El Valle del Arco Iris

Ana Shirley (Ana Blythe, tras contraer matrimonio con el amor de su vida) es un personaje que ha fascinado a numerosas generaciones desde que viera la luz hace algo más de un siglo. Cómodamente instalada en el Olimpo de los grandes iconos de la literatura juvenil, su atractivo sigue vigente a día de hoy, como prueba la producción por parte de Netflix de una miniserie adaptando “Ana, la de Tejas Verdes”, la cual se estrenará a lo largo de este año.

Poco a poco, con una constancia admirable, Ediciones El Toromítico ha ido publicando las novelas que componen la saga de Ana en unas magníficas ediciones ilustradas. En esta ocasión, en El Mar de Tinta reseñamos “El Valle del Arco Iris”, séptima y penúltima entrega de una serie por la cual sentimos un cariño muy especial.

Nuevos vecinos

La vida en Glen St. Mary transcurre con su habitual placidez mientras en Ingleside, el hogar de los Blythe, Ana y su esposo Gilbert contemplan con orgullo como sus seis hijos van creciendo felices y sanos. En un lugar idílico, bautizado como el Valle del Arco Iris, los niños disfrutan de sus juegos en un entorno natural privilegiado que compartirán gustosos con sus nuevos vecinos: los cuatro hijos de John Knox Meredith, el nuevo pastor que acaba de llegar al pueblo.

El clan Meredith se completa con la anciana tía Martha, una mujer poco amiga de las tareas domésticas y con escasas dotes para la cocina. Si a ello añadimos que el señor Meredith es un hombre muy despistado, eternamente sumido en su mundo interior y ajeno la mayor parte del tiempo a cuanto ocurre a su alrededor, es fácil entender que su prole ande un tanto desatendida. Sin embargo, los cuatro niños tienen un gran corazón (algo que demostrarán cuando acojan a Mary Vance, huérfana que ha escapado de un hogar donde la explotaban), y no tardarán en hacerse amigos de los Blythe.

Juegos de niños

Como ya comentamos en su momento al hablar de “Ana, la de Ingleside”, la presencia de la encantadora pelirroja ocupa un lugar secundario a partir del sexto libro de la serie, de modo que el protagonismo de la misma recae sobre los hombros de sus hijos. No obstante, en “El Valle del Arco Iris” son los cuatro hermanos Meredith quienes cuentan con un mayor número de páginas dedicadas a narrar sus aventuras, muchas de las cuales escandalizan a la biempensante (e hipócrita, en ocasiones) sociedad de Glen St. Mary.

Nuevamente nos encontraremos ante un grupo de chavales alegres, activos y dotados de un talento especial para meterse en problemas a pesar de actuar siempre de buena fe. La inocencia y la franqueza inherentes a la niñez serán características definitorias tanto de los jóvenes Blythe como de los Meredith y, en el caso de estos últimos, las acciones de algunos de los hermanos tendrán importantes consecuencias en el desarrollo de algunas de las subtramas de la novela, como la que atañe a la ya mencionada Mary Vance o la que afecta a las hermanas Vance.

La previsibilidad como virtud

Llega un momento, cuando se han leído suficientes novelas de Lucy Maud Montgomery (y de autores similares, por supuesto), en el cual el lector mínimamente avispado advierte con rapidez cómo se desarrollarán las diversas narrativas presentes en cualquier libro de la autora. De este modo, tan pronto como conocemos a ciertos personajes podemos aventurar, con escaso margen de error, qué papel jugarán en la novela y cuál será el destino que les aguarda al final de la misma.

En El Mar de Tinta no consideramos esta previsibilidad como un defecto narrativo. Más bien al contrario, nos parece uno de los elementos que contribuyen a convertir la lectura de cada obra de Montgomery en una experiencia inolvidable. Desde nuestro punto de vista, entre Lucy Maud Montgomery y sus lectores se establece un pacto según el cual la autora se compromete a entregar una historia entretenida con un final feliz que satisfaga plenamente a quienes se sumerjan en ella. Creemos que quien lee (o leía en su momento) las obras de la escritora canadiense, lo hace con unas expectativas claras entre las cuales no hay lugar para lo desagradable o lo inesperado. Y en ese sentido, la novelista cumple con creces.

Una nueva obra inolvidable

A estas alturas, poco podemos añadir al cúmulo de elogios que, en sucesivas reseñas, hemos ido vertiendo sobre la obra de Lucy Maud Montgomery. Quien ya conoce a la autora sabe que cada una de sus novelas es una delicia que se degusta con intenso placer y se abandona, una vez concluida la lectura, con una cierta tristeza amortiguada por la certeza de que aún quedan libros suyos por leer.

Ilustrado, como lleva siendo habitual desde hace un tiempo, por una Sara Lago en estado de gracia (en colaboración con Óscar Córdoba), y traducido por Elena Casares Landauro, “El Valle del Arco Iris” supone la penúltima parada antes de llegar al final del viaje que compartimos con Ana y los suyos. Un viaje que concluirá en “Rilla, la de Ingleside”, novela que a buen seguro no tardaremos demasiado en disfrutar.

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