La noche en que Frankenstein leyó el Quijote

La historia de la literatura está plagada de anécdotas que, ignoradas por la mayoría de los lectores, resultan en ocasiones tan interesantes o más que los propios libros a los cuales hacen referencia. Ya sean las peculiaridades vitales de tal o cual autor, o los avatares sufridos por determinadas obras maestras antes de ser publicadas, hay mil y una historias relacionadas con clásicos antiguos y modernos que merecen llegar al gran público.

Y esa es la tarea que Santiago Posteguillo parece haberse autoimpuesto a la hora de escribir «La noche en que Frankenstein leyó el Quijote», publicado por el sello editorial Planeta. Veinticuatro son los textos que componen este didáctico volumen, abarcando desde la creación del orden alfabético por parte del griego Zenodoto hasta la opinión del autor sobre el siempre controvertido libro electrónico.

Clásicos de nuestras letras…

Varios son los apartados de este libro centrados en obras y autores patrios. En «El autor secreto» se especula sobre la identidad del escritor al que debemos una de las novelas más importantes de nuestra literatura, «El Lazarillo de Tormes». Y en «La prisión» seremos testigos de la gestación de «El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha» mientras Miguel de Cervantes cumplía condena en una cárcel sevillana.

Por otro lado, en «El discurso» conoceremos el brillante modo en el que José Zorrilla agradeció su nombramiento como miembro de la Real Academia Española de la Lengua en 1885. Y, citando un último ejemplo, «Hija de la lluvia» nos relata el oscuro origen de la gran autora gallega Rosalía de Castro.

…y de las letras foráneas

Aunque podría haber escrito un libro mucho más voluminoso que el que nos ocupa narrando exclusivamente historias relacionadas con la literatura española, Posteguillo no se olvida de los clásicos extranjeros. Lo cierto es que cuenta con numerosas anécdotas entre las cuales elegir, y muchas de las mismas sorprenderán a más de un curtido lector.

Por ejemplo, quizá resulte difícil creer que una autora tan universalmente conocida como Jane Austen tuviese problemas para poder publicar su ya clásico «Orgullo y prejuicio», como vemos en «Primeras impresiones». Del mismo modo, es probable que pocos conozcan que J. K. Rowling debe la publicación de la primera novela protagonizada por Harry Potter a una niña a quien conoceremos en «El secreto de Alice Newton».

Fascinantes resultan las especulaciones sobre la autoría de las obras de William Shakespeare expuestas en «¿Escribió Shakespeare las obras de Shakespeare?», y sorprende enormemente descubrir lo que el gran Fiódor Dostoievski fue capaz de conseguir en tan sólo «Veintiséis días». En cuanto a la figura, tan interesante como polémica, del padre literario de «Los tres mosqueteros» o «El Conde de Montecristo», descubriremos lo mucho que le deben algunas de sus obras al trabajo de otro autor en «Alejandro Dumas y la larga sombra de Auguste Maquet».

Enseñar deleitando

Santiago Posteguillo ha conseguido uno de los objetivos más importantes para todo escritor cuya intención sea instruir a sus lectores sin provocar ese tedio que, en ocasiones, generan determinados escritos sobre historia de la literatura. Con una prosa sencilla y directa, y haciendo gala de una destacable habilidad narrativa, el autor valenciano aúna creación literaria y afán divulgativo, de modo que sus textos (a caballo entre el cuento y el artículo periodístico) se leen con gran placer al tiempo que aportan una información más que interesante.

En una sociedad como la actual, en la cual los jóvenes no se sienten demasiado atraídos por la lectura de obras ajenas a temáticas más o menos fantásticas, y se enfrentan con escaso entusiasmo al estudio de los clásicos de la Literatura Universal, «La noche en que Frankenstein leyó el Quijote» plantea un enfoque didáctico que, quizá, convendría tener en cuenta. Si los libros de texto resultaran tan entretenidos como el que nos ocupa, es probable que su estudio no supusiera un problema tan grande para el adolescente español medio.

Un novelista de éxito

Con la trilogía sobre Escipión el Africano (compuesta por  «Africanus: el hijo del cónsul», «Las legiones malditas» y «La traición de Roma»), Santiago Posteguillo obtuvo una acogida excelente entre los aficionados a la narrativa histórica. Recientemente publicó «Los asesinos del emperador», primera entrega de otra trilogía que se centra en la figura de Trajano, y de nuevo ha logrado un considerable éxito de crítica y ventas.

Además de escribir novelas, Posteguillo lleva unos dos años colaborando con el diario «Las Provincias», periódico en el cual aparecieron en su día las primeras versiones de los textos que componen el presente volumen. Una colaboración fructífera que, quizá más adelante, podría dar pie a una nueva recopilación.

Un libro casi perfecto

«La noche en que Frankenstein leyó el Quijote» no sólo destaca por su contenido literario. La ilustración de portada del maestro Alejandro Colucci es tan extraordinaria como suelen serlo todos sus trabajos. Además, cada uno de los apartados del libro cuenta con un dibujo realizado por los ilustradores Joan Miquel Bennasar y Josep Torres, con un estilo clasicista y de agradable acabado.

No obstante, en El Mar de Tinta hemos detectado un par de errores en el libro que empañan el resultado final. En «El asesinato de Sherlock Holmes», el autor sitúa las famosas cataratas de Reichenbach en Alemania, cuando todo admirador del gran detective creado por sir Arthur Conan Doyle sabe que se encuentran en Suiza. Además, de manera harto incomprensible afirma en «El último vuelo» que Eisenhower era el presidente de los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, cuando lo cierto es que dicho puesto lo ocupaba Franklin Delano Roosevelt.

Son dos gazapos importantes, y es posible que exista alguno más que se nos haya escapado. Confiamos en que en futuras reediciones los editores (Planeta) subsanen el problema, ya que se trata de una mancha que emborrona un libro más que recomendable el cual, por su naturaleza, no puede permitirse incluir información incorrecta en sus páginas.

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