Los últimos

La literatura post apocalíptica lleva décadas planteando situaciones extremas a las cuales han de enfrentarse unos pocos supervivientes del desastre de turno. La lucha de unos pocos contra las más variadas circunstancias adversas nos ha regalado obras tan memorables como “La Tierra permanece”, “El día de los trífidos” o “La carretera”. Un conjunto de novelas de gran calidad al cual, lamentablemente, no pertenece “Los últimos”, libro editado por Salto de Página.

En la novela de Juan Carlos Márquez (más bien novela corta ya que, de las 180 páginas que la componen, alrededor de una cuarta parte están en blanco o apenas incluyen texto), la humanidad se ve diezmada por el fogonazo. El devastador evento, cuya naturaleza no se nos revela, calcina a todos los seres vivos que no se encontrasen bajo techo cuando se produjo, evapora el agua, consume el oxígeno del planeta y sume a la Tierra en una noche perpetua.

De la Tierra…

En la primera parte de la novela conoceremos los cambios generados por el fogonazo gracias al diario de Adam Crowley. Adam conformará, junto a su esposa Eve y su hijo Benjamin, el núcleo protagonista de esta primera parte, si bien no tardarán en unirse a la familia nuevos personajes: Balthasar (hijo de una vecina a quien acogerán), John Buttercap (antiguo piloto militar) y Anaïs Green (una enfermera que ha perdido a su esposo y a su hija).

A través de los ojos de Adam veremos cómo, entre explosiones de bombas de oxígeno que tratan de regenerar (aunque sea mínimamente) la atmósfera, y tuneladoras que abren vías subterráneas con un fin no del todo claro, la tranquilidad posterior al fogonazo se ve alterada por unos extraños mutantes. Estos seres, entre los cuales se encuentra la madre de Balthasar, dedicarán su tiempo a asesinar a los supervivientes humanos para, una vez devorados, construir con sus huesos unas llamativas pirámides.

Lógicamente, con semejante amenaza acechando en el vecindario, Adam y compañía decidirán poner pies en polvorosa. Su destino será Walt Disney World (sic), lugar supuestamente fortificado al que llegarán tras un tranquilo viaje iniciado en coche y acabado sobre patines. En el parque únicamente les aguarda el coronel Boon, quien les revelará el origen de los mutantes y les expondrá su plan para escapar de nuestro condenado rumbo al vecino planeta rojo.

…a Marte

Tras una cómoda (para el autor, claro) elipsis narrativa, la segunda parte del libro se centra en la supervivencia del grupo de Adam (menos Buttercap, quien decide quedarse en la Tierra para buscar a su hijo) en Marte. ¿Cómo han conseguido nuestros valerosos protagonistas arreglárselas para llegar a Cabo Cañaveral, encontrar una nave convenientemente preparada, conseguir sin ayuda alguna despegar, realizar la larga travesía (hibernando, eso sí) y aterrizar en el pedregoso terreno marciano? La verdad es que en El Mar de Tinta también nos gustaría saberlo.

Una vez instalados en el planeta vecino, el grupo sufrirá una trágica pérdida, pero también recibirán con alegría el nacimiento de un bebé inesperado. Las exploraciones diarias en busca de hielo (necesario para generar oxígeno) harán que descubran un puñado de naves (por lo visto, no fueron los únicos que tuvieron la idea de emigrar a Marte y, al parecer, los módulos para viajes interplanetarios estaban de oferta en Ikea), pero ningún superviviente (con la excepción, eso sí, de algún que otro mutante que arrastra su sufrimiento por el suelo marciano). Finalmente, como rúbrica al diario de Adam, el autor de “Los últimos” nos ofrece un final aparentemente alegórico el cual, probablemente, no satisfará a quien haya tenido la paciencia de llegar hasta la última página de la novela.

Mi nombre es Adam Crowley

El narrador de “Los últimos” es un personaje extraño, con tendencia a narrar sólo los episodios que le apetecen (omitiendo aquellos que, quizá, hubiesen aportado algo de interés a la historia) aunque lo hace, eso sí, con una prosa muy cuidada (si bien, al parecer, desconoce la existencia del punto y aparte). Su peculiar forma de pensar y actuar se aprecia con claridad en la entrada 28 del diario de Marte, una escena que tiene que ver con la leche materna ciertamente desagradable.

Además de sus rarezas, Adam parece estar obsesionado con el sexo, sobre todo una vez se encuentra en el planeta rojo. Por un lado, comete alegremente adulterio con Anaïs (en una escena particularmente chabacana y risible, salpicada de términos sexuales poco delicados, y con picardías incluido). Por otro lado, se pasa la vida haciendo cuentas para ver quién se tiene que acostar con quién para procrear con la seguridad de no traer al mundo criaturas con taras fruto de la consanguinidad. Aunque, si al final todos tienen que hacerlo con todos, pues tampoco pasa nada.

Lo malo, si breve…

Si por algo tenemos que estarle agradecidos a Juan Carlos Márquez es, sin duda alguna, por la brevedad de la novela que nos ocupa. Teniendo en cuenta que su lectura se hace eterna a pesar de lo corta que es, una mayor extensión podría haber resultado insoportable. “Los últimos” carece de trama interesante, personajes carismáticos y verosimilitud (una intensa suspensión de la incredulidad se hace indispensable para continuar pasando páginas), aunque todo está servido con un lenguaje impecable, eso sí.

Márquez ha cosechado diversos premios (Tiflos, Rafael González Castell, Sintagma, Euskadi de Literatura) con obras anteriores. Al no haberlas leído, nos es imposible opinar sobre el merecimiento de tales galardones. Sin embargo, en lo que a “Los últimos” se refiere, en El Mar de Tinta creemos que será muy difícil que esta obra reciba reconocimiento alguno. Aconsejamos a cualquier lector en busca de una buena narración post apocalíptica con toques de ciencia-ficción y terror que, si no desea llevarse una tremenda decepción, se mantenga alejado de la última novela del autor bilbaíno.

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