Tiempo de Canicas

Uno de los creadores del bombazo “Love & Rockets” y padre exclusivo de ese Macondo del cómic que se llama Palomar se vuelca a plasmar en viñetas los recuerdos y sensaciones de su infancia. La Cúpula trae a las estanterías esta semi-autobiografía que ha coleccionado elogios de todos los que la leyeron. Sin ánimo de llevar la contraria por llevarla, pensamos que las alabanzas han sido excesivas. Y en muchos casos exageradas.

Huey, Junior y el Chavo son tres hijos de inmigrantes mexicanos que viven en un suburbio indeterminado de alguna gran ciudad estadounidense. Son éstos tres la transposición evidente al papel del autor y sus hermanos. En un mundo en el que los adultos no se encarnan sino que solo se intuyen, los chicos y sus amigos van contándonos sus travesuras y correrías. Veremos su amor por los cómics, un leve atisbo de su futura sexualidad y miles de referencias a la cultura popular de los Estados Unidos de finales de los 60 y principios de los 70. Todo discurre con un ritmo cachazudo. Configurada de forma que puedas recolocar los capítulos a capricho, el tiempo de la narración no avanza. La historia parece situada en una distorsión del espacio-tiempo donde no existe la noche y donde las horas son iguales unas a otras. Las numerosas pausas narrativas y los copiosos silencios que Beto Hernández nos regala ralentizan la narración de forma tal que en ocasiones nos preguntaremos si hemos avanzado en la lectura o hemos vuelto a empezar.

Una infancia lejana

Lo anterior nos lleva a una obra con la que es difícil conectar. Siempre nos sentiremos ajenos a lo que ocurre entre viñetas. Quizá sea la diferencia evidente de iconos culturales o la disparidad de costumbres. O tal vez debamos culpar a un guión discontinuo y deshilado. Lo cierto es que no encontramos la puerta para entrar. Los personajes no nos van a dejar una huella indeleble. Ni simpatizas ni te compenetras.

Tiempo de canicas 1

Y pese a que ocurren cosas, el compás de la narración nos saca de ella. Y no a puros empellones, sino por inercia. Página a página te va expulsando. No ha podido Hernández construir un armazón que atrape ni dotarlo de algún noray hacia el que ir y volver con la marea. Libre de agarraderos, la historia se escurre por los rincones y habremos de esforzarnos para continuar sobre sus viñetas. La idea básica era mostrarnos una cotidianeidad intranscendente y hacernos partícipes del pequeño universo infantil de los protagonistas. Una idea que, en casi su totalidad, resulta tristemente fallida.

Escasez gráfica

Para desventura nuestra, la fragilidad del guión se ve completada con un dibujo insustancial. Nunca fue Beto Hernández un virtuoso de la plumilla, pero disimulaba sus carencias con un trazo lleno de desparpajo y una más que decente habilidad compositiva. En “Tiempo de canicas” perderemos ambas cosas. La distribución de viñetas es repetitiva y átona, y la ausencia insistente de detalle en personajes y fondos convierte cada plancha en un mosaico insípido. La esquematización, en mayor o menor grado, es un deporte peligroso que puede dar grandes alegrías o llevarte a hocicar al fondo del foso. En ésta ocasión, Beto Hernández apenas consigue empatar en el descuento y de penalti dudoso.

Tiempo de canicas 2

A favor de la editorial mencionaremos que la decisión de reducir el tamaño de reproducción (mucho mayor en la edición original americana) ha sido un acierto. Las viñetas vacuas que pueblan “Tiempo de canicas” quedan muchísimo más huérfanas a mayor tamaño. Se les notan los desgarrones por las costuras y queda mucho más en evidencia la dificultad de Beto Hernández para con las figuras y expresiónes humanas.

Altibajos

Beto (Gilberto) Hernández nace en el seno de una familia de emigrantes mexicanos en 1957 en California (EE.UU.) En 1981 junto a sus hermanos Jaime y Mario autoeditó el fanzine “Love & Rockets” que fue editado para el gran público el año siguiente por Fantagraphic Books. Las ediciones de nuevas historias de Hopey Glass y sus compinches continuaron hasta 1996. A partir de ahí, pasaron a publicarse de forma anual.

Tiempo de canicas 3

Su obra más conocida es “Palomar”, un imaginario pueblo centroamericano en el que mezcla historias costumbristas con narraciones claramente emparentadas con el realismo mágico. La Cúpula ha editado en España las historietas aparecidas en “Palomar” (2005) y “Nuevas historias del viejo Palomar” (2010) así como las referidas a la más famosa de las vecinas del villorrio: Luba.

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