Una partida más y me acuesto

La nostalgia vende libros y, desde hace unos cuantos años, numerosos autores se han dedicado a escribir volúmenes centrados en los años setenta y ochenta del siglo pasado. La serie “Yo fui a EGB” es sin duda la que mejor se ha acercado a aquellos maravillosos años, analizando la práctica totalidad de los aspectos de la vida cotidiana de los niños de la época.

Uno de esos aspectos es el ocio electrónico, en el cual se incluyen el gran número de máquinas recreativas, ordenadores y consolas que nos mantuvieron entretenidos durante nuestra infancia. Un tema tan interesante que bien merecía su propio volumen, ¿no creen? Así al menos debió pensarlo Guillermo Tato, autor de “Una partida más y me acuesto”, un extraordinario viaje al pasado gracias al cual podemos reencontrarnos con los videojuegos que marcaron las vidas de quienes ya sobrepasamos los cuarenta.

Salones recreativos

Hubo un tiempo que en una moneda de 25 pesetas (también conocida como cinco duros) era la llave que nos franqueaba la entrada a una infinidad de mundos, en los cuales podíamos convertirnos durante un rato en héroes de lo más variopinto. Las máquinas recreativas nos permitían transformarnos en luchadores callejeros, musculosos bárbaros, fontaneros saltarines o pilotos de todo tipo de vehículos. Daba igual cual fuera nuestra misión (rescatar princesas, eliminar ejércitos de enemigos, acabar con los terribles “jefes” del final de cada parte del juego), el objetivo siempre era el mismo: prolongar todo lo posible la partida y conseguir la máxima puntuación, para que nuestras iniciales ocupasen un lugar de honor en el ranking de la máquina.

Tato logra reconstruir la sensación de encontrarnos en un añejo salón recreativo en el primer capítulo de “Una partida más y me acuesto”. Mientras pasamos las páginas, regresamos a aquellos lugares mágicos donde, entre humo de tabaco (sí, se podía fumar) y olor a golosinas pasábamos la tarde jugando o, cuando no teníamos dinero, viendo cómo jugaban nuestros amigos, al tiempo que tomábamos buena nota de desarrollo de las partidas para cuando nos tocase a nosotros enfrentarnos a las máquinas. Recuerdos entrañables de un mundo ya desaparecido el cual, para los lectores más jóvenes que no llegaron a conocerlo, resultará sin duda de lo más exótico.

Consolas y maquinitas varias

Los videojuegos no eran algo exclusivo del ámbito de las recreativas. Al igual que ocurre ahora, en las década finales del siglo XX también podíamos jugar en casa con las consolas de la época, a años luz de las actuales en cuanto a prestaciones, pero una inagotable fuente de diversión para quienes tuvieron la suerte de contar con una de ellas en sus hogares. Casas como Nintendo, Sega o Sony fueron sacando al mercado máquina tras máquina, compitiendo en potencia y jugabilidad, y obligando a los “jugones” de pro (bueno, a sus sufridos padres) a desembolsar periódicamente una buena cantidad de dinero para estar a la última.

También hay lugar en “Una partida más y me acuesto” para las consolas portátiles (con la Game Boy, acompañada por el eterno “Tetris”, siempre a la cabeza) y para sus predecesoras, las sencillas pero adictivas maquinitas con las cuales Nintendo y Casio, principalmente, inundaron el mercado. Aparatos simples cuyo aspecto provocaría, a buen seguro, una sonrisa displicente entre quienes han nacido prácticamente con un smartphone entre las manos, pero que a quienes peinamos canas nos mantuvieron entretenidos durante muchísimas horas.

Papá, ¿me compras un ordenador?

Conseguir que tus padres te compraran una consola era, normalmente, una tarea sumamente difícil. Al fin y al cabo, para ellos aquel aparato no era más que un juguete caro, sin ninguna utilidad real. Por eso, cuando comenzaron a comercializarse los primeros ordenadores personales asequibles (Amstrad, Commodore Amiga, Spectrum), los chavales de la época tuvimos la excusa perfecta para convencer a nuestros progenitores de que los necesitábamos. Podían usarse para escribir, ejecutar aplicaciones educativas e, incluso, permitían a los más avispados crear sus propios programas. Que también sirvieran para jugar era algo accesorio, ¿verdad?

En aquellos tiempos, además de  los productos que llegaban del extranjero, los jugadores españoles contábamos con innumerables juegos desarrollados por compañías españolas como Erbe Software, Dinamic Software y Opera Soft, entre otras. Empresas que comercializaban sus videojuegos en cintas de casete que había que cargar, durante un tiempo que se nos hacía eterno, antes de poder jugar. Luego vinieron los disquetes (con juegos que llegaban a contar con decenas de ellos) y, con la posterior aparición de los CD-Roms, lo que contemplábamos en las pantallas de nuestros ordenadores llegó a alcanzar niveles de calidad que, ingenuamente, imaginábamos insuperables.

Cualquier tiempo pasado…

¿…Realmente fue mejor? Obviamente, tal afirmación está abierta a debate. No obstante, lo que resulta innegable es nuestra atracción por la época en la cual nos tocó vivir la infancia y la adolescencia, años de formación que quedan marcados a fuego en nuestra memoria.

Con “Una partida más y  me acuesto”, Guillermo Tato (guionista de cine y televisión, y autor de novelas como “Lycaon”) retrata un tiempo recordado con cariño por la mayoría de quienes lo vivimos. Su libro, publicado por Editorial Planeta en su sello Timun Mas, es una invitación para viajar a un pasado lleno de magia e ilusión, profusamente ilustrada y salpicada de comentarios repletos de buen humor. En El Mar de Tinta ya la hemos aceptado. ¿Se animan ustedes? Les garantizamos que no se arrepentirán.

 

 

 

 

 

 

 

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *