El umbral de la eternidad

Ken Follett termina con «El umbral de la eternidad» su aclamada trilogía “The Century” siguiendo las mismas premisas que en sus entregas anteriores. Conecta con el lector a través de sus personajes y le hace partícipe de las intrigas políticas y los movimientos sociales de la época. Los hijos de las familias de “El invierno del mundo” y “La caída de los gigantes” son víctimas de su tiempo y del régimen político que les ha tocado vivir, en un mundo que parece abocado a una monstruosa guerra entre las dos superpotencias más poderosas que han existido jamás.

El escritor galés finaliza una saga que le ha reportado aún más fama y reconocimiento. Sus libros están en los escaparates de todas las librerías, lo que ha hecho que todo el mundo conozca a este autor, que se ha labrado una fama de gran redactor. En el final de su trilogía, Ken Follett nos explicará las luchas que tuvieron que librar las sociedades de los países más influyentes para construir el mundo en que nos toca vivir hoy en día, y las enormes dificultades que tuvieron al enfrentarse a poderes que parecían interminables.

Racismo y totalitarismo

Dos son los grandes problemas que, según Follett, sacudieron al mundo después de la Segunda Guerra Mundial. El racismo, un desagradable fenómeno que se vivía en el sur de Estados Unidos, era sin embargo aceptado por la sociedad, que no veía con malos ojos la disgregación ni la violencia policial contra la población de color. En 1961, George Jakes, un joven y brillante abogado de madre negra, introducido de lleno en la lucha por los derechos civiles, cree firmemente que los cambios se producen desde la esfera política. Partícipe en la administración Kennedy, se resiste a pensar que es más que una figura de color dentro de un establishment poderosamente blanco.

En la Unión Soviética, los hermanos Dvorkin tienen ideas diferentes respecto a la situación del país. Tania es una periodista del TASS que cree que la mejor forma de que la Unión Soviética avance es una progresiva democratización. Su hermano Dimka, ayudante del Secretario General Jruschov, está convencido de que el comunismo es el mejor de los sistemas, aunque manteniendo la cordialidad con Occidente.

En la República Democrática Alemana, la familia Hoffman vive con el miedo de ser víctimas permanentes de la Stasi, la peligrosa y todopoderosa policía secreta, dado su pasada militancia socialdemócrata. Rebecca es una joven maestra atrapada en un matrimonio que no le entusiasma, mientras que Walli es un joven guitarrista a quien solo le interesan los conciertos y las chicas. Viven en el Berlín oriental a escasos metros de la otra parte de la ciudad en la que las condiciones de vida y las libertades son muy diferentes. Por eso, estos personajes buscarán una salida hacia un mundo que tienen idealizado, pero será una tarea de gran dificultad.

Un mundo de buenos y malos

La obra destaca por su redacción, la cual hace que el lector se enganche con facilidad. No obstante, debemos decir que la calidad de la trilogía va decreciendo, especialmente por sus personajes. Si en las obras anteriores los personajes eran muy normales y nos identificábamos mucho con ellos, no sucede lo mismo en “El umbral de la eternidad”.

Los personajes de esta novela se caracterizan por su éxito, ya que todos se convierten en personas ricas y famosas y destacan en sus respectivos ámbitos. Además, da la casualidad de que siempre están en el lugar adecuado en el momento oportuno, recurso que emplea Follett para narrar los hechos reales, pero en esta ocasión esas casualidades son exageradas.

Por otro lado, tras el final de la Segunda Guerra Mundial, Follett divide el mundo mediante el telón de acero, haciendo una historia de buenos y malos. Todo lo referente al bloque oriental es abominable, mientras que el lado occidental parece un mundo de fantasía. Lo único criticable de este lado del mundo es el racismo imperante en el sur de Estados Unidos o las corruptelas de la administración Nixon. No hay referencias a las desigualdades sociales o el colonialismo, otros males del primer mundo que el autor prefiere no tocar.

Los sentimientos de los personajes

Otra de las características típicas de las obras de Follett es la descripción de los sentimientos de los personajes. Una de las mejores partes de la obra es el inicio, en el que queda reflejado el miedo que sentía toda la población de Alemania del Este hacia la Stasi. Una simple carta con su sello hacía temblar al más valiente. Además, destaca la narración del escaso contacto que había entre los dos lados del Telón de Acero, ya que era muy difícil el intercambio de información entre ambos mundos.

En esta obra el protagonismo de los personajes reales aumenta, aunque están demasiado estereotipados. Mientras que Kennedy solo piensa en el sexo y Nixon es un hombre sin escrúpulos, Martin Luther King parece el político y ciudadano perfecto. Los protagonistas son muy cercanos a los grandes personajes, lo que hace que se nos cuenten los hechos históricos desde su punto de vista. En este sentido, se notan los intereses de Follett, ya que unos acontecimientos están muy bien caracterizados, como la crisis de los misiles, y a otros les presta muy poca atención y deja con dudas al lector, como la Guerra de Vietnam o el caso Watergate.

El final de una famosa trilogía

A pesar de que esta obra no desmerece a las anteriores, da la impresión de que Follett ha querido hacer una obra más comercial. Hay aspectos nuevos, como la formación de un grupo musical, el cual, siguiendo la pauta de la obra, alcanza un éxito mundial, o el movimiento hippie. Son características que, aunque den un toque fresco y novedoso a la trilogía, no deberían pasar de ser un tema secundario en una novela histórica. Esto provoca que el autor trate tantos temas en la obra, y en un lapso temporal y espacial tan amplio, alarga mucho la obra debido a la sobrecarga de páginas dedicadas a temas poco relevantes.

La edición es buena, aunque la longitud de la obra, más de 1100 páginas, puede suscitar pereza a los lectores menos habituados a la novela histórica. Las últimas páginas merecen la pena, ya que nos hace darnos cuenta de la evolución que han tenido las sociedades contemporáneas, haciendo que aspectos como el racismo, el machismo o el totalitarismo hayan pasado al imaginario colectivo como algo caduco y en proceso de extinción.

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