de provincias. La vida de esta misteriosa joven, de quien no conocemos circunstancias ni país de origen, no es un lecho de rosas: Larkin se deleita en describirnos el ambiente opresivo y tristón que sobrevuela por todas partes. Como una niebla se adhiere a todos los habitantes de la novela, dibujando alargadas sombras sobre sus rostros.

[quote]La señorita Green asintió rígidamente. Era delgada y vestía un abrigo beige que no le sentaba bien, no tenía buena cara y llevaba gafas. Apretaba la boca como si sus dientes estuvieran pegados con toffes.[/quote]

Pero un sábado cualquiera un minúsculo terremoto viene a desestabilizar su insípida existencia: la carta de un antiguo amor de juventud desencadena una riada de recuerdos que la transportarán a aquellas dulces vacaciones de verano, en las cuales una Katherine adolescente peleaba contra la incertidumbres del primer enamoramiento. “Una chica en invierno” es pues una novela de sombra y luz: sombras de un presente lúgubre, y luces de un pasado hermoso que yace muerto bajo las botas de los ejércitos.

El misterio de lo cotidiano

Resulta llamativo que con tan sólo 22 años, Larkin haya creado lo que podríamos definir como una novela de madurez. Autor y protagonista parecen decididos a olvidar la despreocupada alegría del pasado para construirse una coraza afectiva que si bien asfixia, también ayuda a sobrevivir. Tales sentimientos sólo pueden ser frutos de almas bregadas, indiferentemente de la edad que tengan.

Algunos describen la prosa de Larkin como una notaría de lo cotidiano: empleando las propias palabras del autor, todo lo que escribe deriva de cosas que ha visto, pensado o hecho. Pero sin embargo hay algo extraordinario en tanta humildad, en el simple fluir de los pensamientos de Katherine. Sus angustias, tibias alegrías, dudas y altibajos están descritos con una honestidad tan minuciosa que casi nos resultan familiares. Casi se parecen a los nuestros.

[quote]La mente se le había transformado en uno de esos juegos en los que hay que introducir diversas bolitas en sus agujeros. Sus pesamientos rodaban y ella sacudía la cabeza para encajarlos. Hasta que bruscamente lo consiguió, y en cuanto llegó a concretar lo que estaba pensando el malestar se desvaneció por completo.[/quote]

“Una chica en invierno” es una novela intensamente pasional, pero cuya emoción siempre aparece bien sujeta por las riendas y nunca acaba de desbocarse. Esperamos un vuelco o petardazo que haga estallar toda la energía contenida… pero ésta al final simplemente se desvanece, junto con tantas otras cosas, entre la bruma de una Europa destrozada.

Palabras sencillas como alas de pájaro”

Philipp Larkin es heredero de la línea poética de Thomas Hardy, autor de “Tess, la de los d’Urberville” y Edwad Thomas, poeta de la guerra y las trincheras. Tanto el peregrinaje humano de Hardy como la vaga melancolía de Thomas se funden magistralmente en «Una chica en invierno».

La poesía es la honda corriente subterránea que fluye bajo la prosa de este libro, delatándose en cada detalle, en cada giro de pensamiento, en cada sensorial descripción. Pocas cosas hay más oscuras que su oscuridad (“pesaba como la presencia de una catedral, como una ceguera.”), ni más lánguidas que su languidez (“el tiempo seguía su curso lento, lujurioso, como el de una crema espesa derramándose de una jarra de plata”)

Pese a que los pensamientos de Katherine muchas veces son cambiantes y exigentes, la prosa con que están escritos es “sencilla como alas de pájaro” (tal y como aparece en su poema “Modestias” de 1947). El léxico llano nos ayuda a seguir los extraños circunloquios de una mente atribulada que piensa en voz alta. Sin él nos perderíamos irremediablemente.

El poeta

Philip Arthur Larkin (19221985) fue un poeta, bibliotecario, novelista y crítico de jazz británico. En 1945 publicó su primer libro de poesía, «El barco del norte», al que le siguieron sus dos novelas en prosa. 1955 fue su año más notable con la publicación de su segunda colección de poemas, “Un engaño menor”, seguido por “Las bodas de Pentecostés” (1964) y “Ventanas altas” (1974). Es considerado por la crítica como uno de los poetas ingleses más aclamados de la segunda mitad del siglo XX.

Finalizamos esta reseña con una mención especial a la deliciosa portada de Charles Ginner (1878-1952), “From a Hampsted Window” (1923), que no sólo es capaz de transmitirnos ese frío visceral, quintaesencia de la novela, sino también de realizar un sutil pero bellísimo homenaje al que es considerado como el mejor poema de Larkin, “Ventanas Altas”.

[quote]Y de inmediato,
más que en palabras, pienso en ventanas altas:
el cristal donde cabe el sol y, más allá,
el hondo aire azul, que nada muestra,
y no está en ninguna parte, y es interminable.[/quote]

Desde el Mar de Tinta les aconsejamos que busquen un rincón cálido y confortable junto a una ventana empañada por el frío: déjense llevar por el melancólico placer de esta lectura.

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