Zona uno

¿Qué debe tener una buena novela de zombis? Evidentemente, la presencia de muertos vivientes es fundamental, aunque jueguen un papel secundario. Mucho más importantes son los personajes con los cuales nos podemos identificar, y cuya lucha por la supervivencia nos impele a avanzar en la lectura. Y podríamos añadir una localización adecuada, habitualmente un refugio donde los no infectados se atrincheran y tratan de seguir con vida.

«Zona Uno», es la arriesgada apuesta editorial con la cual Planeta da la impresión de querer atraer a un público que no lee habitualmente novelas protagonizadas por cadáveres reanimados. Tenemos zombis, un protagonista que monopoliza la narración y un escenario tan impresionante como la Gran Manzana. ¿Qué cesto teje con tales mimbres Colson Whitehead? Uno difícil de vender, nos tememos.

La Zona Uno

Tras lo que se conoce como la Última Noche, el mundo se enfrenta a una plaga de zombis, y los diversos gobiernos del planeta intentan exterminarlos para tratar de recuperar una apariencia de normalidad. Mark Spitz y sus compañeros Gary y Kaitlyn son «limpiadores», y su misión es revisar uno a uno los edificios situados en una zona de seguridad situada en Nueva York.

Tras una contundente actuación por parte de los marines, la Zona Uno es un área aparentemente segura, pero todavía queda algún que otro skel (muerto viviente agresivo) o stragg (zombi inmóvil que parece congelado en mitad de una acción rutinaria) de los que hay que deshacerse. Esa es la labor que llevan a cabo Spitz y sus colegas, un trabajo monótono pero no exento de riesgo.

Viernes, sábado, domingo

La escasa acción que tiene lugar en «Zona Uno» se desarrolla a lo largo de tres días eternos, y se complementa con numerosos flash-backs centrados en las vivencias del personaje principal y de alguno de los secundarios. Whitehead demuestra una asombrosa capacidad para alargar el tiempo, y las jornadas en las que se divide la novela transcurren a un ritmo tan pausado que parecen no acabar nunca.

Y es que en las más de trescientas páginas de las que consta el libro ocurren muchas cosas, pero la nula habilidad narrativa del autor convierte la lectura en una incómoda y constante lucha contra el bostezo. Algo que, francamente, jamás habríamos imaginado que podría ocurrir con una historia de zombis.

La mediocridad por bandera

Mark Spitz, cuyo nombre real nunca conocemos (por si no lo saben, Spitz fue un excelente nadador que consiguió numerosas medallas olímpicas hace algunas décadas), es un ser mediocre que asume su condición y se muestra complacido con la misma. Por lo tanto, puesto que la narración en tercera persona se centra en él, el relato se ve afectado con toda lógica por una mediocridad pasmosa.

Spitz divaga constantemente, incluso en mitad de los pocos (muy pocos) momentos en los que se desarrolla alguna escena relevante. Sus recuerdos le asaltan con una frecuencia harto irritante: ¿qué nos pueden importar las veces que ha comido en tal o cual restaurante, por poner un ejemplo?

¿Una sátira moderna?

Hay quien ve en la novela que nos ocupa una denuncia de ciertos defectos de la sociedad actual. En cuanto a la visión de la vida en la Nueva York anterior a la Última Noche, queda bien claro que la opinión que los neoyorquinos le merecen a Whitehead no es nada halagüeña.

Ahora bien: la mejor sátira es aquella servida con habilidad, acompañada de una narración interesante que permita su asimilación de forma cómoda y entretenida. Un ejemplo canónico de gran cultivador de la sátira es el inmenso Jonathan Swift, famoso por su clásico «Los viajes de Gulliver», cuyo ensayo «Una modesta proposición» es una de las mejores obras de denuncia que hemos tenido ocasión de leer.

Lamentablemente, Colson Whitehead no parece dar valor alguno al entretenimiento en su texto. Así, la carga crítica del mismo se diluye mientras tratamos de impedir que la somnolencia se apodere de nosotros, y nos enfrentamos a la titánica labor que supone terminar una página más de su novela.

No todo es estilo, señor Whitehead

En ningún momento vamos a poner en duda en El Mar de Tinta el extraordinario dominio del lenguaje del que hace gala el autor de «Zona Uno». Más bien al contrario, nos encontramos ante un escritor capaz de construir frases muy complejas y dotado de un rico vocabulario que emplea con generosidad.

Pero sí podemos afirmar que, con independencia de la belleza del envoltorio, si el contenido del paquete se ha obtenido en una tienda de baratillo, lo normal es que quien lo recibe se sienta decepcionado. Así, un estilo literario depurado no es suficiente para lograr el interés de los lectores.

Para que un libro capte nuestra atención, debe importarnos el destino de sus protagonistas. Por desgracia, Mark Spitz es un personaje por el cual no sentimos empatía en ningún momento, por lo cual lo que le pueda ocurrir (y todo cuanto le ha ocurrido con anterioridad) nos interesa mucho menos que saber cuándo diantres va a pasar algo medianamente emocionante en la novela.

¿Quién debe leer «Zona Uno»?

Difícil pregunta para la cual no hay respuesta clara. Los aficionados a las novelas de muertos vivientes es más que probable que se aburran soberanamente con la lectura de este libro, sin duda, uno de los más tediosos que han llegado a nuestras manos.

Por otro lado, lectores más «serios» que se acerquen a ella atraídos por el prestigio de su autor (muy respetado por la crítica y con dos obras anteriormente publicadas en nuestro país, «El coloso de Nueva York» y «La intuicionista»), quizá encuentren difícil lidiar con la epidemia zombi en mitad de la cual transcurre la historia. Aunque, si hubiese que apostar por unos u otros, en El Mar de Tinta creemos que serán estos últimos los que puedan acabar disfrutando con la lectura de «Zona Uno».

Una respuesta a «Zona uno»

  1. Concuerdo totalmente en todo lo que decís Jose!. Llegué a la pagina 14 o 15 y me pregunte que andaba pasando, si el problema había sido la traducción, o era que el libro carecía absolutamente de todo tipo de encanto. Ahora que te leo me quedo mas tranquilo!
    Saludos!!

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