El susurro de las flores marchitas

La Línea Z  de Dolmen lleva años ofreciéndonos mil y una variantes del muerto viviente. Entre las novelas y antologías que conforman el rico corpus literario de la colección, encontramos tanto a zombis de andares lentos como a furiosos corredores, carentes de raciocinio o malignamente inteligentes, con orígenes tan dispares como un virus, manipulación genética o posesión demoníaca. Pero, hasta el momento, era muy escasa la presencia de los zombis reanimados por el vudú entre las obras publicadas por la editorial. Por supuesto,  tal situación no podía durar eternamente.

 Áureo Kavanac vive en Nueva Orleáns y trabaja como detective privado. Hijo de una reina bruja de la ciudad, la muerte de su madre hizo que decidiera mantenerse al margen de todo cuanto tuviera relación con su origen. Así, a pesar de vender sus servicios como “detective de lo oculto”, está convencido de que no existe caso cuya explicación no pueda lograrse aplicando la ciencia y el sentido común.

 Kavanac tiene poco trabajo, y su monótona existencia transcurre entre las puyas incesantes intercambiadas con su secretario Nicholas y las tremendas borracheras con las que suele acabar el día. Sin embargo, cuando una madre angustiada acude a su oficina en busca de ayuda para encontrar a su hija desaparecida, el detective se ve obligado a sumergirse en el mundo del cual renegó en su niñez.

 Desapariciones misteriosas

 Moira Dago, una de esas mujeres de bandera tan habituales en el género negro, busca desesperadamente a su hija Vanessa. La policía se niega a considerarla desaparecida hasta que pasen las preceptivas cuarenta y ocho horas, razón por la cual decidirá contratar los servicios de Kavanac.

 No tardará mucho el detective en descubrir que Vanessa es la decimotercera joven desaparecida en los últimos meses. Su investigación le pondrá en contacto con un sacerdote vudú y, además de acabar obteniendo información relativa al paradero de las muchachas, se reencontrará con un horror que aguardaba aletargado en lo más profundo de su mente.

 Un detective muy peculiar

 Áureo Kavanac esconde bajo su sonoro nombre una personalidad rica en matices y contradicciones. A pesar de ser un homófobo recalcitrante, su secretario es descaradamente homosexual, y ambos mantienen una relación (no exenta de cierta tensión sexual) basada en el intercambio constante de los más variopintos improperios.

 Kavanac se declara escéptico pese a dedicarse a investigar casos supuestamente paranormales. Ese escepticismo choca frontalmente con todo aquello que vivió en su niñez cuando, abandonado por un padre atemorizado por la naturaleza de su madre, fue testigo de la influencia de la magia en las vidas de los habitantes de Nueva Orleans.

 El detective presenta una acentuada vena autodestructiva, puesta de manifiesto en su compulsivo consumo de whisky. A ello se une un empleo continuo de lenguaje malsonante y una aparente incapacidad para relacionarse con sus semejantes. Todo, en suma, contribuye a crear una imagen negativa del personaje. Pero, a pesar de todo, Kavanac es un hombre íntegro con un profundo deseo de actuar correctamente. Y es esa integridad, presente en la gran mayoría de los grandes detectives privados de la literatura policíaca, la que hace que conectemos con el protagonista de la novela, a pesar de sus numerosos defectos.

 Nueva Orleans: la patria del Vudú

 Nueva Orleans es una de las ciudades más reconocibles de los Estados Unidos. Infinidad de novelas, películas o series de televisión se han ambientado en ella, a ritmo tanto de jazz como de los tambores que resuenan en las ceremonias Vudú.

 En “El susurro de las flores marchitas”, la pintoresca urbe sureña se convierte en un personaje más. Los autores nos conducen por sus calles y nos permiten atisbar en sus más oscuros recovecos, sin olvidarse de mostrarnos algunos de los lugares más reconocibles de la ciudad. Mientras seguimos los pasos de Kavanac, las descripciones de los ambientes por los que se mueve generan imágenes de gran viveza que contribuyen a enriquecer la experiencia.

 Entre loas, hungans y bokos

 El vudú, religión que amalgama elementos del cristianismo con las creencias que profesaban los esclavos africanos llegados al continente americano, es una presencia constante en la novela. A lo largo de las páginas hallaremos abundantes términos relacionados con su culto, como pueden ser loas (espíritus que sirven como intermediarios entre los hombres y el regente del mundo sobrenatural), houngan (sacerdotes) o bokor (hechiceros).

 Son precisamente los bokor los que, según la tradición del vudú, tienen la capacidad de convertir a las personas en esclavos sin mente, los famosos zombis que acabaron por ceder su nombre a uno de los monstruos más representativos de la cultura terrorífica de los siglos XX y XXI. Y serán las repercusiones de los actos de cierto bokor los que justificarán la inclusión de  “El susurro de las flores marchitas” en la colección publicada por Dolmen.

 Dos autores con una larga historia común

 José Miguel Cuesta Puertes y José Rubio Sánchez llevan años escribiendo a cuatro manos novelas que han cosechado diversos premios y nominaciones. Son autores de, entre otras, “El Loto tras el Muro” (Edebé, 2005); “La Ciudad de las Puertas de Oro” (Timunmas, 2006); “El Durmiente” (Edebé, 2007), finalista premio Torrevieja 2006; “Sol de Misterio” (Equipo Sirius, 2008), finalista premio Planeta 2007; o “El Nombre Sagrado” (Ediciones Simancas), premio Ciudad de Dueñas 2009; etcétera.

 En “El susurro de las flores marchitas”, ambos demuestran una vez más su portentosa habilidad para dar forma a una única voz aunando sus capacidades narrativas. Y, del mismo modo, logran fusionar géneros sin esfuerzo, partiendo de una base genuinamente noir aderezada con un toque terrorífico que se integra en la trama con naturalidad.

 Una colección imprescindible

 En los tiempos que corren, la Línea Z de Dolmen es digna de alabanza por muchos motivos. Además de publicar nuevos títulos con una regularidad sorprendente y una cuidada edición, ha servido para que conozcamos la obra de un buen número de nuevos autores y, por supuesto, ofrece continuamente obras de gran calidad de escritores consagrados, tanto foráneos como nacionales. Algo de lo que “El susurro de las flores marchitas” es un claro y más que recomendable ejemplo.

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