El río sin descanso

El “río sin descanso”  de Gabrielle Roy no es otro que el Koksoak , una gran corriente de agua en la vertiente Ártica de Canadá,  que atraviesa la bella e inhóspita tierra de la comunidad inuit, Nunavut. No hay mejor metáfora que el fluir de las aguas de este río, siempre cambiante  e inexorable en su avance, para representar la encrucijada que están viviendo los  pueblos aborígenes frente a los avances del progreso. Gabrielle Roy, gran dama de las letras canadienses, nos introduce con delicadeza en una cultura tan primitiva como mágica, haciéndonos partícipes de su gran dilema: avanzar con los demás o quedarse aislados en su imperturbable mundo de hielo.

“Esa es en el fondo la historia del ser humano” —concluye Thaddeus, un inuit de piel curtida  y ojos vacíos—, “esa elección tan difícil entre la vida libre del abismo, orgulloso e indomable, y la vida con los demás, en la jaula”. El choque cultural entre las implacables tradiciones inuits y el confort occidental del siglo XX es el leif motiv de esta preciosa novela. La confrontación aparece a través de un millón de facetas distintas:  con la introducción del teléfono, los hospitales y el trato a los enfermos, la crianza de los hijos, el consumismo, los conceptos de sueldo y empleo…  Pese al entusiasmo inicial con el que son acogidas estas mejoras, a largo plazo no hacen sino dejar un poso de melancolía e incomprensión en el alma de la comunidad esquimal, que acaba siempre volviendo sus ojos hacia las aguas de su imperturbable Koksoak.

Tres cuentos esquimales

La novela abre con “Tres novelas esquimales”, un trío de narraciones en el que Gabrielle Roy se basa en los recuerdos de su viaje a la salvaje península de Ungava para plantearnos la perfecta introducción a “El río sin descanso”.

En “Los Satélites” se trata el tema de la muerte de una manera exquisita. Los esquimales aceptan la muerte con naturalidad, como parte de un ciclo inherente, e incluso se considera humanitario abandonar a viejos y enfermos  ya que ellos no pueden enfrentarse a la dureza de la vida en el Gran Norte. Cuando este instinto natural se ve coartado por la moralidad de la cultura blanca, los esquimales, abandonados a su suerte, no saben cómo enfrentarse ya a la muerte. “El teléfono” es un relato de aires más lúdicos pero con el mismo trasfondo dramático. La instalación de una línea telefónica en un minúsculo poblado inuit rompe de manera abrupta con el sistema de comunicación tradicional, con resultados tan cómicos como sorprendentes.

Rematamos esta pequeña trilogía con “La silla der ruedas”, un magnífico broche final con el que Roy profundiza en el tema de la muerte presentado en el primer relato. En este caso es Isaac, padre de la protagonista de “Los satélites”, quien se enfrenta al oscuro momento de la muerte. El anciano duda entre afrontarla como un verdadero esquimal (dejándose morir sobre una banquisa de hielo) o seguir esperándola sobre una silla de ruedas.

El río sin descanso

Elsa es una joven inuit que vive en una pequeña población a las orillas del río Koksoak, muy cerca de una ciudad “de blancos” angloparlantes y de una base militar estadounidense. Una tarde, la joven es forzada por un soldado y nueve meses después nace Jimmy, una criatura sorprendente que se convierte en una auténtica atracción para el poblado esquimal. Completamente volcada en el cuidado de su hijo, Elsa duda entre criarlo a la manera tradicional inuit o hacerlo a la manera occidental. La tiranía del reloj y las posesiones materiales de los blancos la amarga, pero la dureza de la vida errante esquimal supone un riesgo para la salud de su preciado tesoro. Atrapada entre dos mundos, Elsa lucha por encontrar  un hueco a su medida, para ella y para su hijo.

La novela fluye con un ritmo y una gracia natural, y prácticamente se lee sola. Su punto fuerte es sin duda la corriente de empatía  que nos genera Elsa; una conexión tan poderosa que consigue que un lector occidental y acomodado se ponga en el pellejo de esta joven madre esquimal. El segundo punto fuerte de la novela son las descripciones sensoriales de la vida en una comunidad inuit: el fluir del río, los horizontes infinitos de la tundra, las banquisas de hielo crujiente, el hedor de las cabañas y las cuadrillas de niños jugando sobre una naturaleza despótica y salvaje. La mirada de Gabrielle Roy se posa sobre las desoladas llanuras árticas, delatando el profundo cariño y respeto que la autora siente por estas tierras tan particulares.   

Porque no todo lo que trae el progreso es malo

“Para los blancos ya era difícil distinguir en el curso siempre en movimiento de las cosas, lo que era el progreso de lo que no lo era” – escribe Roy- “Para los esquimales, era aún mil veces, más arduo y delicado…”. Sin embargo hay un avance del progreso que es bueno sin lugar a dudas, en bueno para los blancos y los esquimales, para todos los individuos al margen de su contexto y su naturaleza. Ese avance es la literatura. Todo lo bueno de la civilización (los hospitales, las calles, la higiene, los salarios, incluso las temperaturas más amables) trae casi siempre una carga negativa, un reverso tenebroso para los esquimales. Todo, menos la lectura: es el único tesoro del progreso que no tiene contrapartida y es comprendido con igual ternura por occidentales e inuits.

[quote]Elsa se emocionaba ante el más pequeño rastro dejado por un lector anterior: una marca bajo una frase, anotaciones al margen… experimentaba entonces la misma sensación que en la tundra a la vista de piedras desplazadas o musgo de caribú pisoteado: la de que un ser humano acababa justo de atravesar el infinito país desierto y que con un poco de suerte quizá percibiera a lo lejos su silueta en marcha todavía. [/quote]

Sin lugar a dudas, “El río sin descanso” es una preciosa lectura invernal, un ejercicio de empatía y descubrimiento de la cultura esquimal y un bellísimo poema al Círculo Polar Ártico. ¡Gracias a la editorial Hoja de Lata por traer este clásico imprescindible a España!

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