Las astillas de Yavé

La imprescindible colección Fantascy de Penguin Random House tiene como seña de identidad la alternancia entre obras de grandes autores extranjeros y de excelentes escritores patrios. Así, en su fondo conviven en armonía novelas de China Miéville, Brent Weeks y Terry Pratchett con libros firmados por Jesús Cañadas, Concepción Perea y Juan Miguel Aguilera, entre otros.

La más reciente adición a la nómina de autores españoles de Fantascy es Rodolfo Martínez, todo un veterano que, en veintisiete años de carrera literaria, nos ha ofrecido decenas de relatos y casi veinte novelas.  En “Las astillas de Yavé”, el escritor asturiano combina Terror con una narración detectivesca, salpicada de referencias religiosas y protagonizada por un personaje absolutamente fascinante.

Competencia espiritual

Viola Mercante, “Uve” para sus amigos, es una antigua policía que se gana la vida como detective privado en una ciudad indeterminada (sobre la cual volveremos más adelante). Su caso más reciente se lo ha presentado el atractivo sacerdote jesuita Tomás Ardente, preocupado por la aparición de una secta la cual, entre otras cosas, ha provocado un sorprendente descenso de la criminalidad en el barrio desfavorecido donde se encuentra su parroquia.

Lo que parece un caso rutinario motivado por los “celos” del padre Ardente ante la pérdida de feligreses, acaba convertido en un combate a vida o muerte contra unas fuerzas primigenias que podrían acabar con nuestro mundo. Y, en la base de todo, subyace la verdad oculta tras la cara pública de la Iglesia católica, una revelación asombrosa que aporta una visión terrible de la naturaleza del catolicismo.

Viola y compañía

Viola Mercante es uno de esos personajes de los cuales se enamora el lector con inusitada rapidez. Mujer de armas tomar, ingeniosa y deslenguada (como todo detective privado clásico que se precie), tremendamente atractiva y bisexual (¿habrá todavía quien se escandalice al descubrir tal dato en pleno siglo XXI?), Uve lleva el peso de una historia que nos narra en primera persona. Pero, si bien su enorme carisma se enseñorea de “Las astillas de Yavé”, la antigua policía se rodea de un grupo de “secundarios” en absoluto carentes de interés.

Por un lado tenemos a Iván, antiguo novio de Viola, experto en informática y aficionado a la cultura popular en general (y a la japonesa, vertiente anime, en particular). También destaca Taira, entrenador de origen nipón de la protagonista, un personaje parco en palabras que oculta numerosos secretos. Y, por supuesto, Tomás Ardente resulta fundamental para el desarrollo de la trama, sobre todo cuando se descubra la relación que tiene con alguno de los restantes integrantes de la historia.

Y hay más: Carmen, Paloma, el padre Goróspide, Morales…, y otros cuya identidad no revelaremos para evitar spoilers. Las interrelaciones entre todos ellos, dosificadas con mano maestra por Martínez, conforman un intrincado tapiz salpicado de revelaciones inesperadas que no dejan de sorprendernos capítulo tras capítulo.

Un toque de teología

“Las astillas de Yavé” plantea una serie de cuestiones sobre la naturaleza de Dios muy interesantes. Desde la comodidad que proporciona la ficción literaria, Rodolfo Martínez especula sobre las razones tras determinados cambios reales experimentados por el catolicismo, al tiempo que da una interesante respuesta a una de las preguntas que más veces se han planteado los estudiosos de la Biblia.

¿Cuál es la razón por la cual el Dios cruel y violento del Antiguo Testamento se transforma en una divinidad de amor y compasión en el Nuevo Testamento? ¿Acaso un ser que encarna la perfección suprema puede evolucionar? ¿O quizá todo se deba a la labor de Pablo de Tarso? El autor de “Las astillas de Yavé”, además de ofrecernos su particular solución a tales enigmas, despierta en el lector una serie de inquietudes que, a buen seguro, le llevarán a consultar diversas fuentes para contrastar y ampliar sus conclusiones.

Del mismo modo, Martínez trata en su novela el cambio experimentado por el cristianismo primitivo, a partir del momento en el cual el emperador Constantino lo convirtió en la religión oficial del Imperio romano. Uno de los hechos en los cuales hace hincapié es el papel de la mujer en la Iglesia, tanto en la antigüedad como en la actualidad, algo que le permite plantear interesantes reflexiones mientras expone sus razones “ficticias” para tan radical cambio.

La Ciudad

“Las astillas de Yavé” transcurre en una ciudad cuyo nombre no llegamos a conocer, y que bien podría ser Gijón, lugar de residencia de Rodolfo Martínez. Sea como fuere, esa urbe desconocida no es la primera vez que aparece en la obra del autor, y todo parece indicar que tampoco será la última.

La saga de “La Ciudad” se compone de varios relatos y cuatro novelas: “El abismo en el espejo”“Este incómodo ropaje” y “Fieramente humano”, además del volumen que nos ocupa. Según nos cuenta el propio autor en su blog, se trata de historias independientes argumentalmente pero que comparten algún que otro personaje. Por lo tanto, la lectura de las novelas y relatos previos no es necesaria, pero llevarla a cabo deparará sin duda numerosos momentos memorables.

Rodolfo Martínez

Además de la particular serie de “La Ciudad”, Martínez es autor de un buen número de obras de Ciencia-Ficción englobadas en lo que se conoce como el “Ciclo de Drímar”. Asimismo, se cuenta entre los escritores españoles que con mayor fortuna se han acercado a la figura del inmortal Sherlock Holmes, protagonista de cuatro de sus novelas. En esa tetralogía,  el camino del Gran Detective se cruza con los de diversos personajes, tanto reales como ficticios, en un ejercicio de mitología creativa tan estimulante como las obras de Alberto López Aroca.

Ganador de un Premio Minotauro y de diez Premios Ignotus, entre otros galardones, Rodolfo Martínez es un autor en constante evolución que demuestra con cada nueva obra que no tiene miedo a cambiar de registro ni a tratar ningún tema. Su personal y directo estilo se disfruta al máximo en “Las astillas de Yavé”, una novela a la cual en El Mar de Tinta sólo le podemos poner una pega: lo pronto que se acaba su lectura.

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