Marruecos

Cien años han tenido que pasar para que “Marruecos”, el mejor libro de viajes de Edmundo de Amicis (1846-1908), viera la luz en nuestro país. La editorial Arcopress rescata el texto inédito del periodista italiano y lo ilumina con los grabados de Ussi y Biseo, célebres orientalistas y maestros del buril. Una deuda centenaria con los lectores españoles que, por fin, ha sido saldada con creces a través de esta exquisita edición.

Al-Magrib, Marruecos, el Reino Alaui o, como lo llaman los bereberes, “El lugar donde el sol se pone”… muchos son los epítetos que ha recibido este milenario país, vecino nuestro y a la vez gran desconocido. Su misterioso efluvio es como un canto de sirena para las almas románticas de miles de viajeros, que han acabado perdiéndose por los contornos imprecisos de su geografía desdibujada por la calima. Edmundo de Amicis, periodista y escritor del siglo XIX, fue uno de ellos.

Por las tierras del Sultán

Gracias a su gran prestigio como escritor y periodista, Amicis tuvo el privilegio de acompañar a la embajada que el recién unificado Estado Italiano envió al joven emperador Muley Hassan en 1875. El trayecto, que cubría desde Tánger a Fez, se realizaría a la manera tradicional marroquí: en caravana de camellos y escoltados por los soldados del Sultán y por los jerifes de las tribus con las que se iban cruzando por aquellos territorios hostiles con trazas de país soñado: Sidi Hassan, Zeguta, Karia El-Abbassi… y así sucesivamente hasta desembocar en ante las imponentes murallas de la ciudad imperial.

La pluma de Edmundo va desgranando, al compás de la caravana, una crónica de viajes que encuentra inspiración hasta en los detalles más insignificantes. Flora, fauna y condición humana. Usos y costumbres, cómo cocinan, cómo piensan. Tipos humanos, desde los flacos campesinos hasta las lúbricas odaliscas del harén. El día a día en la caravana, las rutinas, las distintas tribus del desierto… nada escapa a su interés ni a su asombro, es casi como viajar en la presencia de un niño.

Y sin embargo, no olvidemos que este “niño” es periodista: bien sabe dónde está y que se cuece en el Reino de Marruecos, y desde luego es capaz de describir terribles escenas y de formular fuertes críticas al país, teñidas de una cierta melancolía. Este sentimiento, netamente romántico, defiende que el pasado es siempre más bello, más íntegro y más inspirador que el presente. En este caso, el pasado esplendoroso de Marruecos se superpone a una realidad implacable que no está distorsionada por las brumas rosadas del Tiempo. Nadie dijo que fuera fácil ser romántico y periodista a la vez.

Ciudadanos del mundo

El texto es, en definitiva, tan fascinante como un libro de viajes, tan certero como una crónica periodística y tan hermoso en ocasiones como un poema. Todas y cada una de las facetas del poliédrico Edmundo de Amicis aparecen unidas en esta obra magistral, cuyo objetivo principal es tan ambicioso como noble: el conocimiento no sólo de un país, sino de las gentes que lo pueblan, y su relación con el conjunto la raza humana.

Y es que el autor, como todas las personas viajadas e instruidas, es conocedor de un viejo secreto: que en realidad todos pertenecemos una misma raza y a una misma nación, llamada Humanidad. Su propósito es pues altamente ético en el sentido de generar empatía y solidaridad entre pueblos, de tender puentes entre culturas. Y este mensaje no sólo puede aplicarse a “Marruecos”, sino a todos sus libros de viajes publicados, que abarcan lugares tan dispares como Holanda, Londres, España, Constantinopla o París.

No debe sorprendernos pues que una persona de tan altos principios y sentimientos sea también el autor del célebre libro “Corazón”: aunque a primera vista el título no nos resulte familiar, seguro que casi todos conocemos uno de sus más célebres fragmentos, “Marco, de los Apeninos a los Andes”, en el que Amicis nos narra la conmovedora historia de un niño que parte de Italia para buscar a su madre, obligada a emigrar a Sudamérica. La obra ha sido traducida a más de cuarenta idioma y ha sido adaptada con éxito al cine y la televisión, sobre todo a través de una serie de animación homónima que la generación de los ochenta y los noventa conocemos muy bien.

La belleza y precisión del lenguaje periodístico

Como buen hijo del siglo XIX, la crónica de Amicis bascula entre la lírica romántica y el realismo más tenaz. Las escenas que describe nos recuerdan a las mejores instantáneas de National Geographic: precisas, certeras, de una veracidad inapelable pero a la vez envueltas en un halo de belleza y empapadas inevitablemente por la emoción del autor.  Y es que como afirma Francisco Javier Martínez, editor literario de la obra, “Marruecos es mucho más que una crónica histórico-periodística. Es, ante todo, literatura”.

El editor afirma que la obra de Amicis sigue la tradición de Lord Byron, Chateaubriand, Gautier y Flaubert, y no le falta razón. La descripción de paisajes “sublimes”, el interés por el pasado de las civilizaciones y la búsqueda de lugares exóticos que permitan huir de la vulgaridad burguesa relaciona la obra de Amicis con la de estos ilustres padres de la literatura romántica.

Por otro lado, el ritmo de la narración es ligero y el texto se desarrolla en un estricto presente en primera persona, lo cual siempre hace más llevadero el viaje. El humor, en breves e incisivos destellos, también está presente, y sorprende cómo un texto escrito hace más de cien años puede resultar tan ameno y fácil de leer.

 Grabados orientales

La obra incorpora una serie de grabados, publicados por primera vez en la edición de 1892 (Espasa y Cía, Barcelona), obra de los eminentes orientalistas Stefano Ussi y Cesare Biseo. Desde pequeños detalles a grandes láminas que ocupan una cara entera, las imágenes de Ussi y Biseo despiertan la imaginación occidental e inciden en el exotismo de la África atlántica.

Las escenas que se desarrollan son, en su gran mayoría, tan dinámicas y saturadas como el propio país: escenas de caza, bazares abarrotados, caravanas moviéndose con estrépito de mil camellos, arquitecturas representadas con lujurioso detalle y  grupos de odaliscas arracimadas como aves del paraíso.

La obra  culmina con unos sentidos poemas con los que Edmundo de Amicis da por cerrada la experiencia y se despide del país y de los lectores con estas palabras:

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“Adiós bereberes, negros, árabes, moros

Palmeras gentiles, caravanas errantes,

Buenos caballeros de blanco turbante,

Llanuras inmensas enrojecidas de flores…

(…) Un súbito dolor vence mi corazón

Como si inmóvil y triste en ese momento

Todo un pueblo me dijese adiós.”

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