La gigantesca barba que era el mal

No podemos negar que a ciertos elementos de la redacción de El Mar de Tinta, entre ellos el que suscribe, les cautivan mucho las salvajadas y gamberradas entre viñetas. Nada puede hacerse con ello, y mira que lo intentamos. Pero, y también quizá por el gusto universal de fastidiar, somos capaces de encandilarnos con historias sin ritmo endiablado, sin palabrotas, sin sexo cafre y sin personajes que merecen cuando menos una camisa de fuerza. La Cúpula repite acierto (y van…) con una obra tan inquietante como absorbente. Pasen, vean, y niéguenlo después si se atreven.

AQUÍ es un lugar que vive dando la espalda al mar. Para los habitantes de AQUÍ, el mar tiene el mismo trasfondo de horror que en las novelas de Lovecraft. Desconocido, aterrador y poblado de secretos y trampas mortales. Los vecinos de AQUÍ se refugian en su rutina, en la repetición milimétrica de pautas. Ese hábito les confiere un caparazón protector ante lo que pudiera haber ALLÍ. ALLÍ es todo lo que no hay AQUÍ. Y no es perogrullada ni sandez, sino expresión en pocas palabras del pavor intenso a lo que vive más allá del mar. A todo lo que se ubique en el exterior de la cómoda y tranquilizadora coraza que los vecinos de AQUÍ se han construido. Mas, un mal día, un extraño incidente les despierta cruelmente de la plácida siesta que es su vida e introduce en ella el elemento perturbador. La diferencia, lo extravagante, lo inusual les lleva al horror colectivo y a su miedo más profundo: el caos.

La disparidad como turbación

Al finalizar la lectura de “La gigantesca barba que era el mal” quisimos ponernos de pie y aplaudir, pero no pudimos. Es la obra una sátira dulce con un regusto demasiado agrio para absorberlo con facilidad. Stephen Collins nos hace de guía por entre unas gentes a las que, a vuelapluma, puedes tachar de idiotas. Pero al rato te vas percatando de que los idiotas viven entre nosotros. De que nosotros somos los idiotas.

La gigantesca 3

Todo el libro es una metáfora profunda de nuestra estructura social. Pausadamente, con cachaza, la narración avanza perezosamente mientras va repartiendo puñetazos al bajo vientre. Imaginen un camión que, en primera corta, avanza hacia ustedes. Lo ven venir y al mismo tiempo no les preocupa. Así, cuando las ruedas delanteras ya están sobre sus piernas advierten con pesadumbre que ya es tarde.

La gigantesca 1

De ése modo les va a tratar Collins página a página. Va a dejarles pegados a cada plancha, inquietos y sobrecogidos. En breve lapso, se encontrarán adheridos a la narración sin posibilidad de escape. Un disfrute, créannos.

Gris. Opaco. Triste

¿Y qué envoltura le ponemos a semejante angustia cósmica? Si Collins se hubiera decidido por el color y por imágenes alegres habría errado por mucho. Y no es así. Un tono gris domina con exageración cada página. El lápiz es el amo y señor de cada viñeta. La caricatura y la hipérbole gráfica en los personajes acentúa el ánimo con el que va uno avanzando.

Las viñetas tienen un considerable tamaño. O directamente ocupan toda la página. Y pese a esto el ritmo de desarrollo es lento. Un remolino tardo que muerde los tobillos sin avisar. El trazo es suave, armonioso. Casi podemos ver al autor dibujando cada viñeta con la misma placidez con la que las imágenes se extienden de izquierda a derecha.

La gigantesca 2

Sin referencias a las que agarrarnos, lo más parecido que hallamos entre nuestras meninges es su compatriota Tom Gauld. El detalle mínimo imprescindible y una calculada anarquía en la composición de las páginas adquieren todo el protagonismo. Dibujante de tiras cómicas, Collins rompe los grilletes tan rígidos que exige el formato y vuela entre viñetas en su primera novela gráfica. El tamaño de la edición, algo mayor de lo habitual, ayuda al disfrute de “La gigantesca barba que era el mal” en toda la magnitud que pensamos merece.

Síntesis

El británico Stephen Collins es conocido por su obra como ilustrador y por los trabajos semanales que le publican “The Guardian”, “Wired”, “The Wall Street Journal” o “La Repubblica”.

Se ha hecho con un cierto renombre entre la profesión, pero sin pasar nunca de un discreto segundo plano que abandona por completo con su primera novela gráfica. “La gigantesca barba que era el mal” le asciende a la primera división de los autores de cómic modernos donde creemos se mantendrá durante mucho tiempo. Para ver más trabajos suyos podemos visitar su web personal o su página en Tumblr.

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