El peso del corazón

Rosa Montero retoma el mundo futurista donde gestó a Bruna Husky, sin duda uno de sus personajes más carismáticos. En una segunda entrega que tiene lugar meses después de lo acontecido en “Lágrimas en la lluvia”, la detective androide se verá envuelta en un asunto de envergadura. Pero su mayor batalla, aquella que le permite rescatar su vida de una absurda cuenta atrás, continúa librándola dentro de sí misma.

La fama es efímera y Bruna Husky recobró a los pocos meses la comodidad del anonimato, y con ella también la precariedad económica. Se encargaba de un caso menor cuando, sin darse cuenta, se vio en medio de una trama que vislumbra a duras penas. Su investigación la llevará al Reino de Labari, una de las dos plataformas flotantes, cuya organización se rige por un fundamentalismo religioso.

Un futuro similar

En el mundo del siglo XXII, todas las naciones de la faz del planeta se han unido en una entidad política conocida como los Estados Unidos de la Tierra (EUT). En este contexto globalizador, las plataformas flotantes constituyen excepciones a su soberanía. Mundos independientes y aislados, construidos en órbita: por un lado, el Estado Democrático del Cosmos, descrito como un totalitarismo tecnológico y, por el otro, el Reino de Labari, de ideología fundamentalista.

Los avances tecnológicos han permitido el desarrollo de tecnohumanos, androides antropomorfos consagrados a una función, bien sea minería, cálculo o combate. Replicantes, como también se los llama —en voz de los personajes, préstamo de una famosa película del siglo XX—, que están obligados a desempeñar dos años de trabajo para la compañía que los creó antes de disfrutar de una vida plena, con los mismos derechos —en principio— que poseería cualquier ciudadano de los EUT.

La propia autora ha reconocido en medios de comunicación el uso instrumental de la ambientación futurista de estas novelas. El planteamiento no pretende introducir ningún tipo de ruptura esencial con respecto a nuestra realidad cotidiana, constituyendo una mera extrapolación del mundo presente y convirtiéndola así en poderosa herramienta de denuncia. Sin embargo, pese a esta interpretación que podría conducir a suposiciones de ligereza, el lector encuentra detalles en el texto —como, por ejemplo, el tráfico de memorias para androides— que son francamente deliciosos.

La sociedad esbozada por Rosa Montero se estratifica en regiones clasificadas según el nivel de contaminación del aire. Es precisamente en una de las zonas más desfavorecidas donde Bruna se encuentra con Gabi, una niña rusa de la que acaba haciéndose cargo. Será ella quien la ponga sobre la pista de una trama mucho más amplia.

La personalidad de Bruna

La vida de los androides está limitada a unos diez años. Pasado ese tiempo, sus cuerpos desarrollan un tumor masivo que acaba con ellos en pocos días. Aunque por lo general los tecnohumanos se sienten, cuando menos, incómodos ante semejante perspectiva, Bruna ha llegado a cultivar una obsesión profunda en torno a la finitud de sus días.

Su agonía especulativa que en algunas ocasiones llega incluso a paralizarla, se torna en una fuerza vital irrefrenable. La detective, un producto fabricado y bendecida con una infancia destrozada en su memoria, persigue ser feliz con la voracidad de una fiera.

Bruna Husky es una criatura salvaje y sensible. Sus excesos de carácter cristalizan la arquitectura inherente al androide de combate, siempre cargada de adrenalina y dispuesta a entrar en acción. Sin embargo, estos estallidos van de la mano de momentos vulnerables: la percepción del dolor, el amor, y sobre todo el vértigo que le provoca vivir, hacen de sus emociones el caos que permite explorar y exagerar todo aquello que ha movido a las personas de carne y hueso en todas las épocas. Ella es el verdadero motor de esta novela.

Ciencia ficción como herramienta

La fórmula del detective en el futuro ha sido tradicionalmente explotada —con Elijah Baley a la cabeza— y da muy buenos resultados al intercalar escenas de acción e ir desgranando la trama poco a poco en un mundo por explorar.  

Ya se ha mencionado que, como ella misma expresa, la intención de Rosa Montero con la saga de Bruna Husky no es la de crear un universo futurista revolucionario. Aún así, es justo comentar que el contexto de las dos entregas dispone de una elaborada cronología. La autora no reivindica para sus obras la etiqueta de literatura prospectiva, ni siquiera el sello de género. A través de Bruna toca temas y emociones que percolan el presente.

La dimensión psicológica es acaparada por la imponente personalidad de la androide, de la que ya se ha hablado. En cuanto a las denuncias sociales que se deslizan por el texto, encontramos el rechazo a la estratificación, la preocupación por la mala gestión de los recursos del planeta y un anhelo por lograr una convivencia más tolerante.

En este sentido, destaca la descripción de la organización del Reino de Labari, especialmente el papel secundario que juegan en ella las mujeres. Otro punto fuerte es el alegato en favor del reconocimiento del otro que se hace con el uso del término seres sintientes, el cual engloba tanto a humanos, como a androides, extraterrestres inteligentes y algunos animales (como los primates superiores).

Sobre la autora

Rosa Montero es periodista y escritora consagrada. Al pensar en ella, algunos títulos —como “La hija del caníbal”, “La loca de la casa” o “Historia del Rey Transparente”— acuden solos a la memoria. Antes de gestar a Bruna, la autora ya había probado a ambientar una novela en el futuro con “La Función Delta”, publicada por primera vez en 1981.

La preocupación por la muerte aparece como constante en su obra. Casi podría decirse que sus tres últimas novelas se articulan en torno a este tópico y a menudo lo utiliza como trampolín para mostrar personalidades desesperadas por vivir intensamente. Las dos entregas de Bruna Husky plasman una obsesión asfixiante, y su novela basada en la vida de Marie Curie, “La ridícula idea de no volver a verte”, (todas publicadas por Seix Barral) explora las posibilidades del duelo además de remarcar la imponente figura de la descubridora del radio. A la vista de que la radiactividad juega un papel importante en “El peso del corazón”, podría decirse que la sombra de Sklodowska se proyecta en el mundo de Bruna.

En definitiva, Bruna Husky es un personaje con fuerza, capaz de impulsar una novela. Tenemos ante nosotros el segundo episodio protagonizado por la androide. Un volumen fácil de leer y organizado en breves capítulos que alternan momentos de acción con introspección. A pesar de que ambas entregas se dejan leer de manera independiente, “Lágrimas en la lluvia” constituye la introducción oficial del personaje y merece ser disfrutada si uno no quiere quedarse con la sensación de estar contemplando, en «El peso del corazón», algo a medias.

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