El viento en los sauces

Con motivo del 80º aniversario del fallecimiento del autor británico Kenneth Grahame, rescatamos este clásico imperecedero que ha deleitado a niños de todos los tiempos. Con esta fábula, poética y apacible, el escritor muestra un esbozo de las formas y maneras victorianas que imperaban en su época.

La presente edición de Anaya en tapa dura salió a la venta en el año 2006, una traducción del texto original realizada por Lourdes Huanqui con gran acierto. Las anteriores ediciones, si bien respetando el carácter culto de la prosa de Grahame, podrían resultar a los niños de hoy poco inteligibles (aunque son, sin duda, más bellas).

Huanqui consigue acercar el relato clásico a la actualidad, sin que éste pierda su originalidad y frescura. La obra, tan hermosa como cuando se escribió a principios del siglo XX, se encuentra entre los cuentos clásicos más populares de la literatura infantil.

El topo y la Orilla del Río

Kenneth Grahame (1859- 1932) escribió este libro  para su hijo, un niño con problemas. Ciego de un ojo y con numerosos tics nerviosos, fue siempre un ser sobreprotegido y delicado. Al conocer el contexto que llevó al inglés a escribir “El viento en los sauces” y tras su lectura, se entiende por qué este relato emana plácida armonía: probablemente Grahame pretendía brindarle a su hijo un remanso de paz donde poder evadirse de una vida atribulada e infeliz.

En sus páginas, nos encontramos con el Topo, muy atareado en la limpieza primaveral de su humilde hogar. El aire cálido del verano, lleno de suculentos olores que se filtran hasta su madriguera, y el murmullo del ajetreo de las otras criaturas del campo hacen que el Topo no pueda resistirse a salir a la superficie.

Disfrutando del amable sol y experimentando por primera vez un sinfín de nuevas sensaciones, el Topo vadea el río y conoce a la Rata de Agua, quien le invita a trasladarse allí. Junto a ella, el pequeño animal conocerá todos los placeres que la vida en la Orilla puede aportar: paseos en bote, pic-nics campestres, charlas entrañables y visitas a los vecinos. No puede haber una existencia más magnífica.

Un sapo muy engreído

Entre los habitantes de la Orilla, se encuentra el ricachón Sapo, cuya mansión es la envidia de todo el vecindario. Osado, impulsivo y caprichoso, no para de meterse en problemas, avergonzando con su actitud pueril a sus amigos, que intentan (sin mucha suerte) inculcar algo de sensatez en su tozuda cabeza.

Los automóviles son ahora su última pasión, y el robo de uno de ellos le llevará a sufrir una serie de desdichadas aventuras, para disgusto de sus conocidos. La Rata de Agua, el Topo y el misántropo Tejón, decidirán poner fin a tanta locura de una vez por todas.

Rincones felices

La sencilla historia imaginada por Kenneth Grahame, discurre sosegada. “El viento en los sauces” nos brinda la posibilidad de demorarnos en los placeres mundanos, en aquellas rutinas hogareñas que hacen de este mundo un lugar más habitable.

Como metáfora de la mentalidad victoriana en la que le tocó vivir, las criaturas a las que Grahame da vida son educadas, muy preocupadas siempre por no saltarse el protocolo y las buenas maneras propias de caballeros.  Son éstos, tal y como afirma Gustavo Martín Garzo en el prólogo, “animales discretos y amables”, que se muestran débiles y muy humanos pero a la vez demuestran cualidades positivas: lealtad, honestidad, sensatez, prudencia y valerosidad.

La atmósfera creada por el escritor es dichosa. Siendo éste un cuento para que su hijo enfermo pudiese conciliar el sueño, no puede sino transmitir felicidad. “El viento en los sauces” se nos antoja así un refugio acogedor, en el cual poder guarecernos de las penalidades y problemas económicos, de la enfermedad y las discusiones familiares.

Poesía armoniosa

En su momento, fue el cuento una ensoñación para ayudar a evadirse de la penosa realidad y, ahora, permanece como una fábula hermosa,  naturalista, que sigue inspirando la faceta poética de cada lector. El autor, en su empeño por crear un mundo apacible para su pequeño, también realizó una alegoría a la naturaleza, a los animales que habitan el bosque y los cauces de los ríos.

La armonía lírica inunda el texto de Grahame, dotando a su narración de musicalidad. Las cancioncillas y rimas compuestos por los protagonistas de la obra nos presentan una comunidad que sigue creyendo en la belleza del mundo. Destaca, sobre todo, el pasaje –tan profundo- en el cual durante un trance místico, el Topo y la Rata de Agua son testigos de la aparición del semidios Pan, representación de la bondadosa y sabia naturaleza.

Con sutileza, el autor plasma en la historia una marcada dicotomía: el reposado modo de vida del Tejón, el Topo y la Rata de Agua frente a la alocada pasión del Sapo por las aventuras, así como la Rata viajera. Graham expresa así la inherente inquietud del ser humano por descubrir aquello que se encuentra más allá del hogar. Ambos modos de vivir se complementan en “El viento en los sauces”, configurando un cuento detallista y melodioso.

Nuevas ilustraciones

En las múltiples ediciones que se han realizado a lo largo de los años de “El viento en los sauces”, las ilustraciones venían de la mano de grandes y reconocidos artistas como Arthur Rackham o E. H. Shepard. Para la ocasión, es Elena Odriozola la encargada de dar vida al mundo animal  de Kenneth Grahame. Con una trayectoria extensa (empieza a dedicarse a la ilustración en el año 1997) la española realiza sus dibujos con una paleta suave,  melancólica, que se ajusta a los escenarios de la campiña inglesa. En sus manos, los personajes de Grahame se renuevan, aportando al Topo, a la Nutria, al Tejón o a la Rata de Agua una frescura y originalidad encantadora.

Llevado al cine en bastantes ocasiones (por Disney y más adelante Terry Jones) este clásico infantil nunca pasa de moda. Las actitudes victorianas de sus personajes no han devenido ajadas con el paso de los años, y prevalecen los buenos valores, combinados inteligentemente con humor, elegante ironía y sincero lirismo.

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