Voyeurs

Lleva quién acumula estas letras como molinillo en Tarifa haciendo girar las neuronas para idear la forma en la que debiera afrontar la reseña de “Voyeurs” Porque otra vez toca situarse al lado contrario de la unánime corriente. Y vaya por delante que se ha intentado con tesón, vive Dios. Pensaba que tal vez sucediera lo que con ciertas canciones que tan sólo comienzas a apreciar a partir de la cuarta escucha. Pero ni por esas.

Una historia personal, un diario íntimo en el que la autora enciende la luz sobre sus intimidades se puede llevar a término con intensidad, con amor o con ansias bufas de autoparodia. Se puede mostrar una tragedia personal para buscar la empatía del lector o la denuncia de una injusticia. Y es lícito tomarse a uno mismo a cuchufleta y pintarse como un personaje penoso al que las cosas le ocurren en exclusiva por la fuerza de su idiocia. Pero no puede caer en el capital pecado en el que cae “Voyeurs” que es el de la indiferencia.

Porque las penas y alegráis, vida y milagros de la protagonista del tebeo nos importan un pimiento. Y es que además ni siquiera son interesantes.

La infinita vacuidad.

Gabrielle va a una convención de cómics. Gabrielle va a Francia. Gabrielle monta en bicicleta. Gabrielle se acatarra. Gabrielle hace cosas una detrás de otra sin que nos llegue a interesar en ningún momento. Prometemos solemnemente que no hay nada personal. “Cecil y Jordan” es una obra interesante y que anunciaba futuros tebeos mucho mejores. Por desgracia, en este “Voyeurs” nada queda de aquello. Pretende mostrarnos lo anodino de las cosas y quizá provocar nuestra reflexión. Pero lo insípido y banal se apodera por completo del texto hasta dominarlo con rotundidad.

Y, oigan, que tampoco descartamos no haber entendido nada dada la acogida entusiasta de la crítica especializada. Pero tampoco sería culpa nuestra en su totalidad. Una parte sustancial puede haberse ocasionado desde la poca capacidad de la autora para hacernos sentir parte de su historia. Su retrato de personajes y situaciones es tan insípido que coacciona al lector para que salgas de la historia sin que haya quedado poso alguno.

Dificultades. Muchas.

Acudamos ahora a la parte gráfica. Aquí ya no hay posibilidad de interpretación. No existen diferencias de discernimiento ni captación diferente de intencionalidad. El dibujo es pobre. No cumple en ningún momento. Y no es hijo de la esquematización, de la caricatura o de la simplificación en pos de la narrativa. No hay intenciones minimalistas. El arte de esta obra parece realizado por un estudiante de bachillerato con más ánimo que destreza.

Carece de profundidad propia. No hay alegría en el trazo o sufrimiento sobre la plancha. Es más, ni tan siquiera denota amor o interés. No hay cuidado alguno, pareciendo las más de las veces que se limita a pintar monigotes más o menos antropomorfos para que digan cosas en las viñetas. Mancha sin sentido alguno y sin que venga a cuento, ignorando lo que la luz debe hacer sobre los objetos y los personajes. Para colmo de males, el coloreado plano y la elección de una paleta tan poco viva terminan de ofrecer la sensación de desidia y desinterés por lo que se hace.

También se hace necesario darle un pequeño tirón de orejas a La Cúpula porque la rotulación de los textos explicativos y narrativos es de tamaño tal que se necesita una vista con un mínimo del 95% de capacidad para no tener dificultades en su lectura.

De Inglaterra al Nuevo Mundo.

Gabrielle Bell nace en Inglaterra en 1976 pero creció en una pequeña comunidad rural de la California profunda. Trasladada a Nueva York comienza a trabaja para publicaciones como “Vice”. Recibió el Premi Ignatz por “Afortunada” y otra de su obras publicadas en España por La Cúpula, “Cecil y Jordan en Nueva York”, fue adaptada al cine por Michael Gondry.

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