La noche del ocho

¿Estarían dispuestos a pedir la cabeza de aquel al que odian si pudieran permanecer impunes? Bajo semejante premisa se esconde la última novela de Sebastian Fitzek quien, inspirado en la peor cara de las redes sociales, se marca un thriller espeluznante. Acción vertiginosa en una noche donde las peores pesadillas se hacen realidad.

La vida de Ben es un completo desastre y todo empeora cuando es nominado para ser perseguido en la llamada “noche del ocho”. Fitzek tiene bien aprendida la lección para incomodar al personal. Su estilo descarnado y brutal irrumpe en la primera página y pasa como un aluvión destructivo hasta desembocar en un final de traca. Reflexión social y ambiente berlinés para una historia cargada de crítica al mundo en el que vivimos o en el que podríamos vernos en un futuro no muy lejano.

El juego

Ben es un padre separado cuya hija perdió ambas piernas en un accidente. La vida no es fácil para un músico que, para más inri, es expulsado de su grupo. El día no podía empezar peor. Hasta que recibe una llamada del hospital y descubre que su hija ha intentado quitarse la vida. O eso parece, porque unas horas antes le avisaba por sms de que su vida corría peligro.

Y no puede imaginarse hasta que punto será eso cierto. Su nombre ha sido elegido para participar en “la noche del ocho”. Las normas son simples: esa noche, cualquiera podrá elegir un chivo expiatorio que merezca la muerte. El primero en acabar con la vida del nocheochero (esto es, el seleccionado), tendrá un premio en metálico. Si sobrevive el perseguido, el dinero será para él. Todo vale. La policía no intervendrá. Ben estará solo, sin saber en quien confiar, huyendo de las hordas que buscan su cabeza y tratando de averiguar qué le sucedió a Jule.

Mentiras repetidas

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-Un momento- dijo él, apuntando con el arma a Arezu, pero de una manera inconsciente y sin intención de utilizarla-. ¿No estarás tratando de decir que la noche del ocho es un experimento psicosocial que se ha salido de madre?

Arezu se encogió de hombros con un gesto de disculpa

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La noche del ocho” es una novela de carga visual, factura impoluta y edición un tanto descuidada por parte de Ediciones B. Sebastian Fitzek deslumbra en su modo de desgranar una historia que ocurre en una noche pero que, dada su compleja trama, parecen días. En ella se mezclan experimentos sociales, psicópatas, policías duros y un rockero trasnochado que no sabe a dónde va.

Quien lleva la voz cantante en todo este maremagnum es Ben, un hombre maltratado por sus malas decisiones. Su hija Jule perdió ambas piernas en un accidente automovilístico en el que, si bien no fue culpable directo, sí pesa sobre él el daño producido. La noche del ocho, ese experimento macabro en el que se ve envuelto, sirve de metáfora de los propios fantasmas de Ben. También como agria crítica social a los medios de difusión como Internet, los foros de opinión. Plataformas donde cualquiera, desde el anonimato de la red, puede lanzar calumnias contra otros. En este caso, la ciudad de Berlín se transforma en un escenario donde deambulan hordas sedientas de sangre que creen a pies juntillas que Ben es merecedor de castigo. Junto a él, otra nominada. Arezu sirve de contrapunto. Joven, vulnerable. Se descubre que es el motor de la noche del ocho. Una teoría que iba a servir para nutrir su tesis en Psicología y que acaba muy mal porque Oz, su compañero “inventor” decide darle luz verde.

Su estilo puede transgresor, está en la línea del cine de terror actual, pues tal fue su inspiración. Ya no dan miedo los monstruos o asesinos en serie. Lo realmente terrorífico es la transformación del individuo de a pie cuando da rienda suelta a sus bajos instintos.

Inspirador

En conjunto, la novela resulta entretenida, seductora incluso. Esa brutalidad, más psicológica que física, pesa en la trama como un personaje más. Es indudable que Fitzek se inspira en “The purge” (“La noche de las bestias”), así lo menciona en los agradecimientos finales. Pero su perspectiva es aún más demoledora, pues lo que describe es el despertar gratuito de la violencia a través de las redes. Cómo el ser humano es capaz de verse seducido por lo que se dice en Internet sin necesidad de constatar su veracidad. La película tuvo una gran repercusión y se han hecho múltiples secuelas. En El Mar de Tinta nos quedamos con la obra de Fitzek, pues ofrece una lectura aún más profunda.

Tomando como base los experimentos sociales extremos, no podemos dejar de mencionar el controvertido experimento de Standford, base para otros tantos filmes. Está presente de alguna manera en “La noche del ocho”. Su violencia gratuita, la posibilidad de ser siempre carcelero y nunca preso. En la novela existen pocos personajes definidos. Prima la presión de aquellos que forman bloque y persiguen sin piedad a Ben y Arezu. Una verdad a medias, la tergiversación de la información y la promesa de un premio en forma de millones de euros, son razones suficientes para desatar el caos. El anonimato es la excusa para destapar la depravación humana y criticar así el exceso de confianza en las redes. Una novela intensa con un mensaje profundo que da para la reflexión.

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