El crimen de Orcival

Sherlock Holmes es, indudablemente, el detective literario por excelencia.  Sin embargo, no hay que olvidar que la inmortal creación de Sir Arthur Conan Doyle se apoya en unos cuantos ilustres precedentes. Entre ellos cabría destacar a dos investigadores de nacionalidad francesa: el Chevalier Auguste Dupin, surgido de la magistral pluma del estadounidense Edgar Allan Poe, y Monsieur Lecoq, creación de Émile Gaboriau.

Las obras de Gaboriau no cuentan en nuestro país con una edición digna y las pocas que existen llevan años descatalogadas. Por lo tanto, la publicación por parte de Editorial dÉpoca de “El crimen de Orcival” (en su imprescindible colección Misterios de Época) ha de ser recibida con entusiasmo por cualquier aficionado a la literatura detectivesca, ya que nos permite disfrutar de la primera novela en la cual Lecoq es el protagonista absoluto.

Un crimen brutal

El hallazgo del cadáver cosido a puñaladas de la condesa de Trémorel en la rivera de un río que atraviesa sus tierras, sume en el estupor a los habitantes de la tranquila villa de Orcival. Cuando las autoridades locales se personan en el Castillo de Valfeuillu queda claro que quien haya cometido el crimen ha registrado violentamente el lugar. Todos los indicios apuntan a un móvil económico, y diversas pistas parecen señalar con claridad quiénes son los culpables del crimen, de modo que los sospechosos son rápidamente capturados.

Sin embargo, la llegada a Orcival del señor Lecoq, miembro destacado de la Sûreté parisina, hará que los acontecimientos sean revisados desde una nueva perspectiva. Lecoq analizará minuciosamente el escenario del crimen y pondrá en tela de juicio las conclusiones de las fuerzas vivas de la población rural, convencido de que tras la muerte de Berthe Trémorel y la desaparición (¿asesinato?) de su cónyuge se oculta una compleja trama relacionada con el fallecimiento del primer esposo de la condesa. Con la inestimable ayuda del inteligente Plantat, juez de paz de Orcival, el sagaz policía llevará a cabo una exhaustiva investigación que desvelará una historia sorprendente.

Monsieur Lecoq

El detective creado por Émile Gaboriau apareció por primera vez en “El caso Lerouge”, si bien lo hizo como un mero secundario, pues el verdadero protagonista del libro es Père Tabaret, investigador aficionado que debe mucho al Dupin de Poe. Tabaret será el mentor de un joven Lecoq, quien ya aparecerá como un exitoso y respetado agente de la ley en “El crimen de Orcival”. Si bien protagonizó otras tres novelas y un relato breve, el volumen que nos ocupa es considerado como la obra cumbre de Gaboriau.

Lecoq es, como lo son la mayoría de los grandes detectives de ficción, un personaje plagado de particularidades que le dotan de una cierta extravagancia en determinados momentos. Claro ejemplo de ello es su peculiar costumbre de salpicar sus exposiciones con la ingesta de las pastas y dulces que guarda en una pequeña bombonera, decorada con la imagen de su amada. Experto juez de la naturaleza humana, su desprecio por la incompetencia ajena es tan intenso como su respeto por la inteligencia de mentes afines a la suya. Algo que tiene en común, entre otras muchas cosas, con su más ilustre continuador.

Gaboriau versus Doyle

Nadie que haya leído alguna de las sesenta historias (cuatro novelas y cincuenta y seis relatos) de Sherlock Holmes que firmó Arthur Conan Doyle pondrá en duda, tras leer “El crimen de Orcival”, que el personaje del autor británico posee abundantes semejanzas con la creación de Gaboriau. Por un lado, ambos personajes tienen la capacidad de ver en la escena de un crimen detalles ocultos a ojos menos expertos que los suyos. Además, tanto Lecoq como Holmes revisan meticulosamente cada centímetro del escenario de un crimen, y son capaces de visualizar sin apenas margen de error qué ocurrió realmente allí.

Por otro lado, el detective inglés es famoso por su habilidad para disfrazar su apariencia y modificar tanto su voz como su forma de actuar, con el fin de convertirse en cualquier personaje que su investigación requiera. Y eso es algo que bien podría haber tomado de un Lecoq al quien Gaboriau presenta como un maestro del disfraz, hasta el punto de que casi nadie conoce cuál es su verdadero aspecto (algo motivado por razones de seguridad personal, según argumenta el propio agente de la Sûreté).  También resulta curioso ver cómo la parte central del libro narra una historia ocurrida tiempo antes de los hechos investigados, esquema narrativo que se reproduce en tres de las cuatro novelas protagonizadas por Holmes.

Si a todo lo anterior sumamos una idea muy personal de la justicia, entendida como algo que no tiene por qué corresponderse con lo que la Ley dicta, resulta innegable que en el inquilino del 221B de Baker Street hay mucho de Lecoq. Sin embargo, Doyle pondría en boca de su más memorable hijo literario una palabras muy poco halagadoras referidas al policía francés: “era un chapucero indecoroso que sólo tenía una cualidad recomendable: su energía”. Una definición sorprendentemente negativa, la cual no parece corresponderse con el hábil detective que protagoniza “El crimen de Orcival”.

Una edición impecable

Editorial dÉpoca se caracteriza por cuidar al detalle la edición de sus libros, y el caso de “El crimen de Orcival” no es ninguna excepción. Tras una hermosa cubierta aguardan al lector una interesantísima introducción firmada por Juan Mari Barasorda y una excepcional traducción de Eva María González Pardo (con abundantes e instructivas notas a pie de página), acompañadas por una sugerente combinación de ilustraciones clásicas y modernas de Jules Guerin e Iván Cuervo Berango.

“El crimen de Orcival” es una obra clave de la ficción detectivesca, y en El Mar de Tinta consideramos que cualquier aficionado al género encontrará su lectura sumamente entretenida. Puede que Monsieur Lecoq no goce del prestigio de un Sherlock Holmes o un Hercule Poirot, pero estamos convencidos de que se trata de un gran personaje cuyas aventuras no desmerecen ante las de sus numerosos herederos literarios.

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